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Trump contra Lincoln

«El conflicto en el PSOE no es el de presente contra pasado, es el de totalitarios contra demócratas, el de oportunistas contra hombres de Estado»

Trump contra Lincoln
                            Alfonso Guerra y Pedro Sánchez. | Europa Press (Montaje)

Siempre me ha llamado la atención, al observar la situación política de los últimos años en Estados Unidos, que Abraham Lincoln y Donald Trump pertenecen al mismo partido y fueron elegidos presidentes, en distintas épocas, pero bajo los mismos colores. Prueba inequívoca de que, a la hora de votar, es recomendable no hacerlo en función de las siglas partidistas, sino de las personas.

Me ha venido a la cabeza esa comparación estos días con motivo del conflicto abierto en el PSOE entre viejos y nuevos dirigentes. Aparte de la rabia que provoca escuchar los insultos y desprecios hacia algunos amigos y políticos en razón de su edad y de su alejamiento del primer plano de responsabilidad, creo que quienes así actúan, a veces desde el propio Gobierno, no son conscientes del daño que se le causa al país. Invitar a las nuevas generaciones a ignorar las enseñanzas y consejos de quienes protagonizaron los mejores años de nuestra historia es tanto como incitarlos a menospreciar nuestra democracia y socavar nuestra convivencia.

Se entiende que así lo hagan quienes nunca creyeron en la democracia española y llevan años procurando enfrentar a los ciudadanos. Se entiende que lo hagan los partidos que quieren debilitar a España para facilitar la independencia de sus territorios, así como aquellos que desde el primer día pretendieron sustituir nuestro sistema constitucional -que llaman «régimen del 78»- por una república populista y autocrática al estilo de los países en los que se educaron.

«Ministros y altos cargos del PSOE están lapidando el prestigio que pueda quedarle a su partido, cuestionando las raíces de nuestra democracia»

Sorprende y preocupa, sin embargo, que a ese desprecio por nuestro pasado se sumen ministros y altos cargos del Partido Socialista, que lo hacen, obviamente, para congraciarse con quien saben que es el único dueño de su destino, pero que, con ese comportamiento, están lapidando el prestigio que pueda quedarle a su partido, cuestionando las raíces de nuestra democracia y poniendo en peligro el futuro de nuestro país.

Esa actitud, aun reprobable, podría tener justificación si los viejos dirigentes pretendieran un regreso al pasado y trataran de imponer ideas caducas y desfasadas frente a las más modernas y avanzadas que defienden los nuevos líderes. Pero no es así. Lo que los viejos hacen es, simplemente, recordarnos la importancia y la debilidad de nuestra democracia, frente a la manera irresponsable y totalitaria con que la tratan los nuevos.

Que nadie se engañe, esto no es un conflicto entre el pasado y el presente. Este es un conflicto entre demócratas y antidemócratas. Al insultar, incluso castigar, a antiguos dirigentes, simplemente por sus opiniones sobre la realidad actual, no se está dejando en evidencia el arcaísmo de sus ideas, sino el miedo de los dirigentes modernos a debatir en libertad.

«El desprecio a los viejos dirigentes socialistas está ordenado por quien, al mirarse al espejo cada día, ve a un personaje mezquino que mandará, quizá muchos años, pero jamás igualará su reconocimiento»

La persecución desatada desde la actual dirección el PSOE y los medios afines contra los viejos dirigentes es una prueba de que le incomodan sus principios, que les confunde su convicción democrática, que les perturba su ejercicio de la libertad, que les desconcierta su valor para defender con firmeza todo a lo que ellos renuncian desde hace tiempo con tanta ligereza. El desprecio a los viejos dirigentes socialistas está ordenado por quien, al mirarse al espejo cada día, ve a un personaje mezquino que mandará, quizá muchos años, pero jamás igualará su reconocimiento. El reconocimiento no se puede negociar ni intercambiar.

No es un debate entre pasado y presente. Nadie quiere regresar al pasado. Tampoco quienes lo defienden. Porque quienes defienden el pasado, defienden en realidad el futuro, un futuro inspirado en los valores compartidos por una mayoría, y no en los intereses de la minoría o de una suma oportunista de minorías.

Los valores de nuestra Constitución no representan el pasado. Quienes los defienden no son viejos trasnochados. Si varios dirigentes socialistas veteranos se han opuesto a la amnistía que exige Puigdemont, no es porque sean incapaces de detectar la audacia y generosidad que hay en esa medida, sino porque saben que eso no es más que un pretexto para justificar una decisión que, tal vez beneficie a los nuevos socialistas, pero pone en peligro al país.

El pasado, por lo demás, no es un baúl de recuerdos. El pasado es memoria y fundamentos para construir el futuro. Dejar a un país -o a un partido- sin pasado, desdeñándolo, ignorando sus enseñanzas, es condenarlo a un peor futuro. Aunque en esto, como en tantas cosas, nos vemos todos arrastrados a un debate falso, puesto que el verdadero debate es el del interés del jefe. Y, si las circunstancias lo exigen, estamos con Trump y contra Lincoln.

 

 

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