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Una carta de Kurosawa a Bergman

 

A continuación, una carta de Akira Kurosawa a Ingmar Bergman, donde se muestra que el territorio del arte cinematográfico es mucho más amplio que las simples fronteras geográficas o culturales.

El director japonés comienza su carta -breve, pero llena de profunda empatía-  deseándole a su colega sueco un feliz cumpleaños número 70 (la carta fue enviada en julio de 1988). Pocas veces se tiene una prueba escrita con este tipo de elogios entre dos egregios artesanos del cine.

Luego continúa con un extraordinariamente cálido elogio: «sus obras me llegan al corazón cada vez que las veo, y de ellas he aprendido, así como me han alentado. Deseo que se mantenga con buena salud para que pueda crear más maravillosas películas». 

Asimismo, Kurosawa hace mención de Tessai Tomioka, un pintor japonés de producción muy prolífica, y cuyos mejores trabajos los hizo en edad avanzada (entre los 80 y 88 años). Kurosawa simplemente quería indicarle que quizá Bergman tenía obras meritorias que ofrecer (como haría con «En la presencia de un payaso», de 1997, o «Saraband», de 2003). Sin embargo, para el momento de recibir la carta, al parecer Bergman se había retirado; ese año el sueco había publicado sus memorias («La linterna mágica»), en la cual confesaba que «probablemente lamento el hecho de que ya no haré más películas». Su obra lo había hecho ganador -y merecedor- de tres Oscar (con doce nominaciones, además del Premio conmemorativo Irving G. Thalberg), dos nominaciones al BAFTA, Un Oso Dorado en el Festival de Berlín, siete premios en Cannes, Un Premio César y seis Globos de Oro (con nueve nominaciones), entre muchos honores.

De sí mismo, dirá en la carta el japonés: Ahora tengo setenta y siete años de edad y estoy convencido de que mi verdadero trabajo apenas está por comenzar». El propio Kurosawa produjo, luego de enviarla, «Sueños» en 1990,  «Rapsodia en agosto», en 1991, y «Maadadayo», en 1993. Falleció en 1998, diez años después de su correspondencia a Bergman.

Finalmente, hay que mencionar que el sentimiento de admiración era mutuo: el siempre autocrítico sueco llegó a decir que «El manantial de la doncella» era una «pésima imitación de Kurosawa», añadiendo: en ese momento, (1960, cuando no solo la obra de Kurosawa era conocida y admirada por sus colegas occidentales, sino que comenzaba, creando asombro general, el conocimiento de la obra de Yasujiro Ozu), «mi admiración por el cine japonés estaba en su punto más alto. ¡Yo mismo casi era un samurai!»

 

La carta:

Querido Sr. Bergman,

Por favor, permítame felicitarle por su setenta cumpleaños. Sus obras me llegan al corazón cada vez que las veo, y de ellas he aprendido, así como me han alentado. Deseo que se mantenga con buena salud para que pueda crear más maravillosas películas.

En Japón, hubo un gran artista llamado Tessai Tomioka que vivió en la Era Meiji (finales del siglo XIX). Este artista pintó muchos cuadros excelentes cuando era todavía joven, y cuando llegó a los ochenta años de repente empezó a pintar cuadros muy superiores a los anteriores, como si su obra estuviera en plena floración. Cada vez que veo sus pinturas, me doy cuenta de que un humano no es realmente capaz de crear obras realmente buenas sino hasta que cumple los ochenta.

Un ser humano nace bebé, se convierte en un niño, pasa por la juventud, la flor de la vida y finalmente vuelve a ser un bebé antes de concluir su existencia. Esta es, en mi opinión, el camino vital más ideal.

Creo que estará de acuerdo en que una persona se vuelve capaz de producir obras puras, sin ninguna restricción, en los días de su segunda infancia.

Ahora tengo setenta y siete (77) años de edad y estoy convencido de que mi verdadero trabajo apenas está por comenzar.

Resistamos juntos por el bien del cine.

Con mis mejores deseos,

Akira Kurosawa

 

 

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