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Una Bitácora cubana (C)

 

 

1 – El comunismo en Cuba: apuntes de un crimen

 

Alberto Méndez Castelló publicó en Cubanet, en varias entregas, un magnífico trabajo sobre el comunismo en Cuba, sus orígenes y desarrollo. Un trabajo que cubre buena parte de la historia cubana así como la llegada de la mal llamada revolución hace ya 65 años.

Una primera pregunta que busca responder el autor es: ¿hubo socialismo en Cuba? Y su respuesta inicial es perfectamente compartible: “en Cuba hay un gobierno dictatorial” que reprime las libertades civiles, políticas y los derechos económicos fundamentales con doctrinas de apartheid.

Excelso practicante de la mentira, Fidel Castro negaba ser comunista. Lo cierto es que actuó siguiendo la praxis soviética clásica, el totalitarismo estalinista. En palabras del autor:

“En Cuba se ha cometido un crimen de lesa humanidad en tiempos de guerra civil (1959-1965), como también en tiempos de paz desde esos años de guerra y hasta el presente, al segregar a la población civil, ejercer traslados forzoso de población, deportación, encarcelamientos, persecución y muertes de personas, todos esos hechos con un fin premeditado, oculto y con un propósito avieso: el de inducir en una nación un credo político que por idiosincrasia, cultura, e historia le es hostil o cuando menos indeseable, el comunismo, todo con el propósito de instaurar en el poder a un grupo de personas, es necesario preguntar: ¿Es Cuba o lo fue antes de 1959 un país con población atraída por el socialismo o el comunismo?

Lo cierto es que los comunistas cubanos, que no había podido implantarse en las primeras décadas del siglo pasado, se aliaron primero con Fulgencio Batista y luego con Castro. Todo arrancó en la década de los cuarenta. Antes, desde 1899, cuando se fundó el Partido Socialista Cubano, sólo hubo varios intentos que culminaron en fracasos. Hubo organizaciones de variado pelaje, vinculadas a Moscú, e incluso con presencia de comunistas polacos, españoles, mexicanos y de otros países, radicados en Cuba. Pero siempre con falta de arraigo popular. Destaca el cronista a

 

“la Agrupación Comunista de La Habana, fundada el 18 de marzo de 1923, que, con unos 27 integrantes, era la de más militantes entre las nueve agrupaciones o grupos comunistas entonces existentes. Así no resulta raro entonces que fuera un comunista español, José Miguel Pérez, natural de Islas Canarias, quien fuera elegido como secretario general del Partido Comunista de Cuba”.

 

Es entonces evidente que estos comunistas, cubanos y extranjeros, no representaron nunca a la sociedad cubana.

No extraña entonces que uno de los objetivos permanentes del castrismo fue eliminar todo vestigio de aspiración democrática -como la que teníamos la mayoría de los cubanos en la lucha contra Batista- e instalar un régimen totalitario bajo los principios y valores del comunismo estalinista en un territorio ubicado tan sólo a noventa millas de territorio norteamericano.

Para ello, y con colaboración de los servicios de inteligencia soviéticos, una tarea inicial fue eliminar a la dirigencia social, principalmente de estudiantes, de sindicatos, de organizaciones de todo tipo que confiaban que la caída de Batista traería una nueva era de libertad. Incluso, de jefes militares cercanos a Castro, Como Huber Matos, quienes habían comenzado a denunciar la infiltración comunista en el mando de la revolución, que había sido de todos los cubanos, y que sería deformada y transformada en el régimen totalitario en que por desgracia se convirtió. Desde los primeros tiempos comenzaron a suceder hechos que generarían recelos y sospechas, como la sospechosa muerte de Camilo Cienfuegos en vuelo de Camagüey a La Habana, el 28 de octubre de 1959.

Tengámoslo claro: no fue que la sociedad cubana en 1959 era cercana, o estaba ganada al pensamiento socialista. El terreno fue hecho fértil por la traición del castrismo a los valores de la revolución según la pensaba y anhelaba el pueblo cubano.

 

 

2 – Armando Durán / Laberintos: El día que cambió la historia de América Latina

 

El periodista, escritor y diplomático Armando Durán, en nota publicada en América 2.1, destaca acertadamente el carácter necesariamente expansivo de las acciones del castrismo, que no vieron el proceso revolucionario como exclusivamente cubano. Latinoamérica era terreno a conquistar para la causa totalitaria.

Se ha mencionado muchas veces cómo el primer viaje al exterior de Fidel Castro fue a la rica Venezuela. Exigió y pidió, pero el recientemente electo presidente democrático, Rómulo Betancourt, quien conocía muy bien y le tenía las medidas tomadas a Castro, rechazó las peticiones de éste. A partir de ese momento, Venezuela fue un objetivo esencial, con apoyo constante a las guerrillas comunistas en territorio venezolano durante los años sesenta, que sin embargo fracasaron rotundamente. Luego llegaría Chávez, y la desgracia venezolana ya cumple un cuarto de siglo.

La influencia no solo política sino cultural del castrismo se expandió especialmente en los años sesenta por América Latina, afectando especialmente a las juventudes universitarias y al mundo de la cultura.

En los años previos al triunfo castrista, nos recuerda Durán, los objetivos de la política

 

“se limitaban a proponer el establecimiento de regímenes formalmente democráticos. Sólo hasta ahí llegaba entonces la romántica impaciencia del hombre rebelde latinoamericano. Derrocar a Trujillo, a Batista, a Somoza, a Pérez Jiménez, a Odría, a Stroessner. Derrocarlos y reemplazarlos por gobiernos civiles de origen electoral, con sufragio universal, libertad de prensa y una justicia social retóricamente igualitaria pero nunca muy bien definida, que en ningún caso iba más allá de una simple declaración de buenas intenciones.

 

O sea, con objetivos más o menos coincidentes con los de las mayorías cubanas que serían engañadas y manipuladas por Castro, bajo un régimen de terror, de persecución, y de destrucción de las instituciones de la libertad como no se había visto previamente en el continente.

 

 “Es decir, que al iniciarse 1959, la ilusión de promover un auténtico cambio revolucionario en América Latina había terminado por diluirse en la hojarasca de ese modesto propósito de sustituir los gobiernos militares que asfixiaban la región por gobiernos respetuosos de los derechos políticos del hombre (…). Si tenemos en cuenta la aparición de radicales movimientos revolucionarios en Asia y África a partir de 1945, el estallido de la Guerra Fría y el temor a una posible catástrofe atómica mundial, debemos admitir que esta aspiración regional era exageradamente tímida, aunque perfectamente válida y suficiente para satisfacer los anhelos de libertad que sentía la inmensa mayoría de los latinoamericanos, sumidos, sin remedio aparente, en la oscuridad de atroces dictaduras militares”.

 

Para colmo, ni siquiera los servicios de inteligencia norteamericanos pudieron darse cuenta de lo que se estaba preparando en Cuba:

 

  “Esta falta de perspicacia llegó al extremo de que, en junio de 1958, cuando el enfrentamiento de la guerrilla fidelista y la resistencia urbana con las fuerzas militares y policiales de la dictadura de Fulgencio Batista alcanzaban una intensidad reveladora de la inminencia de un desenlace de la crisis cubana por la vía violenta de la lucha armada, en Washington se descartaba la contaminación marxista-leninista del movimiento rebelde. Prueba de esta equivocada visión de lo que ocurría en Cuba la ofreció el propio Allen Dulles, poderoso director general de la CIA, en la reunión número 362 del Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos, celebrada en abril de aquel año, al afirmar que no existían evidencias de que el Movimiento 26 de Julio actuara bajo el influjo o contara con apoyo comunista.

 

(…) “No sería hasta finales de ese año -1958- , en la reunión del Consejo el 18 de diciembre, muy pocos días antes del derrocamiento de Batista, cuando sucesivos informes de la estación de la CIA en La Habana llevaron a Dulles a reconsiderar su posición y pensar que, si Castro tomaba el poder, fenómeno que tal como se desenvolvían los acontecimientos en la isla podría ocurrir en cualquier momento, era previsible que algunos militantes comunistas formaran parte del nuevo gobierno. El propio Dulles le informó personalmente al presidente Dwight E. Eisenhower de la magnitud de este peligro, aunque todavía en términos imprecisos: “Una victoria de Castro puede no ser favorable a los mejores intereses de Estados Unidos.”

 

Esta fue sin duda una de las subestimaciones, de los eufemismos más notorios de la historia de este continente.

Y muchos ojos comenzaron a abrirse, por fin, el 17 de mayo de 1959, cuando ya en el poder, Castro promulgó desde su antiguo cuartel general guerrillero en la Sierra Maestra la Ley de Reforma Agraria.

Sigamos con Durán:

 

    “En todo caso, a lo largo de 1958 y buena parte de 1959, prevaleció en Washington la convicción de que el orden económico y el sistema social imperantes en Cuba y en el resto de América Latina eran suficientemente sólidos para garantizarle un futuro tranquilo a la supremacía norteamericana en la región. (…)

  Por otra parte, la certidumbre que se tenía en Washington sobre una supuestamente firme estabilidad política en América Latina también se sustentaba en el optimismo que generaba el hecho de que el capitalismo en Estados Unidos alcanzaba en los años cincuenta sus niveles de mayor desarrollo y porque la consolidación del escenario ideológico diseñado en esta segunda posguerra mundial para armar en todos los frentes la defensa del “mundo libre” ante la “amenaza roja” se hacía de acuerdo con el anticomunismo más empecinado”.

 

Esta visión cambiaría sobre todo con la llegada de John Kennedy a la presidencia norteamericana, cuando se comenzó a cuestionar el apoyo que se le daba a diversos autócratas latinoamericanos como forma de contener la influencia comunista. Quizá era mejor dar apoyo a regímenes democráticos y reformistas, alejados, eso sí, de cualquier radicalismo que los acercara al enemigo soviético. La visita de Kennedy a la Venezuela democrática del gobierno socialdemócrata de Betancourt, pero en el que participaba asimismo la opción demócrata cristiana liderada por Rafael Caldera, le dio un impulso a otro tipo de cooperación, la llamada “Alianza para el Progreso”.  Pero poco tiempo después Kennedy fue asesinado, y la llegada de Lyndon Johnson significó la intensificación de la presencia norteamericana en el conflicto de Vietnam, que culminó con la retirada norteamericana de ese país bajo el Gobierno de Richard Nixon.

Con los años, la presencia castrista en América Latina ha solo causado daño. Han surgido organizaciones de inspiración castrista, como el Foro de Sao Paulo y el Grupo de Puebla, donde muchos jefes de partido y de gobierno socialistas -e incluso no socialistas- le sirven de apoyo y solidaridad no sólo al castrismo, sino a las tiranías venezolana y nicaragüense.

Concluyamos con sus palabras finales:

 

“En aquel excepcional punto de inflexión del proceso político regional, el dilema democracia o dictadura con que Germán Arciniegas resumía la vieja controversia sobre el rumbo a emprender en América Latina, con el triunfo de la insurrección en Cuba, de golpe y porrazo pasó a ser otra disyuntiva, muchísimo más categórica, inquietante y peligrosa: democracia burguesa o revolución socialista. Ya no habría paz en América Latina”.

 

 

Camilo Cienfuegos, Fidel Castro y Huber Matos

 

3 ERNESTO ESTÉVEZ: “La revolución y yo”.

 

Ernesto Estévez León, abogado cubano, desde su juventud residente en Venezuela, publicó en América 2.1 un interesante ensayo donde predominan sus recuerdos de lo que significó la llegada del castrismo al poder.

Estévez destaca un dato central del castrismo: su uso y abuso de los medios de comunicación, de la importancia de los hechos mediáticos para promover su agenda y sus designios y para la toma absoluta del poder.  Nos recuerda el autor:

 

“La proyección mediática de Fidel Castro fue posible gracias a que Cuba desde finales de la década de los años 50 punteaba en Iberoamérica en materia de comunicación social y medios informativos radiales y audiovisuales. Existían en la isla un aparato de radio por cada 6,5 habitantes, servidos por 270 estaciones transmisoras; un televisor por cada 25 habitantes, para 5 canales de televisión, uno de ellos a color; 101 ejemplares de periódicos por cada 1.000 habitantes, impresos por 5 grandes periódicos de alcance nacional; cerca de 30 importantes diarios de ámbito provincial y 28 revistas y publicaciones, siendo una de las principales y la de mayor circulación en Cuba e Iberoamérica, la Revista Bohemia”. (…)

 

“Ciertamente, la mayoría de la población cubana presumía que los 7 años de dictadura habían quedado atrás y que la muy progresista y humanista Constitución de 1940 que había sido derogada por unos Estatutos Constitucionales impuestos por Batista tras su golpe de Estado del 10 de marzo de 1952, retornaría como el pilar fundamental de la nueva Cuba, tal y como se había establecido en el Manifiesto de la Sierra Maestra-.” (…)

 

“Pero Fidel Castro tenía otros planes pues el 7 febrero de 1959 se aprobó por decreto la nueva Ley Fundamental que de hecho derogó la Constitución de 1940 y un día antes, el 6 de enero, se prohibieron por decreto los partidos políticos tradicionales, reconociéndose como únicas fuerzas políticas legales a las organizaciones y grupos armados que participaron en la lucha contra Batista. Para disfrazar el propósito absolutista de la eliminación de los partidos, Fidel anuncio el 9 de enero 1959 la celebración de elecciones generales “…en un plazo de 15 meses, más o menos”, lo que fue ratificado por el propio Castro el 22 de enero durante su visita a Caracas. Vencido ese lapso sin que se celebraran las prometidas elecciones, se impuso la política de la “democracia directa” que llevaría a Fidel a formular en su discurso del 1º de mayo de 1960 su retórica pregunta, ¿Elecciones, para qué?”

 

Estévez usa un recuerdo personal para mostrar la voluntad de cambio cultural autoritario que caracterizaría al castrismo:

 

“En mi hogar se celebró la Navidad de 1959 con el tradicional lechón asado y el pino de navidad. Ese pino navideño sería el último que decoraría mi casa pues en diciembre de 1959 se prohibió la importación de pinos y se abolió la figura de Santa Claus, por considerarla ajena a la cultura revolucionaria. Santa Claus fue sustituido por Don Feliciano, un guajiro que vestía una guayabera, sombrero de paja y, por supuesto, tenía barba. Don Feliciano no calaría bien entre los cubanos.”

 

Llegó entonces 1960 (para el autor  -y estoy de acuerdo- la década de mayor crueldad y horror en la historia de Cuba), con el discurso de Castro del 5 de marzo, y su “Patria o muerte, venceremos”, la aceleración de expropiaciones y confiscaciones, la continuación de los fusilamientos y los encarcelamientos, la creación de los Comités de Defensa de la Revolución, la persecución de la Iglesia Católica, “que se manifestó en el cierre de las escuelas religiosas, la expulsión de sacerdotes y monjas y el acoso con violencia e insultos a quienes asistíamos a Misa los domingos. En el plano internacional, Cuba pasó a formar parte del bloque soviético, convirtiéndose en el instrumento de Moscú para la extensión de su influencia al hemisferio occidental”.

En el resto del ensayo se nos detalla los siguientes pasos totalitarios, los alzamientos contra el régimen, el episodio de Playa Girón, y la conclusión de muchos cubanos de que no se podría contar con los Estados Unidos para salir de los Castro. En los días posteriores aumentó en la Isla el terror y la represión.

Un dato personal del autor que no podemos dejar de mencionar:

“El 17 de septiembre de 1961 – el mismo día de mi salida de Cuba – el gobierno revolucionario deportó a 136 sacerdotes, religiosos y monjas que fueron embarcados por la fuerza en el buque español “Covadonga” con destino a España. Entre los deportados se contaban Monseñor Agustín Román, fundador de la Ermita de la Caridad del Cobre, y Monseñor Eduardo Boza Masvidal, Obispo Auxiliar de La Habana, quien moriría en Venezuela en el año 2003 como Obispo Auxiliar de Los Teques. Con la expulsión de sacerdotes, la prohibición de celebrar actos religiosos de forma pública y la laicidad impuesta a la educación, en Cuba se impuso el castrolisismo como religión de Estado”. (…)

“Cumplidos con el catálogo de trámites burocráticos, se autorizó mi salida de Cuba sin acompañantes, fijada para el domingo 17 de septiembre de 1961 en un vuelo de Pan American Airways que saldría del Aeropuerto Internacional José Martí a las 4 de la tarde, con destino a la ciudad de Miami. (…)

“Antes de salir a la pista para abordar el avión miré a mis padres y les dije adiós con las dos manos. No los volvería a ver hasta junio de 1964 cuando ellos también salieron de Cuba, para nunca más volver. Cuando el avión despegó vi por la ventanilla a mi Cuba alejarse por primera vez en mi corta vida. El silencio que imperaba en la cabina tras el despegue era absoluto. Transcurrido unos 15 minutos de vuelo, el capitán de la aeronave habló por el altavoz y dijo en español, “Señoras y señores, volamos sobre aguas internacionales. ¡Bienvenidos a la libertad!”.

 

Marcelino Miyares, Miami, 23 de enero 2023.

 

 

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