Un drama en profundidad
Tiene una dosis de razón comparar la escasa cobertura mediática de la tragedia que involucra a miles de jóvenes árabes y africanos, desaparecidos en las aguas del Mediterráneo mientras escapan hacia Europa, con el frenesí que siguió esta semana la suerte del sumergible Titán en las vecindades del siniestrado Titanic, pero elude detalles más significativos del drama que la aldea global presenció con angustia según se agotaba la esperanza de rescatar con vida al quinteto de tripulantes.
Precisamente porque al hacerse cotidiano se ha banalizado el éxodo de tantos miserables en busca de mejores horizontes y asistimos con indiferencia a la estadística fatal que engorda con cada naufragio, y como reza el primero de los axiomas que enseña la escuela de periodismo, no es novedad cuando el perro muerde al amo sino cuando sucede lo contrario, y era lógico que despertase más atención el artefacto perdido en las gélidas costas canadienses por su vinculación con uno de los sucesos más icónicos de la historia contemporánea.
Y porque el episodio se conecta con otro, del ingreso a la carrera espacial de la nueva super-clase archimillonaria que surgió en el último cuarto de siglo gracias a la revolución informática, alérgica a cualquier clasificación ideológica y ávida de invertir sus fortunas descomunales en proyectos más y más glamorosos.
Sobre todo al margen y en competencia con los estados que hasta ahora monopolizaban el escenario mundial y un establishment perplejo ante el reto de nuevos y todopoderosos personajes, omnipresentes en cadenas informativas que con frecuencia les pertenecen, con iniciativas que contrastan con el declive de un liderazgo político cada vez más mediocre e irrelevante.
De emprendedores como el infortunado Stockton Rush que ha implosionado, literalmente, con su compañía OceanGate, pretendiendo extender el negocio turístico a los fondos marinos con un batiscafo que carecía de las necesarias garantías de seguridad.
Las mismas, por cierto, que tampoco protegieron a los hermanos Wright en su brevísimo vuelo pionero ni a tantos exploradores que dieron con sus huesos en la carrera al Polo Sur y, muchísimo menos, al alucinado navegante genovés que hace cinco siglos cambió el curso de la historia al descubrir un nuevo mundo.
Porque la enseñanza que podría extraerse de la trágica incursión del sumergible es que la curiosidad y la codicia movieron y seguirán moviendo a la humanidad, porque dieron origen a las modificaciones técnicas y legales introducidas a raíz del hundimiento en 1912 del colosal trasatlántico presuntamente insumergible que ahora ha cobrado nuevas víctimas, y a los adelantos tecnológicos que desde el vuelo inaugural de Yuri Gagarin permiten ahora avizorar incluso la instalación de colonias humanas en otros planetas del sistema solar.
Y en definitiva, porque el drama del OceanGate sólo ha venido a confirmar la sentencia lapidaria de Blas Pascal, de que la fuente de todas nuestras desdichas radica en la incapacidad de quedarnos tranquilos, viéndonos el ombligo en la serenidad de nuestra habitación.
Varsovia, junio de 2023