Tulio Hernández: Escenarios, temores y esperanzas
A pocas semanas de las elecciones legislativas convocadas para el 6 de diciembre todavía hay venezolanos que piensan que no ocurrirán. Al gobierno no le ha funcionado ninguno de los conejos que suele sacar a última hora del sombrero mágico para tratar de reencantar a sus electores descreídos y remontar la brecha que, al menos en cifras gruesas, las encuestas anuncian a favor de la oposición. En consecuencia, muchos creen que el oficialismo se inventará un argumento para impedir que las elecciones ocurran.
Sin embargo, este escenario, la postergación de las elecciones, sería muy costoso para el gobierno. En primer lugar, porque las elecciones del 6-D se han convertido en una especie de eficaz ansiolítico que le permite a millones de venezolanos sobrellevar la carga de ira y frustración que genera el venenoso coctel de inflación, desabastecimiento y manipulación informativa que ha marcado el clima de opinión durante la segunda mitad del año en curso.
Una buena parte de los venezolanos, la mayoría tal vez, está como en aquella película de Almodóvar, al borde un ataque de nervios. Pero la cercanía de las elecciones les contiene. La posibilidad de derrotar a Maduro y su gobierno abre un compás de esperanza. Muchos creen que una derrota el 6-D podría ser el comienzo del fin del régimen. Por esa razón aguardan intranquila pero resignadamente, como quien aguanta la respiración, la llegada del primer domingo de diciembre.
La otra razón por la cual la postergación sería muy costosa para el gobierno tiene que ver con el escenario internacional. Las elecciones del 6-D están en la mira de muchos gobiernos, organismos intergubernamentales y dirigentes políticos de peso mundial. Es como si el gobierno Maduro tuviese que someterse a un examen de democracia.
La evidentemente arbitraria prisión de más de 70 activistas políticos, con 3 figuras que se han convertido en referencia mundial –Leopoldo López, Antonio Ledezma y, más recientemente, Manuel Rosales–, junto a la negativa a permitir la observación extranjera del proceso, han terminado de conformar una matiz internacional de rechazo al régimen rojo por sus prácticas antidemocráticas.
Postergar las elecciones generaría una severa condena internacional. La carta de Almagro a Tibisay Lucena es un alerta. El activismo de Felipe González y los grupos de ex presidentes iberoamericanos, también. El seguro triunfo del antimadurista Macri, aún más. Con los precios del petróleo cayendo, un aparato productivo devastado y un consumo interno cada vez más dependiente de las importaciones, cualquier forma de bloqueo sería una catástrofe mayor.
Otro escenario que genera incertidumbre en la población tiene que ver con la pregunta sobre si el gobierno aceptará o no los resultados si triunfa la oposición. Muchos creen que no los aceptarán. Las declaraciones de Maduro aportan elementos suficientes para pensarlo. En actitud vergonzosa para un jefe de gobierno elegido democráticamente ha espetado públicamente: “¡Ganaremos como sea!”. Y luego agregado: “…A rezar desde ya porque haya paz y tranquilidad, porque si no nos vamos a la calle y en la calle nosotros somos candela con burundanga”.
No hay que ser psicoanalista para saber que el “ganamos como sea” es la confesión a priori de una derrota, un acto de intimidación y un relato de desesperación pura. Porque está claro que un escenario de confrontación callejera entre venezolanos como el que propone sería suicida. Y criminal. Significaría la entrada abierta, sin maquillajes ni eufemismo, en un régimen totalitario que en la situación actual no tiene cabida en el concierto de naciones latinoamericanas.
Todo parece indicar que las cartas están echadas. Un triunfo de la oposición, ni siquiera con mayoría calificada, no significa el fin del gobierno rojo. Pero, paradójicamente, sí podría significar el fin de su hegemonía absoluta, la recuperación paulatina de la autonomía de poderes y la posibilidad de retomar el largo y tortuoso camino que ha significado para Venezuela la construcción de la democracia.