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Trump puede hacer historia en Cuba (II)

Los cubanos necesitan creer que un futuro mejor los espera después cuando acabe el castrismo, y Estados Unidos puede ayudar a ello.

Marco Rubio, futuro secretario de Estado, y el presidente electo Donald Trump en Miami en 2022.

 

 

Marco Rubio, futuro secretario de Estado, y el presidente electo Donald Trump en Miami en 2022. Joe Raedle Getty

 

De manera mayoritaria, quienes leyeron mi anterior artículo «Trump puede hacer historia en Cuba«, entendieron que este abogaba por una renovación de la política obamista de concesiones políticas, económicas y migratorias, sin otra contrapartida por parte del castrismo que asfaltar las calles por donde pasearía la familia Obama y prestarse para la foto.

Cuando la mayoría entiende un artículo de modo opuesto a lo que su autor pretende transmitir, el error, definitivamente, está en quien redactó y no en los lectores. Por ello, he considerado necesario volver a intentar explicarme, dada la importancia que le concedo a que esta iniciativa sea discutida y estimule otras propuestas de acción concreta, pues mucho criticamos, pero demasiado poco proponemos para cambiar o al menos debilitar al régimen.

¿Por qué en Cuba no hay oposición organizada y muchas más protestas masivas?

Razones tenemos para protestar, razones que justificarían virar al país al revés desde la ira contenida y la humillación acumulada; sin embargo, la demolición total y absoluta de la sociedad civil cubana a manos de un sociópata carismático sostenido por recursos soviéticos, aún hoy mantiene a la ciudadanía indefensa, literalmente incapaz de generar una acción colectiva y coordinada sin que los medios represivos corten de raíz cualquier intentona aun en su estado embrionario.

Las condiciones en Cuba impiden que surja un liderazgo reconocible, y cuando surge termina preso o muerto en un «accidente» de tráfico.

Protestas espontáneas

Las protestas en años recientes han sido todas respuesta directa a las carencias materiales. Algunos espontáneos desesperados se lanzan a gritar casi por su cuenta y, a veces, otros se les unen formando una masa que brota de la angustia económica más que del hartazgo político; pero esa inercia es fugaz se evapora en cuanto el Gobierno reprime y provee algo de electricidad, agua o lo que sea que empujó a la gente a dar una cacerolada.

¿Es importante que esas protestas se extiendan?

El castrismo mantiene la legitimidad que, por ejemplo, ya le falta al chavismo. Protestas masivas y continuas pueden erosionar o hasta borrar esa legitimidad y facilitar una coalición internacional que aísle al régimen. El caso Venezuela muestra que eso solo no es suficiente —al menos no de momento—, pero sin dudas contribuye a presionar a quienes gobiernan, lo que combinado con una Cuba que se deshace sin recursos económicos —a diferencia de Venezuela, rica en petróleo— podría forzar al castrismo a negociar su salida. Todo lo que dañe al régimen debe intentarse, pues le quita poder de negociación cuando su hora final por fin llegue.

¿Como mantener a la gente en la calle?

Sin posibilidad de organizarse —para quienes están fuera de Cuba es difícil comprender cuán imposible es coordinar aquí un movimiento opositor al castrismo—, solo puede aspirarse a protestas masivas y permanentes, si la gente pasa de protestar por carencias materiales a protestar por la existencia misma del régimen. Pero aún muchos temen una Cuba sin castrismo pues esto es todo lo que conocen, y muchos otros temen un periodo de transición donde las penurias materiales pudieran agravarse.

De quererlo, puede intentar Trump dar garantías materiales para que la gente no tema una transición y, además, venza sus temores a un cambio de régimen. ¿Cómo? Ofreciendo una zanahoria al pueblo además de mantener e incluso aumentar el palo al Gobierno.

¿Como convencer a los cubanos de que esto es posible y real?

Tendrá la democracia norteamericana que detallar un plan de acción que prometa que una vez se acabe el castrismo —nunca antes— habrá extrema flexibilidad migratoria, asesoramientos en diversos campos, ayudas monetarias, préstamos directos, inversiones, acceso a organismos multilaterales de crédito con el aval de Washington, acceso al mercado norteamericano, e inicialmente, y mientras se necesite, ayudas directas en medicinas, alimentos, conectividad, transporte y un plan de fomento similar al Marshall.

Este plan debe hacer que los cubanos puedan confiar en que un futuro postcastro será una espiral ascendente y no una involución pues, aunque no lo parezca, el miedo a una Cuba sin castrismo está extendido en varias capas de la población; paradójicamente, más entre aquellos que más sufren las penurias de un sistema que, aun repartiendo miseria, sabe vender el cuento de la igualdad y la justicia socia.

¿Trump?

El poder de Trump sobre la estructura de Gobierno norteamericana es el más grade que algún líder haya tenido desde que Cuba fue traicioneramente secuestrada en 1959. Los votantes le han confiado ambas cámaras y un sin número de gobernaturas, lo que se suma a la influencia conservadora en la Corte Suprema y, en un par de años, incluso sobre la Reserva Federal.

Quien será investido como presidente 47 es famoso por acoger sin miedo ideas innovadoras y, además, nada tiene que perder y mucho que ganar si logra moverle el terreno a esta dictadura enemiga de occidente que a 90 millas es siempre una amenaza nacional para Estados Unidos.

Podría Trump no solo elaborar el plan, podría incluso convertirlo en ley para que ganara en credibilidad.

¿Funcionará?

Redactado por una comisión bipartidista y aprobado con la mayoría republicana sería muy creíble para los cubanos que, mediante una campaña pedagógica, comprenderían que desde Washington les están hablando muy en serio.

Aparte de esa credibilidad, el plan debe ir a detalle y profundidad. Deben despejarse las dudas y miedos del pueblo transformando su paralizante incertidumbre, en una motivadora certeza que les dé un objetivo por el cual luchar más allá de la falta de electricidad. Deben creer en la posibilidad de una Cuba mejor con ayuda norteamericana, algo que ya sucedió en 1898.

Para ello, el plan tendrá que asumir varios escenarios alternativos y dar respuesta coherente a cada uno de ellos, de forma tal que hasta en el peor de los casos la transición sea percibida como una mejoría real con respecto al castrismo.

¿Será suficiente?

Tendremos por un lado incentivos para el pueblo —desde un mayor acceso migratorio a Estados Unidos a una mejora inmediata en la calidad de vida, siempre después que el castrismo caiga— para que, sabiendo que hay un futuro mejor y posible, protesten.

Por otro lado, un recrudecimiento de las medidas de fuerza al régimen, esencialmente frenando la migración ilegal que le da dinero y le alivia la presión interna, más una prohibición de enviar remesas dinerarias desde Miami, sustituyéndolas por un sistema de paquetería con el que pueda proveerse a las familias cubanas con todo lo básico, excepto los dólares que terminan en GAESA.

Y además, garantía de una salida segura e incluso remunerada para las figuras claves del castrismo —ese buche amargo habrá que tragarlo, porque cerrarle las talanqueras a los que hoy gobiernan, aunque sería lo justo, no es lo conveniente—, y cero revanchismo para los monigotes que utilizaron y seguramente abandonaran en su huida, como el tal Humberto López.

Esa combinación formaría la mayor conjunción de fuerzas en pro de la caída del sistema que haya existido, y en el mejor momento, teniendo en cuenta la fase terminal en la que este está, totalmente agotado en lo económico y lo ideológico, además de la próxima muerte de sus figuras más históricas.

¿Utopía?

¿Por qué no probar un nuevo enfoque? Cambiar las reglas del juego a favor de la libertad sin en ningún momento cederle nada al castrismo nada resta. Quizás se logre que, más allá de la sistemática campaña de represión y propaganda castrista, los cubanos asuman que salir del castrismo es no solo posible, sino beneficioso en cosas concretas, cosas a las que aspirar y por las que luchar aunque sea protestando espontáneamente y no conformándose con que pongan la luz o descarguen un camión de papas, como animales chillando en una cochiquera momentáneamente satisfechos con un poco de sancocho.

El castrismo promete y muchos le creen, que sin ellos Cuba sería caos, hay que cambiar esa mentalidad para que se comprenda que caos es lo que hoy vivimos, y más allá nos espera libertad y capitalismo, que son las herramientas de la prosperidad, y que aprenderemos a utilizarlas no solos, sino acompañados y apoyados desde un país al cual le conviene, y mucho, una Cuba próspera y democrática.

 

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