Una Constitución a la medida del miedo de Rosario Murillo
La historia es larga y al final de cuentas la Constitución “Chamuca” será repudiada, igual que sus creadores. No serán eternos. De eso estamos seguros
Una de las incógnitas nacionales, en la medida en que Daniel Ortega se acerca al término de su esperanza de vida, ha sido lo que pasará el día que él falte. Se considera que la lealtad a ese personaje ha sido la argamasa que une la cúpula de poder en Nicaragua.
A Humberto Ortega le costó la vida atreverse a plantear que la única sucesión viable sería la convocatoria a elecciones pues nadie estaba en condiciones de suplantarlo. Negar el rol de Rosario Murillo ante ese vacío de poder hizo caer sobre él el odio y venganza cruel de la susodicha; un odio y venganza que pudo más que la historia de los dos hermanos Ortega. Es ampliamente conocido que a Humberto Ortega le debió Daniel su ascenso a coordinador de la Junta de Gobierno y luego a presidente en 1984. De nada le valió ese pasado cuando se atrevió a cuestionar que ella sería la sucesora indiscutible.
En la actualidad, podemos suponer que Rosario Murillo ha logrado regir la voluntad de Daniel Ortega. Él estará claro que a ella le debe la administración del poder, y la voluntad ciega y sin escrúpulos de conservarlo a cualquier costo. Se juntaron el hambre con las ganas de comer en un binomio monstruoso de dos inescrupulosos mesiánicos a quienes sus socios y adláteres les han cedido un poder absoluto.
Esa lealtad al caudillo es, sin duda, el acicate del miedo de la Murillo. Ella sabe que se le teme y que no es el amor precisamente el sentimiento que facilitaría una transición de poder de él a ella. Al contrario, su personalidad paranoica, pende como espada de Damocles hasta sobre el más dócil de sus súbditos. Ellos lo saben, igual que ella sabe que, ya sin Daniel, sobrará quien quiera dejar de vivir con el temor constante de que ella les corte la cabeza. Ese miedo y la avaricia de mantener su estatus y gobernar impune el día que Daniel falte, están detrás de esta nueva Constitución. Que se le llame “reforma” oculta la realidad de que la reescritura de más de cien artículos habría requerido para ser válida de una Asamblea Constituyente.
Que esta reescritura ha sido hecha a la medida de sus necesidades y sus miedos, es evidente. Veámoslo en los puntos más obvios.
1. Ella se nombra co-presidenta. Se crea una presidencia integrada por un matrimonio y se crea a nivel constitucional, lo cual quiere decir que queda establecida como ley y modo de ejercer el poder en el país. Una disposición que nace, no de la necesidad del país, sino de la necesidad de ella de ostentar el cargo de presidenta, sin que el pueblo la haya elegido para ese fin. Podemos suponer que, después que muera Daniel, ella reinará con Laureano, su hijo. Cuando ella muera, regirán Laureano y Juan Carlos… y así sucesivamente. Se alternará la familia por años y años. La nueva Constitución crea sin ningún pudor, a la vista y paciencia de un partido totalmente sometido y de un pueblo encarcelado en su propio país y atemorizado, una dinastía sin precedentes.
2. Otro escenario que ella teme es que, muerto Daniel, el ejército pueda rebelarse. Por eso convierte en Constitucional un ejército “voluntario”, paramilitar; una fuerza que la defenderá a ella, conformada con sus fieles, que estará bien dotada económicamente, ideologizada y que será entrenada por el ejército o por los mismos viejos que salieron a matar jóvenes en 2018.
3. Se arroga oficialmente, pues ya los maneja a sus anchas, todo el poder sobre el Poder Legislativo, Judicial y Electoral, eliminando así la independencia de los poderes del Estado, refrendada en anteriores Constituciones.
4. Su presidencia, ahora descarada, se atribuye el mando supremo sobre el Ejército y las fuerzas armadas, no sólo para defender el país de amenazas externas, sino para usarlo dentro del país cuando “la estabilidad” lo requiera. Oficializa así el poder que, ya como esposa de Daniel, ejercía.
También pone en blanco y negro la potestad que ha venido utilizando, sobre los poderes locales y suprime la autonomía municipal. Le pasa –de nombre- la facultad de quitar y poner alcaldes a la Procuraduría. Da hasta risa leer lo poco que le vale el mando de los alcaldes cuando se establece que cualquiera de ellos podrá ser relevado, entre otras fallas, por el solo hecho de faltar tres días al trabajo.
Les recomiendo leer todos los cambios. Entre ellos la definición del Estado como “revolucionario y socialista” y el ascenso de la bandera partidaria a símbolo patrio. O sea, todo partido para existir constitucionalmente deberá ser revolucionario y socialista. Olvídense de pensar que habrá otros partidos.
Este abominable fantoche de constitución se aprobó en menos de cuarenta y ocho horas, como era de esperarse, en la Asamblea Ovejuna del país.
Nunca las Constituciones de nuestro país -once en total- se habían hecho con la desvergüenza de ajustarse a la conveniencia de un matrimonio.
La historia es larga y al final de cuentas la Constitución “Chamuca” será repudiada, igual que sus creadores. No serán eternos. De eso podemos estar seguros. La tumba les aguarda con sus fúnebres ramos. Y ahora que ella está segura, veremos cuánto dura Daniel Ortega.