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Una defensa de la Cartilla

El presidente sugiere que leamos la Cartilla moral de Alfonso Reyes. Me parece buena idea. Aunque en estos días se hablen pestes de ese ensayito, es una sugerencia que aplaudo. Por supuesto que es un texto que ha envejecido mal. Es posible que sea el peor texto de Reyes pero, aún si lo es, es infinitamente mejor que los textos con los que nos atragantamos cotidianamente. Nunca será mal momento para encontrarse con Reyes, así sea a través de la lectura de su lista del mandado.

Para promover el encuentro con este manual, el gobierno ha dispuesto su publicación con un tiraje extraordinario. La edición gubernamental no podría ser más fea y, sobre todo, más contraria al espíritu del texto y de su autor. Nada tan distante a la suave prosa de Reyes que la estética postiza del heroísmo. Fieles a la iconografía del oficialismo, los diseñadores de la edición ilustran las lecciones del regiomontano con estampitas de héroes. Sor Juana aparece, pero se le representa como una efigie marcial, un soldado que, desde Nepantla, intuía y anhelaba la cuarta y definitiva transformación de la patria.

Sería absurdo pensar que esas cuartillas puedan ser hoy una guía práctica de conducta. Mucho más absurdo, aún ridículo, el creer que pueda servir de base para algo tan aberrante como la “Constitución moral” del nuevo régimen. Muchos han hablado, y con buenas razones, de su arcaísmo, de su ñoñez, de sus prejuicios y de sus vacíos. Hay ejemplos de todo eso en ese texto que ha corrido con la peor de las suertes editoriales. Javier Garciadiego ha mostrado puntualmente esas desventuras en el prólogo a la Cartilla que pronto publicará El Colegio Nacional. Hay quien lo ve mocho, hay quienes lo encuentran machista y pudibundo. Yo creo que, a pesar de todas estas manchas y todos esos huecos, puede leerse con provecho como una invitación a pensar el bien, la dignidad, la convivencia y el aprecio del entorno. Para ello, habría que darle la bienvenida, antes que nada, a su tono. Es Reyes el autor de estas lecciones: ahí está su cordialidad, esa erudición sin alardes que hace suyos todos los siglos y todas las tradiciones.

Si el régimen quiere politizar este texto como insumo para uno de sus proyectos más insensatos, lo cierto es que Reyes es una vacuna contra el odio y sus simplismos, contra la idea de la política como perpetuación de la guerra. Ya decía el autor de la Visión de Anáhuac en una conmovedora carta a Martín Luis Guzmán que odiaba de la política esa tendencia a insistir en un solo aspecto de la realidad, fingiendo ignorar todo lo demás. Reyes, nuestro Montaigne, mira el pecho y la espalda de las cosas. “Tomar partido, decía en algún momento, es lo peor que podemos hacer.” Con todas sus telarañas, la cartilla es contemporánea porque defiende eso que pedía el historiador Tony Judt en sus últimos escritos: recuperar la dignidad del vocabulario moral. Sí: habrá que sumar y restar, habrá que examinar eficiencias y economías. Pero este mundo no puede cerrar los ojos al bien, la justicia, la equidad o la belleza.

Quien lea esta cartilla encontrará una defensa de la alegría y una burla de la solemnidad. Comprenderá que la tradición es vitalidad y no servidumbre a lo antiguo. Aprenderá también a distinguir la emoción patriótica de la manipulación nacionalista. Sabrá que hay que ser modestos frente a las sorpresas del azar para no caer en la soberbia. No es un viejo regañón el que advierte que el mal se asoma cuando enturbiamos un depósito de agua, cuando arrancamos la rama de un árbol, cuando lastimamos a un animal, cuando rompemos una piedra por la emoción que nos causa el poder de destruir.  No es un nostálgico de los tiempos idos quien nos invita a conocer el nombre de las plantas para poder celebrarlas. El cuidado del entorno no es más que cariño por la casa que todos compartimos. La Cartilla nos recuerda que las ideas pueden ir y venir, lo que importa es la conversación.

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