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Una chica del Sur

 

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Hay una chica del Sur sobre cuyas letras han ido a parar muchos ojos. La búsqueda casi endémica de su poesía, porque no importa la forma, ella es una poeta, no ha sido más sino el amor. Esa chica nació en 1917 en Columbus, Georgia y en 1932 contrajo una fiebre reumática que desde ese momento la convirtió en una enferma hasta su muerte el 15 de agosto de 1967 tras 45 días en coma como consecuencia de una hemorragia cerebral. Fue al hospital muchas veces, por muchos motivos: intento de suicidio, una operación para reacomodar su cadera, otra para extirpar un seno por un tumor canceroso, una vez más para operar su muñeca, luego dos veces su brazo izquierdo, además de la repetida influenza que la hacía permanecer en cama de invierno en invierno y la pleuresía.

Esa chica escribía en medio de todo ese dolor, su nombre era Carson McCullers. De ella dijo Graham Greene: “Miss McCullers y tal vez Mr. Faulkner son los únicos dos escritores, desde la muerte de D.H. Lawrence, con una sensibilidad poética original. Yo prefiero a Miss McCullers que a Mr. Faulkner porque ella escribe con mayor claridad; y prefiero a Miss McCullers que a D.H. Lawrence porque lo que ella escribe no tiene mensaje”. Y antes Gore Vidal la calificaría como un genio, prediciendo que de todos los narradores del Sur, era ella quien tenía mayores posibilidades de trascender en la que llamó “nuestra época”. Para otros, fue una escritora menor, divertida e ingeniosa, pero menor. Sin embargo, si alguien amó su creación y se tomó el trabajo de acompañarla y subirla a grandes escenarios a través de las adaptaciones de sus obras fue el brillante Tennessee Williams, con quien incluso pasaría un fin de semana en Cuba y una temporada de vacaciones en casa del autor de teatro en Key West mientras adaptaba La Balada del Café Triste, The Square Root of Wonderful y Reloj sin Manecillas.

El apellido corresponde a su esposo, con quien se casó dos veces y con quien pasó múltiples episodios de pasión y trémulas separaciones, además de cuidados mutuos y cientos de viajes donde intentaban recomponer una relación deficiente, enfermiza, desapegada o demasiado dependiente, una absoluta contradicción. Era un hombre con experiencias de guerra, herido más de una vez en combate, enfermo también y finalmente suicida. En medio de eso, Carson McCullers, escribía.

En septiembre de 1934 viajó a Nueva York con apenas 17 años, financiada con la venta de un anillo de esmeraldas y diamantes, herencia de su abuela. Pero era la capital del mundo, una ciudad con un metro en el que puede perderse todo el dinero que se posee. Eso le pasó a la chica y tuvo que ponerse a trabajar en cualquier cosa para ganar dinero y cumplir con su meta de entrar a los cursos de escritura creativa ofrecidos por las universidades de Columbia y NY. Trabajaba y estudiaba, iba de un lado a otro agotada por intensas jornadas. Era muy joven y esa chica ya escribía.

Solo en un título dijo toda la verdad que le cabía en el pecho sobre la búsqueda del amor, en el título ya estaba concluido todo y fuera de pretensiones, supo con un poco de acné en su rostro aún, que para todos El Corazón es un Cazador Solitario. Allí está John Singer, un sordomudo cuya soledad simbólica bien representa la soledad en la que se vive en un mundo enrevesado y signado por el poder de los que pueden y la sombría vida de los que no han nacido con las virtudes necesarias para mantenerse con la cabeza en alto, mientras pueden mirar a los demás sin titubear. Causa dolor el personaje, causa grima el vaivén al que lo somete la vida, que incluso llega a quitarle a su único amigo, sordo también, entonces la única comunicación que tiene en el mundo se rompe para dejarlo en un abismo desangelado. A los 23 años, era sobre esto que la chica escribía.

Y aparece Miss Amelia y su deforme primo Lymon. En La Balada del Café Triste toda la complejidad del mundo se resuelve en ese lugar de la tacaña y tozuda Mis Amelia, solamente debilitada por ese supuesto primo que de buenas a primeras apareció un día para hacerle creer que ella le debía algo, o mucho, y hacerla cargar con su figura por un buen rato, convirtiéndose esa carga en el único gesto de generosidad que la mujer le ofreció al mundo. La soledad de esa mujer y su apartamiento de todo el tejido social, son de nuevo la afirmación de que a esta vida no se viene con nadie de la mano, nadie nos puede ayudar a llevar el paso. Y ahí también el amor es otra búsqueda inútil, llena de malabarismos y retorcimientos, tal como el cuerpo de Lymon.

Esa chica del Sur escribía, era lo único que importaba. Supo pararse encima de su dolor y sacar de adentro lo que auténticamente tenía para decirle al mundo, aun cuando permanecía prácticamente inválida por efectos de una enfermedad acumulativa, porque no puedo llamarla de otra manera. Escribía para sobrevivirse a sí misma, como tantas otras chicas, solo que esta supo dejar en sus páginas todas las palabras que durante su amenazada vida cazó en los campos de batalla de su alma. Por eso Carson, yo no pude escapar a ti, por eso me inventé a Ethan, el hijo jorobado y belfo que supuse pudo haber parido Miss Amelia tras unas noches de lujuria con el primo Lymon; lo inventé para hablarte, porque yo necesitaba traerte a vivir a mi escritura, aunque claro, yo no soy una chica que baje de los aviones acompañada de Tennesse Williams.

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