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Un Ave Fénix llamada Notre-Dame

Tras el incendio de la famosa catedral el 15 de abril de 2019, los trabajos de restauración avanzan e, inevitablemente, abren el espacio para la especulación sobre la posible “modernización” del monumento. Este artículo recuerda un poco su larga historia y, desde ahí, asume una postura sabiamente conservadora.

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Puede suceder que una destrucción tome un sentido aún más profundo y enigmático que la más bella de las construcciones. Cuando la flecha de Notre-Dame de París se desplomó envuelta en una llamarada la tarde del espantoso incendio de la catedral, la emoción que se apoderó de los espectadores que lloraban viendo el desastre dio la vuelta al mundo. Hoy día, vuelve la esperanza de contemplar de nuevo Notre-Dame, pues los trabajos avanzan y progresa su restauración.

La construcción de este monumento y joya del patrimonio mundial se inició en 1163 y se terminó en 1345. Modificada durante el siglo XVIII, estuvo a punto de ser demolida a causa de su vetustez en el siglo XIX, salvada in extremis gracias a la novela de Victor Hugo titulada Notre-Dame de Paris, cuya popularidad creciente decidió su restauración.

Pero Victor Hugo no es el único ni el primer escritor inspirado por la construcción gótico-romana que es la catedral de París. Desde el siglo XIV, Christine de Pizan (nacida en 1364) narra parte de su libro La cité des femmes en Notre-Dame, volumen en cuya portada aparecieron varias mujeres trabajando en su edificación. Desde el siglo XII, escritores del mundo entero no han cesado de apasionarse, fascinados, imantados por el magnetismo de esta catedral. Poetas o prosistas: Villon, Rabelais, Huysmans, Peguy, Dumas, Claudel, Vasconcelos, Aragon, Proust…

Victor Hugo quiso hacer de la catedral parisiense el reflejo del París medieval y, de alguna manera, de su época. Historia del amor de un feo jorobado, Quasimodo, por la hermosísima gitana llamada Esmeralda. Alrededor de ellos, entre las estatuas de santos, apóstoles, ángeles y figuras garigoleadas de seres mitológicos, surgen los habitantes de la Corte de Milagros con sus asesinos, sus ladrones, sus mendigos y su rey de los truhanes.

Paul Claudel narra la historia de su conversión al catolicismo, destello de una iluminación de la fe, durante una visita al interior de Notre Dame. Muy distinto, pero igualmente palpitante, es el relato de José Vasconcelos en La catástrofe sobre el suicidio, ocurrido en la nave de la catedral, de su amante y mecenas, la bella María Antonieta Rivas Mercado.

Marcel Proust escribió modestamente que no aspiraba a hacer una catedral sino un simple vestido. Sin embargo, toda la escritura de En busca del tiempo perdido es la estructura de una catedral con sus vitrales, su nave central como una avenida entre los árboles, sus estatuas, su órgano, sus altares laterales, sus pasadizos secretos, sus corredores en alto…

Pocos monumentos tienen semejantes dimensiones en la reputación y en el espíritu de la cultura francesa, y de muchos otros países, como Notre-Dame de París. En la actualidad, nuestra época contemporánea, la torre Eiffel parece haber conquistado un lugar semejante, e incluso superior en la imaginería popular, cuando es posible constatar que cada turista considera un deber fotografiarse ante ella o enviar a sus amigos y conocidos una tarjeta postal que la represente. La torre Eiffel era la imagen de la modernidad industrial, una muy audaz construcción que levantó muchas polémicas desde su aparición, la cual debía ser efímera, y sólo durar el tiempo de una Exposición Universal. Mientras algunos consideraban que era un verdadero monstruo, otros celebraban la originalidad de su inventor, el temerario Gustave Eiffel.

“Al final estás harta de este mundo antiguo/ Pastora, oh torre Eiffel, el rebaño de puentes bala esta mañana…”: versos del poeta Guillaume Apollinaire, autor de tantos otros homenajes a los paisajes de París, como el canto de amor al Puente Mirabeau, antes de escribir en Alcools la “Chanson du Mal-aimé”.

Pero el mito de Notre-Dame de París, lejos de celebrar una modernidad cualquiera, representa hoy, al contrario, toda la presencia del pasado y de la Historia. Por ello, cuando se la remodeló en el siglo XIX, se procuró conservar cada uno de los detalles que hacen de ella lo que es y forman su identidad. Querer hacerle cambios para “modernizarla” con su actual restauración es una propuesta de un ridículo grotesco. O peor, una de esas manipulaciones que algunos dictadores hacen a la Historia cuando retocan fotografías, desaparecen personajes de las fotos, reescriben los hechos y transforman la epopeya en una farsa irrisoria. Imaginar muebles de diseño moderno en su nave, telas abstractas colgadas de sus muros, estatuas cubistas de apóstoles, una Virgen a la Warhol, un equipo de sonido electrónico en vez de órgano, una flecha con su arco, proposiciones que levantan polémicas, aunque es probable que, al final, el respeto de la Historia sagrada de la catedral ganará sobre las peligrosas iniciativas de los partidarios del modernismo a cualquier precio.

La devoción de los franceses por Notre-Dame no es sólo religiosa, muchos de sus admiradores no son creyentes, pero el carácter sagrado del monumento los conmueve hondamente, a causa de la excepcional calidad de su arquitectura y del testimonio histórico que representa. Ella encarna una parte de eternidad.

 

 

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