Trump paraliza el Partido Republicano un año después de irse
La figura del expresidente, que amaga con presentarse a la reelección y ansía el foco público, condiciona la transición de los conservadores estadounidenses, entre los que el populismo vence
El despacho del congresista Mario Díaz-Balart tiene unas excelentes vistas a la cúpula del Capitolio de Estados Unidos y un balcón que, en una de esas mañanas de otoño suave, de otoño washingtoniano, invita a recrearse. Parece el lugar donde se fuman cigarrillos a hurtadillas. “Serían puros”, corrige Díaz-Balart. Cubanoamericano, representante por Florida desde hace casi dos décadas, el republicano ha sido uno de los grandes colaboradores de Donald Trump en la Cámara, uno de los firmantes de la demanda para anular los resultados de las elecciones presidenciales en cuatro Estados clave y un sensor finísimo del conservador latino, ese que los demócratas han perdido de vista y que ha convertido a Florida, unos de los grandes premios de los comicios, tradicionalmente bisagra, en reino trumpiano.
El expresidente no sólo venció hace un año, sino que casi triplicó la distancia con los demócratas. Desde allí, adonde ha trasladado su morada, barrunta volver a presentarse en 2024. Allí se ha fundado la nueva empresa mediática con la que busca mantenerse en el centro de la foto. Y allí, curiosamente, o no tanto, se encuentra también uno de los hombres que suenan con más fuerza para sucederle, Ron DeSantis, el gobernador del Estado. Una docena más de republicanos se encuentran en liza. Pero ninguno dice “esta boca es mía” mientras Trump, que domina las encuestas internas, no confirme sus intenciones.
Nadie diría que es uno de los pocos gobernantes de la historia de Estados Unidos que fracasa en una reelección. Nadie diría que ese Capitolio al otro lado del despacho de Díaz-Balart lo ha juzgado —y absuelto― dos veces. Que ese Capitolio fue asaltado por una turba de sus seguidores.
“Entre los republicanos hay algunas personas que creen que Donald Trump es lo mejor de este mundo y otras a las que no les gusta su retórica ni su estilo, pero sí su política”, explica el congresista. “Él mantiene un apoyo muy grande entre los activistas del partido, que son los que salen a votar en las elecciones primarias [las que sirven para seleccionar al candidato] y ahí es sumamente complicado ganarle”, continúa. No adivina ni se pronuncia sobre una vuelta del expresidente a la carrera hacia la Casa Blanca: “Él se comporta como si fuera a postularse, pero creo que falta una eternidad y yo estoy enfocado en ganar la mayoría dentro de un año [en las legislativas de 2022]”.
Que un presidente derrotado se presente de nuevo a las presidenciales resulta insólito en Estados Unidos, pero nada en el universo de Trump es común. La cerca de una decena de fuentes republicanas consultadas para este reportaje -políticos en ejercicio, aspirantes a Gobiernos, estrategas y asesores de campaña- discrepan sobre cuán sólido es este liderazgo, cuánto de mito existe sobre su persona, pero coinciden en que el ascendente público del magnate neoyorquino supera lo esperable de cualquier expresidente, que su figura ha dejado congelada cualquier carrera por la sucesión, más aún un debate de ideas, y, sobre todo, ha consolidado la victoria de la facción populista del partido de Abraham Lincoln.
Michael Steele, el primer afroamericano en presidir el Comité Nacional Republicano (2009-2011), recalca por teléfono que su partido “no está viviendo un proceso de transición normal”. “Lo habitual es que un presidente que ha perdido o terminado sus mandatos dé un paso atrás y deje que emerjan otros liderazgos, esto no está ocurriendo aquí, porque Trump no lo permite, y no lo hace porque hay mucho dinero en juego”. Solo hasta el verano, el expresidente lleva recaudados más de 100 millones de dólares (unos 87 millones de euros) para financiar sus actividades políticas.
“No es que crea que Trump gobierna el partido, porque no gobierna nada, es que el partido está funcionando alrededor de su personalidad”, continúa. Steele quiere acabar de decidir en estas semanas si se presenta a candidato a gobernador del Estado de Maryland, mientras calibra sus fuerzas de cara a unas primarias, en un momento en el que por cada conservador tradicional, o del antiguo sistema, se presenta un rival de corte trumpista. La deriva populista, admite, viene de mucho atrás, él mismo la observaba mientras presidía el partido, en pleno auge del Tea Party. La batalla cultural, lamenta, se impone al tradicional discurso económico. “Vi las tendencias, y traté de ensanchar nuestras bases con votantes más jóvenes, y más diversos, defendiendo políticas en las que se sintieran reflejados, pero ese trabajo se deshizo después”, lamenta.
El 78% de los republicanos quiere que Trump se presente de nuevo en 2024, según una encuesta de Quinnipiac University (en Hamden, Connecticut), de referencia en sondeos, publicada hace solo dos semanas. Lo más relevante, sin embargo, es que ese porcentaje es 12 puntos superior al de la misma encuesta de mayo (66%). El dato habla, en parte, de un desgaste tras 10 meses de Gobierno demócrata, pero también de cómo el ascendente del magnate resiste pese a la caída de su notoriedad pública, por obra y gracia esencialmente de su expulsión de Twitter y Facebook y de la menor presencia en los medios tradicionales. El número contrasta con un sondeo anterior, de Pew Research, que señalaba que el 44% de los republicanos querían verlo en las papeletas, pero dos tercios deseaban que se mantuviera como una figura relevante en la política.
Para el halcón John Bolton, exconsejero de Seguridad Nacional de Trump y hoy enemigo acérrimo de este, el partido republicano “no es el partido de Trump, a los medios les gusta pintarlo así porque les genera mucha atención y a él sin duda le gusta también, pero mi grupo de acción política tiene estudios que reflejan cómo está perdiendo influencia”. Bolton, miembro de las Administraciones de Bush padre e hijo, estudió presentarse como candidato en las presidenciales de 2016 y, según explica a este periódico, no descarta hacerlo en las siguientes. “Yo no creo que él se presente porque tiene miedo de perder de nuevo, no tiene nada que decir, solo sabe hablar de 2020 y la gente ya no piensa en eso, la gente quiere políticas más allá”, añade.
Pero, aunque Bolton no lo menciona, más de la mitad de los votantes republicanos sí afirma, igual que Trump, que las presidenciales de 2020 fueron amañadas, a pesar de que los tribunales y el Supremo tumbaron los pleitos al respecto. Esta semana, The Wall Street Journal decidió publicar una tribuna del expresidente sosteniendo la teoría del fraude en el Estado de Pensilvania.
Y, si la Bolsa sirve de barómetro, vale la pena recordar que la nueva empresa mediática del republicano (Trump & Media Technology) ha sido recibida entre alharacas por los inversores. Digital World Acquisition, una firma instrumental con la que la firma de Trump se ha fusionado para cotizar en el parqué captó 283 millones de dólares (204,5 millones de euros) al nacer en primavera y su valor se disparó un 350% al día siguiente del anuncio del exmandatario. Quiere lanzar Truth Social (Verdad Social) una red con la que competir con los gigantes que le dieron la espalda tras el violento asalto al Capitolio el pasado 6 de enero, instigado por los bulos de fraude electoral.
William Kristol, referente del neoconservadurismo estadounidense, hijo del intelectual Irving Kristol, padre de esta corriente, se convirtió en 2016 en uno de los adalides del movimiento “Nunca Trump” de los republicanos de la vieja escuela. Si hoy se celebrasen las primarias, Kristol lo ve como “el candidato más probable” en 2024. Otros querrán disputarle el puesto, puede salir al paso gente como DeSantis, o Chris Christie [exgobernador de Nueva Jersey] o [la congresista] Liz Cheney, el senador Tom Cotton… Pero eso significa que Trump ganaría el 50% y el resto no pasaría del 20% o 25%, aunque todo puede cambiar”.
La batalla dentro del partido, asume, ha sido ganada por la facción populista, “ahora y probablemente durante unos cuantos años”. “Esa es la razón por la que alguien como yo pide el voto para los demócratas”, añade. Editor durante años de la revista conservadora Weekly Standard, cerrada en 2018, cree que los medios conservadores también han seguido una senda populista, aunque “más que populista”, Kristol diría que es “una senda de conspiranoia”.
De la imposición del discurso populista dan cuenta algo más que las encuestas. El pasado mayo Liz Cheney, hija del exvicepresidente Dick Cheney, fue defenestrada del liderazgo republicano por repudiar los bulos del fraude electoral de Trump en el segundo impeachment. En las elecciones del pasado noviembre, entraron en la Cámara de Representantes candidatos como Marjorie Taylor Greene, una abierta seguidora de las teorías conspirativas de QAnon.
Esta semana, el líder del partido en el Senado, Mitch McConnell, que acabó de uñas con Trump, dio su apoyo como candidato al Senado por Georgia a Herschel Walker, una exestrella del fútbol americano arropada por el expresidente que, según documentos de su divorcio y sus negocios revisados por Associated Press, amenazó la vida de su exesposa e infló los beneficios de su empresa. Muchos de los que, tras la tragedia del 6 de enero, criticaron a Trump, acabaron peregrinando poco después a Mar-a-Lago, su mansión de Florida, para reconciliarse, como el senador Lindsey Graham o Kevin McCarthy, líder de los republicanos en la Cámara baja.
“Si Trump hubiese perdido por más de 12 puntos, estaríamos en otra situación, pero la realidad es que no fue por tanto y a los republicanos no les fue mal, conservaron la mitad del Senado y recuperaron escaños en la Cámara de Representantes”, apunta Kristol. La cuestión es si un Trump victorioso en una primarias tiene alguna posibilidad en las presidenciales, habida cuenta la movilización de votantes demócratas que su figura fue capaz de generar en 2020. Trump ha perdido dos veces el voto popular. Más de 81 millones de estadounidenses votaron a Joe Biden, un récord histórico para cualquier aspirante demócrata, en unos comicios con récord de participación. “No hay jefes del partido que estén haciendo esos cálculos”, zanja Kristol.
Para Henry Olsen, exconsultor republicano y analista especializado en los conservadores, las ratios de impopularidad de Trump hoy en día en la población general lo hacen “virtualmente inelegible”. El magnate, sostiene, “solo podría ganar si Estados Unidos viviese ahora cuatro años terribles”. A su juicio, su poder sobre las bases tiene algo de real, pero más de mito, y sobre todo, lo ve quebrantable.
Porque, a diferencia de lo que apunta Kristol, sí hay mucha gente haciendo números, estrategas republicanos, asesores de gobernadores y senadores que creen que una versión educada del trumpismo es la clave para mantener el apoyo de las bases, sumar a los independientes -claves en la victoria de Biden y cualquier otra- y desmovilizar al contrario.
Olsen pone de ejemplo al gobernador de Florida. DeSantis, de 42 años, ha combatido los mandatos sobre vacunas y mascarillas, ha mantenido abierta la actividad económica todo lo posible durante la pandemia y se ha erigido como líder del “Estado libre de Florida”. “El centro del partido son votantes a los que les gustan las políticas de Trump pero no les gusta él, y ahí tienes a DeSantis, que habla mucho de cultura, pero no insulta, no ofende y puede poner de acuerdo a una gran coalición de republicanos”, apunta Olsen.
El senador texano Ted Cruz, que ya fue aspirante en las primarias de 2016, sí encarna, en cambio, un modelo trumpista también en estilo, y corren rumores de que el gobernador de este Estado, Greg Abbott, quiere presentarse. Los hay, a su vez, sobre el exvicepresidente, Mike Pence, que gustaría a la vieja guardia; Mike Pompeo, el exsecretario de Estado, y Nikki Haley, la exembajadora ante Naciones Unidas, que podría ser también una número dos oportuna, como aspirante a vicepresidenta, si pierde.
La lista no acaba aquí. Como se dice en Washington, todo senador o gobernador lleva un candidato presidencial dentro. Sin embargo, como apunta el estratega Rick Tyler, y muchos otros expertos, “todos están esperando a ver qué hace Trump y, mientras se decide, está evitando que la gente se prepare, porque sin un comité exploratorio no puede atraer talento ni recaudar fondos”. Pompeo, dice, es el que se está movilizando más por ahora. Tyler, que trabajó en la campaña de Ted Cruz durante las primarias de 2016, cree que el senador no tiene ninguna oportunidad por un motivo muy llano: “No cae bien a la gente, no puede dar el salto nacional”.
Mientras, el comité de acción política de Trump bombardea a diario con correos de recaudación. El último, de este sábado, alertaba: “Nuestro país está siendo destruido de forma sistemática ante nuestros ojos. La mayor caravana [de migrantes] de la historia viene hacia aquí y no estamos preparados para hacer nada al respecto. El presidente Trump tiene razón: necesitamos completar el muro [en la frontera de México] y ponernos duros”.
Whit Ayres, consultor republicano y experto en sondeos, coincide en que si Trump se presenta congelará el partido, pero si no lo hace, las de 2024 volverán a ser unas primarias plagadas de aspirantes. “No hay nadie”, recalca, “con su nivel de apoyo. Es normal que el último presidente en un partido sea el líder hasta que se nombre oficialmente a otro, pero Trump ha sido mucho más activo y visible que ningún otro”. “Habitualmente, los presidentes que pierden no son tan populares como lo es Trump con los republicanos, pero eso se explica en parte porque muchos de ellos no creen que, de hecho, haya perdido las elecciones. Les han convencido de que se las robaron”, apunta.
Glen Bolger, otro reputado estratega republicano, también duda de las verdaderas intenciones de Trump de presentarse. “Sin duda hace mucho ruido con esa idea, le ayuda a mantenerse relevante, a recabar apoyos, pero una cosa es pensar en lanzarse y otra cosa, hacerlo”, señala. Para entonces, tendrá 78 años, que no dejan de ser los mismos que Joe Biden tiene ahora. Se presente o no, su aura estará presente, muchos tratarán de emularlo. “Si no lo hace vamos a ver muchos candidatos tratando de ocupar ese espacio”, apunta Bolger.
Las voces que se distancian de Trump ―senadores como Mitt Romney, Susan Collins o Lisa Murkowski― siguen siendo minoritarias. Pero la resistencia no se rinde. El congresista de Illinois Adam Kinzinger, que fue repudiado por carta por 11 familiares por apoyar el impeachment contra Trump, anunció este viernes que no se presentará a la reelección, pero aseguró que este no era el fin de su carrera política, sino el principio, sin dar más pistas.
Cheney se expresó así a finales de septiembre: “El pueblo estadounidense merece algo mejor que tener que elegir entre lo que, en mi opinión, son políticas realmente desastrosas como las de Joe Biden […] y un hombre que no cree en el imperio de la ley que y ha incumplido su juramento”.
El perfil del republicano medio es una cosa bastante gaseosa en este 2021, pero siempre lo fue. En 1963, William F. Buckley, el fundador de National Review (histórica revista de la derecha tradicional), dijo: “Véndeme los ojos, deme varias vueltas y encontraré al único liberal [progresista] que haya en la habitación sin zigzaguear hasta si se esconde detrás de una maceta”, decía. No se atrevía a lo mismo con los republicanos: “Cuesta mucho más saber si lo que ves ahí es un conservador haciendo lo necesario, o un radical, o simplemente un tipo ruidoso, un pirotécnico”. Fue hace casi 60 años, una eternidad. En política estadounidense, los tres años que faltan para las presidenciales son otra eternidad. Las señales que emitan las elecciones legislativas de 2022, esas en las que Díaz-Balart dice que hay que centrarse desde su despacho con vistas al Capitolio, despejarán muchas dudas.
Corresponsal jefe de EL PAÍS en EE UU. Comenzó su carrera en 2001 en Europa Press, pasó por La Gaceta de los Negocios y en 2006 se incorporó a EL PAÍS, donde fue subjefa de Economía y corresponsal en Nueva York. Desde 2017 vive en Washington. Ha cubierto dos elecciones presidenciales, unas legislativas, dos impeachment y un asalto al Capitolio.