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Un nuevo gobierno de las derechas

La doctrina Chicago-Gremialista simplemente no contiene respuestas para todo esto. Fue útil en otra hora; hoy es un ideario exánime. Si las derechas quieren gobernar, deberán pensar de nuevo. Y pensar en serio. No bastan peroratas ni exabruptos sumados al ideario caduco.

Un nuevo gobierno de las derechas

 

A estas alturas, el asunto ya no es quién ganará las elecciones. Esa página está prácticamente escrita. Lo que verdaderamente importa —lo que ya se cierne sobre el país como una bruma espesa que exige lucidez— es cómo gobernará Kast. Porque una cosa es diagnosticar el desorden y otra muy distinta es conducir, con coherencia política, un país cuyo deterioro institucional y productivo lleva más de dos décadas incubándose, silencioso y persistente, como un movimiento subterráneo de entidad.

El Congreso será un primer escollo. Aunque centristas, centroderecha y derecha son mayoría, la convergencia no será automática. Se necesitará arte de persuasión, porque estos grupos no sólo se han distanciado en el tiempo. Además, han desarrollado hábitos mentales, incentivos y racionalidades parciales específicas que no se desactivan con facilidad. Hoy los une el temor al comunismo; mañana volverán a afirmarse sus diferencias, cada una buscando fortalecer su propio nicho.

La formación del gobierno será la segunda prueba. Kast tendrá a mano cuadros provenientes de la UDI —él mismo, Squella, Álvarez—, pero en general los Republicanos carecen de experiencia en el gobierno, un saber práctico que no se improvisa. La derecha tradicional (RN y UDI) sí posee parte de ese capital institucional. Podrían sumarse figuras del grupo Amarillos-Demócratas. No así —conviene advertirlo— el piñerismo-ex-Evópoli, que no sólo fracasó al conducir la campaña de Matthei, sino que terminó por consumir autodestruirse en su mezcla de esteticismo liberal y tecnocracia sin sustancia.

Pero el problema más profundo es otro: las derechas carecen, desde hace años, de un pensamiento político robusto, de aquellos que orientan épocas y permiten articular una acción coherente en el mediano y largo plazo.

El último ideario articulado —el de Jaime Guzmán— fue hijo de otro tiempo: mercado como principio ordenador, Estado mínimo bajo subsidiariedad negativa, conservadurismo moral. Ese esquema sirvió mientras la política se trataba de contener al Estado y frenar la liberalización social. Pero sus límites quedaron expuestos cuando las derechas debieron gobernar.

¿Cómo orientar un gobierno desde una matriz que, en lo básico, desconfía del propio acto de gobernar? El 2011 lo dejó claro: ante las movilizaciones estudiantiles, la administración se paralizó. El lenguaje tecnocrático de la eficiencia no respondía a demandas cuyo trasfondo era político, redistributivo y de igualdad de oportunidades.

En lo económico, además, se evidenció, bajo los gobiernos de las derechas, que ellas llevaban años administrando los rendimientos decrecientes del ciclo exportador, sin haber diseñado un proyecto productivo de largo plazo, atrapada en un equilibrio de baja productividad que sólo unos pocos sectores concentrados lograban amortiguar.

Cuando Piñera retornó sin un discurso más denso, la historia se repitió. El estallido de octubre de 2019 mostró no sólo la fragilidad del sistema político, sino también el agotamiento de la matriz productiva: capital humano debilitado, informalidad creciente, innovación estancada, Estado fragmentado y sin capacidades estratégicas.

Fue en el interludio entre Piñera-1 y Piñera-2, en 2014, cuando escribí algo que hoy resuena, lamentablemente, con más fuerza que entonces: “Existe la posibilidad de que Piñera aparezca en un par de años como el especialista apto para restablecer los niveles de crecimiento. Vale decir, si tiene suerte volverá al poder. Pero hay un después de Piñera. E incluso Piñera necesita urgentemente un discurso más denso, si su nuevo gobierno ha de ser capaz de conducir con argumentaciones bien planteadas al pueblo en ebullición” (ver aquí).

Ese “después de Piñera” es precisamente donde estamos hoy. Y las derechas llegan a él con las manos vacías en el plano intelectual.

Siguen repitiendo la combinación de 1989: Estado reducido, mercado como principio absoluto y una moral sexual conservadora (o liberal, según la facción). La fórmula diseñada para un país -¡de hace 40 años atrás!- que ya no existe. Hoy enfrentamos algo completamente distinto. Consta una triple crisis, de seguridad, legitimidad institucional y productividad (estancada desde 1998). A ella se suman sistemas sectoriales en franco deterioro: educación colapsada, salud pública con gente muriendo en las listas de espera, territorios que se secan y se despueblan, incapacidad estatal para sostener bienes básicos, y la seguridad.

La doctrina Chicago-Gremialista simplemente no contiene respuestas para todo esto. Fue útil en otra hora; hoy es un ideario exánime. Si las derechas quieren gobernar, deberán pensar de nuevo. Y pensar en serio. No bastan peroratas ni exabruptos sumados al ideario caduco. Se requiere un nuevo proyecto político existencial.

Ese proyecto político existencial debe incluir la reforma profunda del sistema político, la modernización de la inteligencia y seguridad estatales, el fomento productivo de largo plazo, no de coyuntura; un sistema hidráulico nacional, estrategias de conectividad y colonización del territorio; integración real de los regímenes de salud e incentivos a la innovación capaces de romper el equilibrio rentista.

La pregunta decisiva es ésta: ¿Con qué visión doctrinaria, con qué noción de país, con qué principios se realizarán estas reformas?

Porque gobernar sin pensamiento es administrar la penumbra; y administrar la penumbra conduce, inevitablemente, al fracaso.

Se dirá que siempre ha sido más o menos así. Esto es falso. No siempre fue así.

En la temprana República —Portales, Bello, Montt, Varas—; en el Centenario —Encina, Edwards Vives, Tancredo Pinochet, Salas, Galdames—; en los grandes momentos reformistas de Ibáñez y el segundo Alessandri, las derechas chilenas tuvieron pensamiento. Tuvieron visión nacional. Tuvieron la capacidad de imaginar al país entero, como un todo, no sólo una planilla de eficiencia o una retórica moral, o un agregado de los dos.

Hoy esa visión no existe. Y sin ella, un eventual gobierno de Kast se enfrentará a sus límites, probablemente, antes de cumplir un año.

Urge, entonces, parir un nuevo pensamiento. Sin él, todo será, eminentemente, reacción. Con él, podría comenzar, por fin, una verdadera salida a la crisis que se abrió para el Bicentenario y que aún nos envuelve.

 

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