Trump y el populismo latinoamericano
Una analogía que solo genera confusión
Trump es un populista latinoamericano. Así se lee y se escucha en exceso; de hecho, ad nauseam. Últimamente ha sido The Economist, en realidad por enésima vez, con el sugerente «Un peronista en el Potomac».
La opacidad de dichas aguas no debe trasladarse al análisis. Precisamente, la analogía oscurece rasgos específicos de la política estadounidense que resultan imprescindibles para entender a Trump; quien por cierto no llegó a la presidencia desde el Río de la Plata. Ello para seguir con la metáfora fluvial. Es que con la analogía también se ignora la especifica matriz histórica que dio origen al populismo en América Latina.
Empecemos con el presidencialismo, una post revolucionaria invención americana. Arreglo institucional de compromiso para satisfacer a los monárquicos, desde el comienzo causó preocupación acerca de la posible concentración de poder. Buena parte del pensamiento constitucional americano se ha ocupado justamente de ese tema, siendo James Madison el más influyente y tal vez el más aprensivo de los padres fundadores.
Nótese el ritual de asunción de un presidente: más cercano a la coronación de un rey (o reina) que a la formación de un nuevo gobierno en un parlamento. Algunos quizás vieron a Perón y Chávez en la ceremonia de Trump, pero Madison habría visto a Jackson. Ello se deriva de esa institución que fusiona al jefe de gobierno y al jefe de Estado en una misma persona, lo elige de manera directa, a menudo lo plebiscita y luego le otorga capacidad de legislar. Todo ello a su vez acompañado de desproporcionados vetos y prerrogativas.
Por ello, más que populismo latinoamericano, Trump expresa los viejos temas de la «presidencia imperial«, esa institución muy americana y siempre propensa a rebasar sus límites constitucionales. Quienes ven a Perón y Chávez en Trump, consecuentemente también deberían verlos en Roosevelt, quien se quedó cuatro periodos consecutivos en el poder. O habría que ver ese mismo populismo en George W. Bush, quien libró dos guerras por medio de una virtual abdicación del Congreso al concederle autonomía para hacerlo. O en Obama, quien desde 2014 en minoría, no obstante escogió legislar mediante decretos ejecutivos.
Ello por citar tres ejemplos. La contraparte es que la comparación también oculta cómo surgió el populismo latinoamericano. O sea, a consecuencia del quiebre de las instituciones republicanas, no como su causa. Es, en tal sentido, la respuesta a una crisis de hegemonía, un vacío que el líder personalista intenta llenar con su carisma, al mismo tiempo que se propone construir una nueva hegemonía, una nueva forma de dominación.
Sea esa la respuesta a la crisis del modelo exportador con democracia restringida—como fue la del peronismo en los años cuarenta—o a la crisis del Puntofijo—como fue la del chavismo en los noventa—el populismo es el efecto de una cierta «imposibilidad de la república«.
Nada de eso ocurre en este supuesto populismo de Trump. No hay más que leer los periódicos con detenimiento. Tres ejemplos lo ilustran cabalmente. Primero, Trump emite decretos ejecutivos vetando el ingreso de ciudadanos de siete países. Un juez de primera instancia y luego una corte de apelaciones sentenciaron su inconstitucionalidad, obligándolo a dar marcha atrás.
Segundo, el presidente hostiliza a la prensa cotidianamente. Ello no tiene precedentes en el país, pero los medios y los periodistas responden, se cohesionan y continúan con su misión especifica: investigar al poder. Al hacerlo, las conexiones de varios miembros del equipo de Trump con la nomenclatura rusa salen a la luz, llegando al Congreso que crea una comisión bipartidista para investigar el tema en profundidad.
Tercero, las investigaciones en curso provocan la caída del Consejero de Seguridad Nacional del presidente y obligan a su Secretario de Justicia a recusarse a sí mismo. La república actúa: el Poder Judicial, el Legislativo y la prensa ejercen sus funciones, exigen al Ejecutivo que rinda cuentas.
Es el viejo tema del «accountability«, un concepto propio de un sistema democrático. No importan tanto su discurso ni sus inclinaciones personales, Trump está restringido por el funcionamiento del Estado Constitucional: los pesos y contrapesos, la separación de poderes. No son estos los principios e instituciones que rigen la vida política en el populismo, ni en el de Perón, el de Chávez o el de cualquier otro.
En definitiva, si vemos populismo en cada líder que hace promesas que no podrá cumplir, en cada presidente carismático (o aún demagógico), populismo y política serán sinónimos. La analogía de Trump como populista es tentadora y genera ruido, pero carece de rigor. Ocurre que si todo es populismo, nada lo es.
Si el objetivo es arrojar luz en el debate, viajar con los conceptos en el tiempo y el espacio debe hacerse con extrema precaución. De otro modo la resultante será la vaguedad. Es decir, menos comprensión del surgimiento de Trump y pura confusión sobre el populismo latinoamericano.
@hectorschamis