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Umberto Eco: Era una noche oscura y tormentosa

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Portada de la revista Linus. Año 1, número 1.

Hace más de cincuenta años escribí un libro en el que, entre otras cosas, analicé tiras cómicas como “Peanuts”, “Krazy Kat” e incluso “Supermán”.

Un crítico de ese libro —titulado Apocalípticos e integrados en su edición en español— se quejó de que yo había aplicado técnicas intelectuales de literatura para analizar fenómenos culturales vulgares. Esas técnicas convenían más a materias más importantes, señaló, con la nariz respingada en el aire.

El crítico expresó su temor de que, pronto, tanto Platón como Elvis Presley serían considerados igualmente dignos de atención. Y después hizo una predicción: “No sé si exista el riesgo de que esto se haga realidad”, escribió. “Pero si llegara a hacerse, dentro de algunos años, los intelectuales italianos estarán produciendo películas, canciones y tiras cómicas… mientras que los jóvenes conferencistas universitarios estarán analizando el fenómeno de la cultura de masas”.

¡Vaya oráculo que fue! Ya desde el tiempo en que lo escribió, a principios de los años sesenta, Italo Calvino y Franco Dortini estaban escribiendo canciones y Pier Paolo Passolini y Alain Robbe-Grillet estaban haciendo películas. En los años setenta algunas universidades de Italia ofrecían cursos de comunicación de masas.

Pero quizá ni siquiera ese crítico hubiera imaginado que en marzo de este año se celebraría en la unidad estatal de Milán el cincuentenario del nacimiento de Linus, la gloriosa revista italiana dedicada básicamente a los cómics.

Fundada y dirigida por muchos años por Giovanni Gandini, Linus vio la primera luz del día en la histórica librería Milano Libri. La revista publicaba tiras cómicas estadounidenses, como “Peanuts”, “Pogo”, “Lil’l Abner” y “Dick Tracy”, junto con artículos que analizaban el espíritu de 1968 y otros temas. Posteriormente Linus presentó cómics de artistas italianos, como Guido Crepax y Hugo Pratt.

Para ampliar aún más el legado de Linus, la editorial Rizzoli-Lizard publicó recientemente Linus: historia de una revolución nacida en broma, de Paolo Interdonato. La obra reconstruye la historia de la revista, así como el medio milanés de su tiempo, señalando la influencia de Linus en por lo menos una generación de fans del cómic.

Pero demos un paso atrás por el momento. ¿Cómo fue que Gandini y sus amigos llegaron a amar los cómics estadounidenses de principios de los sesenta, cuando nadie en Italia los publicaba en ese tiempo?

En el puesto de revistas Algani, en la Piazza della Scala de Milán, recuerdo haber vistos cómics de Estados Unidos, pero éstos eran generalmente historietas como “Supermán” y “Donald Duck”, de Disney. Por supuesto, Gandini pudo haber ido a Estados Unidos y encontrado los cómics en su fuente misma. O quizá los encontró en manos de los primeros liberadores estadounidenses, que es exactamente lo que me ocurrió a mí.

Pero aun antes de que terminara la guerra, en Roma, en 1945 surgió una pequeña revista llamada Robinson. Traía a “Dick Tracy”, “Li’l Abner”, “Terry and the Pirates”, de Milton Caniff, y “Secret Agent X-9”, entre otras. La revista no duró mucho y su tema era demasiado nuevo para encontrar mucho favor ya fuera entre los niños o los adultos (aunque éstos no leían cómics en ese tiempo, de todos modos).

Como sea, es enteramente posible que fuera en las páginas de Robinson donde Gandini, de 16 años de edad, descubrió por primera vez esos cómics prohibidos, tal como los descubrí yo a los 13 años. Pero nunca lo sabremos. Gandini ya murió y ahora es muy difícil encontrar ejemplares de Robinson en los puestos de revistas (que además serían muy costosos). Ese arrogante crítico no pudo prever que algún día no sólo estudiaríamos el lenguaje y la historia cultural de los cómics, sino también la arqueología y el coleccionismo de cómics.

¿Tenía sentido tratar en serio a Charlie Brown hace medio siglo? Ciertamente, yo pensé que sí. Me reuní con Charles M. Schulz, el creador de Charlie Brown, solo en una ocasión, en un bar de París poco antes de su muerte en 2000. Él me agradeció por el prólogo que escribí para el primer libro de “Peanuts” publicado en italiano, que The New York Review of Books había vuelto a publicar 20 años después.

¿Qué me preguntó Schulz casi de inmediato? Él quería saber qué pensaba yo de Jesucristo. No recuerdo mi respuesta —probablemente porque no fue particularmente notable—, pero en ese momento me convencí de que Schulz no sólo dibujaba adorables personajes de historietas. Él también era un poeta con inquietudes filosóficas.

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