«Trumpismo» sofisticado
El trumpismo de andar por casa tiene dos exponentes: uno más tosco y rudimentario, que practican sobre todo Iglesias y Echenique, basado en bulos y desafíos; provocaciones y calculadas bravatas; apariciones televisivas y ducho manejo de los espacios de entretenimiento en los canales que regentan en régimen de monopolio, donde emplean anónimos secundarios que manifiestan ideas y maneras del partido-movimiento y multiplican el efecto penetración en la sociedad.
Otro trumpismo, más sofisticado y elegante, lo representa Sánchez. Apenas tiene tres rasgos que comparte con Trump, pero son lo suficientemente macizos como para permitir el paralelismo: en primer lugar, el liderazgo de Sánchez emergió en plena crisis organizativa y programática del partido al que fagocita. Sánchez y Trump someten al PSOE y partido republicano a tensiones que parecen resolver con el ejercicio del poder. Es un espejismo. Sus respectivas formaciones renuncian a buena parte de su identidad contaminados por el discurso populista, sea bolivariano o Tea Party. Segundo: en números absolutos, ni Sánchez ni Trump suman mayoría. De modo que parte de su acción gubernamental consiste en la ocupación de espacios -el reparto de chuches de Sánchez entre blogueros y polemistas ha sido impúdico-, la hiperactividad internacional y el esfuerzo por dar apariencia de que gozan de amplio respaldo popular. Para ello saturan la agenda, a través de su pléyade de portavoces, con sus asuntos preferidos.
El tercer atributo es el más comprometedor pues erosiona el buen gobierno. No se trata exactamente de oportunismo o cambio de criterio por motivos de pragmatismo. Ambos desprecian su propia palabra porque su misión trasciende las circunstancias. O sea, su misión son ellos. Los dos saben que en tiempos de incertidumbre, crisis de los partidos, caudillismo y vapuleo a las instituciones, las contradicciones puntuales del líder-conductor son lo de menos.
La palabra de Sánchez tiene el valor que le otorga el instante. Cree que no es su palabra lo valioso, sino su Presidencia y propósito. La diferencia respecto de Trump es postural. Trump se muestra desenfadado, primario y parece improvisar. Sánchez no. Cuando se dispone a decir algo que sospecha o sabe que es transitorio, reversible o pasajero hace una pausa, frunce el ceño y aprieta los labios, adopta un tono solemne, separa sílabas, adelanta las manos e invoca en primera persona al interlocutor. En puridad no miente. Se ajusta a lo efímero del periquete, sobrevive.