Un fracaso olímpico de España
Alguien debería plantearse muy seriamente por qué países de nuestro entorno están tan por encima de España, en lugar de vitorear que por primera vez haya más mujeres que hombres en el equipo nacional
Se acabó París 2024. Adiós a largas horas de sofá con el waterpolo en la televisión, el balonmano en el portátil, las aguas bravas en el iPad, el judo en el móvil y sintiendo rabia por perderte el baloncesto 3X3 por no tener más pantallas a mano. Los Juegos son eso, disfrutar con deportes que a veces ni entiendes a los que normalmente no les dedicarías ni cinco minutos, solo por ver cómo un español consigue una medalla. Durante dos semanas cada cuatro años dejas de hablar de fueras de juego, del VAR y de Negreira para intentar comprender lo que es un ippon, distinguir entre sable, espada y florete y aprender que la pelota en el bádminton se llama volante y no cosa con plumas. Y por una magia especial que envuelven los Juegos Olímpicos, los vives como si fueran a ser tus últimos o como si conocieras a los deportistas de toda la vida.
España se plantaba en París con la mayor delegación de su historia y con la esperanza de conseguir superar el récord de Barcelona 92. No era una ninguna milonga –esta vez no–, ya que el ciclo olímpico había sido triunfal para nuestros deportistas y en los Mundiales se habían logrado hasta 30 metales en las diferentes disciplinas. Pero en los Juegos no se alcanzó ni la veintena.
Se puede hablar de mala suerte y no sería desacertado. Jon Rahm perdió una medalla que tenía en su mano, Carolina Marín se rompió cuando iba directa hacia el oro, los Nadalcaraz, la pareja más mediática de los Juegos, solo pudieron llegar hasta cuartos… y la guinda fue ya que a Laura Heredia, la participante española de pentatlón moderno, le tocara por sorteo un caballo que no quiso saltar en la prueba de hípica. A la delegación española le miró un tuerto camino de París, pero quedarse en eso sería un análisis simple y jugar a hacer trampas al solitario.
Si España quiere mejorar, hace falta invertir en el deporte. La última vez que se pensó en ello fue con la creación del Programa ADO, pero estamos hablando de 1987, con los Juegos de Barcelona en el horizonte. España logró dar un salto de calidad y alcanzó las todavía insuperables 22 medallas. Hoy, 32 años después y con 220 metales más a repartir, nos tenemos que conformar con 18 en unos Juegos en los que no ha participado Rusia.
Alguien dentro del COE, del CSD y del Gobierno debería plantearse muy seriamente por qué países de nuestro entorno están tan por encima de España, en lugar de vitorear que por primera vez haya más mujeres que hombres en el equipo nacional. Italia invirtió considerablemente en el último ciclo olímpico y pasó de rondar la treintena a alcanzar las 40 medallas tanto en Tokio como en París. Gran Bretaña y Francia apostaron por el deporte de cara a sus Juegos y han conseguido réditos, superando las 60 medallas. Hasta Países Bajos, con menos de la mitad de la población que España, casi dobla en metales a nuestra delegación.
El deporte no es un caballo ganador para un Gobierno, porque no da votos y lo relega a un segundo plano. Es sembrar para que sea otro el que recoja la cosecha, porque si Pilar Alegría llega en septiembre al Consejo de Ministros con un plan de cara a Los Ángeles 2028, quien se llevará la alegría que ella lleva en su nombre será su sucesor o el Álvaro Martín de turno de dentro de cuatro años, que lo último que hará será agradecerle nada al Gobierno. Así que mejor seguir con estrategias electoralistas para que nada cambie. Además, para poner algo así en marcha habría que convencer a los socios independentistas de Sánchez, que ya sabemos que siempre buscan lo mejor para el país. Y tendrían que votar a favor de unos Presupuestos que fomentan la marca España a través del deporte. Suerte con eso.