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Turquía: la demografía, contra Erdogan

El presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, no ha perdido una sola elección –comicios municipales y referéndums incluidos– desde que su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP) llegara al poder, en noviembre de 2002. Sin duda, se trata de un registro impecable para un político. Pero Erdogan no se conforma con ganar elección tras elección. En 2012 declaró que su misión es “formar generaciones piadosas”, lo cual es mucho más ambicioso que conseguir victorias en las urnas.

Encuestas confiables indican que, en ese aspecto, los 18 años de reinado de Erdogan han sido un fiasco.

En una encuesta realizada por Optimar en 2017, el 99% de los turcos se identificó como musulmán; pero en 2019 la cifra cayó hasta el 89,5%. Ese mismo año, otra empresa demoscópica, Konda, concluyó que los jóvenes eran menos propensos que la población en general a identificarse como “conservadores religiosos”. También ayunaban, rezaban y –en el caso de las mujeres– se cubrían el pelo menos.

Otra encuesta, del Programa para la Evaluación Internacional del Estudiantado de la OCDE, reveló que el 54% de los alumnos de los centros religiosos turcos no se sienten vinculados a ellos, frente al 27,5-29,1% de los que acuden a centros laicos. Pero quizá sea más embarazoso para los islamistas lo consignado en una encuesta realizada por la multinacional Ipsos, según la cual sólo el 12% de los turcos confía en los clérigos musulmanes, el peor registro excepción hecha del de los políticos (11%).

Una encuesta más reciente concluía que ni siquiera los jóvenes conservadores y erdoganistas tienen fe en su país –ni en ningún otro del mundo musulmán–. La fundación Sodev preguntó a individuos de entre 15 y 25 años si vivirían en el extranjero en caso de tener la oportunidad. Casi la mitad de quienes se declararon seguidores del AKP de Erdogan (47,3%) dijeron que preferirían vivir fuera. “Eso quiere decir que la mitad de los jóvenes de Erdogan no tienen fe en el futuro de Turquía”, escribió el columnista Akif Beki, exportavoz del presidente islamista.

La Investigación sobre la Juventud de Sodev no resulta alentadora para Erdogan y los ideólogos que abogan por un proyecto de ingeniería social autoritario que produzca una juventud islamista. Sodev preguntó a los jóvenes pro Erdogan (pro AKP) si preferirían vivir en Suiza ganando 5.000 dólares al mes o en Arabia Saudí ganando el doble y nada menos que el 60,5% se decantó por la primera opción.

¿Por qué unos jóvenes turcos fieramente nacionalistas, conservadores en lo religioso y políticamente erdoganistas preferirían vivir en un país cristiano europeo? ¿Acaso no atienden a la agresiva retórica antioccidental que utiliza Erdogan desde hace 18 años? También da respuesta a esto la encuesta de Sodev: según el 70,3% de los consultados, un joven turco con talento no tiene manera de avanzar en el ámbito profesional si no tiene conexiones, es decir, sin recurrir al nepotismo. Y sólo un 30% afirmó que puede exponer libremente sus opiniones en las redes sociales.

Cuando se les pidió que dijeran qué es lo más importante en el plano de las ideas, el 49,8% de los encuestados citó los “valores nacionales”, mientras que el 45,7% optó por los “valores religiosos”. Pero el 68,3% afirmó que “la libertad para expresar las opiniones propias”. Por lo visto, la carencia de libertad, igualdad de oportunidades y movilidad social les dice a los jóvenes turcos que estarían mejor en un país cristiano. “Y es que los jóvenes turcos, incluidos los pro Erdogan, saben que en Suiza podrían expresar sin temor sus opiniones (…) que podrían tener una [exitosa] carrera profesional sin recurrir al nepotismo y que no tendrían que hacer frente a un interrogatorio policial por el mero hecho de expresar sus ideas”, comentó la columnista Elif Çakır.

El envejecimiento del país es otro de los fiascos de la ingeniería social erdoganita. Desde 2008, el líder populista-islamista no deja de urgir a las familias turcas a tener al menos tres hijos, “y si es posible cuatro o cinco”. Sin dar nombres, Erdogan se justifica diciendo que se trata de armar una defensa contra “aquellos que quieren aniquilar nuestra nación”.

Pese a la campaña pro baby-boom de Erdogan, en Turquía el número de nacimientos cayó un 3,6% entre 2017 (1,24 millones) y 2018 (1.29). La tasa de fertilidad ha caído también, de 2,07 a 1,99, lo que quiere decir que el país sigue por debajo de la tasa de reposición (2,1).

La evolución demográfica de Turquía desafía los dictados de la ingeniería social islamista de Erdogan, pese a la indiscutida popularidad, el poderío y el autoritarismo del mandatario. Las familias turcas ignoran su llamamiento a que tengan al menos tres hijos y sus jóvenes seguidores están listos para marcharse a un país cristiano.

Este no es el panorama demográfico con el que soñaba Erdogan, pero es el resultado lógico de sus carencias democráticas. Como ya he sugerido en otra ocasión, “quizá el mejor servicio de Erdogan a su país ha sido mostrar a los jóvenes qué significa vivir bajo un régimen islamista”.

 

 

 

 

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