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Trump puede hacer historia en Cuba

Las penurias pueden activar explosiones puntuales, pero estas serán fácilmente controlables mediante represión y el alivio temporal de las condiciones de vida. Se precisa algo más para movilizar a los cubanos.

El presidente electo de EEUU, Donald Trump.

 

 

El presidente electo de EEUU, Donald Trump. AP

 

 

65 años acumulando miseria, represión y muerte no han sido suficientes para que el castrismo alcance el estatus de paria internacional del que «disfruta» hoy el chavismo.

Chavismo y castrismo son percibidos y tratados de manera diferente por la comunidad internacional, no porque sean esencialmente distintos, pues solo una miopía malintencionada impide ver el similar grado de criminalidad de ambos gobiernos, sino porque mientras en Venezuela, gracias a la oposición popular, el chavismo ha tenido que quitarse la máscara «social» tras la que escondía su tiranía, en Cuba el disfraz permanece medianamente intacto… sobre todo para quienes por conveniencia ideológica no quieren mirar al monstruo a los ojos.

El diferenciado trato internacional, entonces, se debe a que Hugo Chávez y cómplices, aunque lo intentaron, no pudieron desarticular totalmente la propiedad privada, y eso ha permitido cierta autonomía cívica que, aun bajo severa represión, ofrece batalla al régimen, obligándolo a descubrir su verdadera naturaleza.

En Cuba, sin embargo, gracias principalmente al soporte soviético, pero también por una mezcla de inexperiencia histórica popular y magnetismo de Fidel Castro, en pocos años se erradicó la propiedad privada —más bien se privatizó todo en Fidel mismo— deconstruyéndose así una sociedad y rearmándola en órganos verticales de soporte al sistema que aún hoy impiden que fructifique una oposición organizada.

Esta falta de una confrontación popular a gran escala en Cuba que fuerce al régimen a mostrar su espíritu tiránico, de modo tal que nadie dentro del concierto de las naciones pueda negar que el castrismo es una dictadura perversa e ilegítima, provoca que, aunque se sepa lo que en la Isla sucede, muchos gobiernos no tengan argumentos para tratar al castrismo como al parásito que es —por ejemplo, Europa—, mientras otros tienen coartada para, sin importarles los crímenes del régimen, acercarse y ayudarle a sobrevivir, como está haciendo México.

El embargo a Cuba, bien justificado por el robo acaecido sobre legítima propiedad norteamericana, y mantenido por la peligrosidad de permitir al castrismo fortalecerse y expandir su violencia por otros países y continentes, como ha hecho siempre que ha podido, ha funcionado relativamente bien como contención, pero esta política no es suficiente para generar la ola persistente de oposición popular necesaria para aislar internacionalmente al castrismo, debilitándole aun más.

Los dolores de la miseria que el Gobierno de los Castro crea negando libertad y democracia al pueblo, raíz del conflicto empobrecedor con Estados Unidos, nunca serán mayores que el miedo a la represión, principalmente porque el sistema totalitario aun bien aceitado, impide la acción colectiva coordinada de una sociedad civil casi inexistente, y porque, además, el Gobierno tiene la válvula de la emigración cuando la presión interna sube.

Las penurias pueden activar explosiones puntuales, pero estas serán fácilmente controlables mediante represión y alivio temporal de las condiciones que exacerbaron el brote. Se precisa algo más para movilizar a los cubanos.

Para que la protesta sea suficiente en tiempo y tamaño como para resquebrajar al sistema, además de la miseria consustancial al socialismo exacerbada por el conflicto que el castrismo alimenta con Washington, se necesita un fin al cual dirigir las ansias del pueblo, una meta de esperanza y alivio que, lamentablemente, el exilio radicado en Miami no ha sabido o podido ofrecer como alternativa al Gobierno actual. Los cubanos, tras 65 años de intoxicación ideológica, temen al futuro y prefieren malo conocido que un bueno —la libertad, el capitalismo— al cual miran mediante los lentes del adoctrina miento-castrista.

Sin levantar el embargo e incluso aumentando la presión —frenar la migración hacia Estados Unidos; impedir el envío de dólares y, a cambio, facilitar la paquetería—, es decir, manteniendo el palo, debe además ofrecerse una zanahoria, y es ahí donde Donald Trump, con su control del Ejecutivo, del Legislativo y del Judicial, puede ejercer su conocida originalidad e imprevisibilidad en política internacional y ganarse un lugar en la historia, cambiando las que han sido hasta ahora las reglas del conflicto entre los gobiernos democráticos de Estados Unidos y la banda criminal que secuestró una isla y mantiene a su pueblo como rehén.

Zanahoria: incentivos dirigidos al pueblo con el propósito de reducir fuertemente la incertidumbre de lo que será la Cuba postcastro. Ofrecer una imagen nítida de cómo se mejoraría y cuales serían las herramientas específicas para que Cuba transite hacia la democracia sin sufrir un cataclismo social y económico que empeore la situación actual.

Los cubanos deben creer, interiorizar, que no se alzan, no protestan solo para oponerse a la opresión que los mantiene en oprobiosa miseria, sino que lo hacen por un futuro mejor posible y real para ellos mismos y sus hijos. Hay que darle sueños a un país sin esperanzas, hay que dar una alternativa cierta a aquellos que, aun sin educación, salud, seguridad o futuro, siguen pensando que sin el castrismo Cuba no tendría educación, salud, seguridad u otro futuro que el caos haitiano.

La zanahoria, en líneas generales, debe ser un plan de soporte vital en la transición y apoyo e impulso para la economía y la democracia en la Isla: Extrema flexibilidad migratoria, asesoramientos en diversos campos, ayudas monetarias, préstamos directos, inversiones, acceso a organismos multilaterales de crédito con el aval de Washington, acceso al mercado norteamericano y eliminación total del embargo, ayudas directas de medicinas, alimentos, conectividad, transporte y un plan de fomento similar al Marshall.

Si se combina el palo y la zanahoria con una puerta de salida para el régimen —garantías de un escape ileso bien remunerado para figuras clave, y paz social sin revanchismos para el resto del castrismo—, estarían mejor que nunca antes configurados los incentivos para romper el nudo gordiano que mantiene atados a tantos millones de cubanos en tantas orillas, aun sin saberlo, y a algunos incluso negándolo.

El futuro de Cuba está en manos cubanas, pero si los fuertes brazos mambises necesitaron de la poderosa mano del norte, ¿por qué no íbamos hoy nosotros a desear la ayuda del presidente 47 de los Estados Unidos, si él quisiera hacer historia con nosotros? La oportunidad está ahí.

 

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