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Trump, encerrado en sus tramas

Al ritmo en el que esta accidentada presidencia se conduce -como una locomotora sin frenos - tarde o temprano había que hacer el intento de detener los excesos de un mandatario empeñado en cargarse los mecanismos de la democracia

No ha habido tiempo para reponernos de la trama rusa, aquella que se desató cuando en plena campaña electoral en 2016 el entonces candidato Donald Trump conminó al gobierno ruso a que hackeara los correos electrónicos de su rival Hillary Clinton. Fue cuestión de horas antes de que el Kremlin lanzara una ofensiva para minar la campaña de su contendiente demócrata.

También se arrastra la conclusión del fiscal especial sobre la injerencia rusa. En su informe Robert Mueller establecía que en al menos diez ocasiones el presidente Trump intentó obstruir la justicia con la intención de torpedear el avance de dicha pesquisa. Por no hablar, claro está, de la negativa del millonario empresario a dar a conocer sus declaraciones de impuestos, a la vez que abundan las noticias acerca de gobernantes que se alojan en los resorts de quien maneja asuntos de estado desde el Despecho Oval.

Se trata de hechos alarmantes que desde el principio han marcado la presidencia del mandatario estadounidense y que han suscitado, sobre todo en el ala más progresista del partido demócrata, peticiones para promover el «impeachment» de un personaje que a duras penas contiene su afán de actuar como un emperador y no como un jefe de estado al servicio de los votantes.

Posiblemente muy a pesar suyo, ha sido la demócrata Nancy Pelosi, como presidenta del Congreso, quien finalmente ha anunciado la intención de dar pasos que podrían desembocar en un juicio político contra el presidente. El último escándalo que ha precipitado una movida que hasta ahora había evitado el sector más centrista en las filas demócratas es lo que ya se conoce como Ucraniagate: alguien en el entorno de la Casa Blanca denunció anónimamente que Trump podría haber presionado al presidente de Ucrania Volodomir Zelensky para que iniciara una investigación sobre el ex vicepresidente Joe Biden, hoy uno de sus principales rivales de cara a las elecciones en 2020, y su hijo Hunter Biden, quien estuvo vinculado a una empresa privada de gas en Ucrania.

Ha sido precisamente la prensa a la que Trump acusa de diseminar «fake news» la que ha destapado este nuevo escándalo, sacando a relucir una llamada del presidente a su homólogo ucraniano el pasado 25 de julio, sólo una semana después de que aparentemente le pidiera a su jefe de gabinete, a pesar de la oposición de asesores como el hoy destituido John Bolton, que se congelaran temporalmente $400 millones en ayuda militar a Ucrania. En medio de estas explosivas revelaciones, la Administración ahora dice estar dispuesta a facilitar los contenidos de la llamada y de las alegaciones del funcionario que dio el chivatazo.

Por mucho que Pelosi, consciente de que nunca un «impeachment» ha sacado a un presidente de la Casa Blanca, habría preferido evitar el largo y divisivo proceso que comenzaría con una investigación, las propias acciones de Trump, siempre en el papel de protagonista de un convulso reality show, la han abocado a lo ineludible. Al ritmo en el que esta accidentada presidencia se conduce -como una locomotora sin frenos – tarde o temprano había que hacer el intento de detener los excesos de un mandatario empeñado en cargarse los mecanismos de la democracia.

Con voz pausada pero firme la líder de la Cámara de Representantes lo dijo muy claro: el presidente no está por encima de la ley y debe rendir cuentas por sus actos. Se trata de una verdad muy sencilla que Trump se ha saltado sin miramientos porque en su ADN hay una deficiencia de valores éticos y de la más básica ideología. Había que llegar a la Casa Blanca a cualquier precio (así se tejió la trama rusa) y ahora, para mantenerse en el poder, el «todo vale» se vuelve a imponer y lleva la impronta del Ucraniagate.

Tal y como lo hizo resignadamente Nancy Pelosi, se pueden enumerar abuso de poder, tráfico de influencias, traición a la nación o la violación de la Constitución. Todos motivos de sobra como antesala a un juicio político, aunque sea para poner en su justo sitio el legado de esta presidencia antes del descarrilamiento definitivo.

 

 

 

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