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Una guerra perpetua

 

La guerra ha vuelto a Medio Oriente con ataques masivos de Hamás contra Israel, comparable a un 9/11 en Israel.

La mañana del sábado 7 de octubre, el grupo terrorista Hamás llevó a cabo un ataque sorpresa contra Israel a una escala sin precedentes: disparó miles de cohetes, infiltró militantes en territorio israelí y tomó un número desconocido de rehenes. Al menos 1.200 israelíes han muerto, y otros 2.700 han resultado heridos. En respuesta a este ataque, el Primer Ministro israelí, Benjamín Netanyahu, declaró que su país estaba «en guerra». La primera reacción defensiva de las fuerzas israelíes provocó alrededor de 200 palestinos muertos y aproximadamente 1.600 resultaron heridos.

Cabe mencionar que este ataque ocurrió justo cuando se cumplían 50 años de la guerra del Yom Kippur, el día más sagrado del judaísmo. El 6 de octubre de 1973, los países árabes liderados por Egipto y Siria se unieron contra Israel, rodeándolo sorpresivamente con el único objetivo de la aniquilación completa de ese país.

Este conflicto perpetuo árabe-israelí es una disputa que ha incluido muchas batallas y guerras desde 1948, cuando se creó el Estado de Israel. Vale la pena señalar que este país ha librado ocho guerras, dos importantes levantamientos árabes palestinos conocidos como la Primera y la Segunda Intifada, así como una amplia serie de otros enfrentamientos armados.

A pesar de la famosa afirmación del filósofo Carl Von Clausewitz de que «la guerra es la continuación de la política por otros medios», parece que esta frase está cada día más alejada de la realidad. Los conflictos actuales se vuelven más complejos y se suman nuevos elementos a cada uno de los contendientes, lo que dificulta aún más encontrar una solución medianamente aceptable para las partes en conflicto.

Desde hace mucho tiempo, se están produciendo grandes cambios en Medio Oriente en general y en particular en Israel, que se encuentra en una posición geopolítica, tecnológica y armamentística más fuerte de lo que se haya percibido en décadas. 

Los Acuerdos de Abraham, por ejemplo, bajo la administración Trump, abrieron relaciones diplomáticas entre Israel y los Emiratos Árabes Unidos, Bahréin y Marruecos. Estos acuerdos hicieron pensar que habría un futuro más estable y pacífico, ya que apuntan a consolidar una paz duradera y estable para Israel y Palestina. Además, la mención reciente del príncipe heredero saudí, Mohamed Bin Salmán, sobre la cercanía de una normalización de las relaciones con Israel en una entrevista para la prensa estadounidense, el 23 de septiembre de este año 2023, ratificaba que se seguía la estrategia establecida para el reconocimiento pleno de Israel en la región.

Durante la administración Obama, muchas personas de alto nivel político, incluido el secretario de Estado, afirmaron que «nunca se podría lograr la paz en Medio Oriente a menos que primero se resolviera la cuestión palestina» y propusieron la solución de dos Estados, lo cual no sucedió.

Vale la pena señalar que Irán se opone a cualquier acuerdo que lleve la paz a la región, especialmente al posible establecimiento de relaciones entre Arabia Saudita e Israel, ya que modificaría completamente los objetivos que Irán tiene planteados para esa zona. Por otra parte, el acuerdo firmado entre Irán y Arabia Saudita en Pekín en marzo de 2023 consolidó las expectativas de una posible distensión entre Irán e Israel como concesión por parte de Irán. Esto habría sido fundamental para evitar nuevos conflictos con las monarquías árabes de la región, especialmente considerando la gradual normalización con Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita, y tras la reincorporación de Siria a la Liga de Estados Árabes después de su suspensión en noviembre de 2011.

Sin embargo, esas expectativas se desvanecieron con los recientes sucesos en Gaza. Aunque los Acuerdos de Abraham son una hoja de ruta para alcanzar una paz definitiva, la población palestina teme un declive del apoyo árabe a la causa palestina, sobre todo ante la eventualidad de la inclusión de Arabia Saudita en esos acuerdos. Esto está relacionado con el pasado de los palestinos, que han sido marginados históricamente de la toma de decisiones que tienen que ver con su vida presente y futura.

La creación de un estado Palestino nunca ha sido el objetivo del conflicto, ya que todo apunta a la creación de una república islámica radical en toda la región, que garantice los intereses de Irán y posibilite una guerra global con la participación de todos los grupos terroristas que están en contra de la existencia del Estado de Israel. La historia nos indica que Palestina ha sido marginada mucho antes de la invasión otomana hace un poco más de 200 años, tal como señala el historiador Eugene Rogan en su libro «LA CAÍDA DE LOS OTOMANOS».

Lo que creo que debe estar claro es que Hamás no es Palestina, no representa los intereses palestinos, ni siquiera la principal reivindicación de ser un país, porque nunca lo han tenido. Es similar al caso de la etnia maldita, los rohingyas, en Myanmar. 

Hamás representa los intereses del régimen de los ayatolas.

Han surgido muchas preguntas acerca de lo que está sucediendo, entre otras: ¿Por qué no se anticipó este desarrollo a pesar de los sofisticados organismos de seguridad desarrollados por Israel? ¿Cómo logró Hamás organizar una operación tan detallada bajo las condiciones de bloqueo en las que Gaza ha vivido durante años?

Aunque es cierto que Irán sería el principal beneficiado con esta escalada bélica por diferentes motivos, también lo es que no se han encontrado pruebas concretas de su participación en la planificación del ataque, aun cuando es un firme defensor del «eje de la resistencia» contra Israel, opuesto a los Estados árabes que han normalizado o están en proceso de normalizar relaciones con Israel. A pesar de no participar activa y directamente en el conflicto, Irán ha ganado notoriedad por su apoyo al movimiento terrorista Hamás. Me atrevería a decir que si se comprobara la participación de Irán en ese ataque, sería una declaración de guerra para Israel.

Esta guerra encuentra a Israel en medio de una crisis política interna. La reforma judicial impulsada por Netanyahu ha provocado manifestaciones sin precedentes en todo Israel. Aunque son pacíficas, involucran a gran parte del país desde hace varios meses y claramente han distraído a la inteligencia israelí. También han distraído a los militares israelíes, muchos de los cuales ya han declarado públicamente que no están dispuestos a servir en el ejército si la reforma judicial avanza.

Además, Netanyahu se ha centrado en ampliar su coalición con la extrema derecha, incorporando dos partidos ultranacionalistas, el Partido Sionista Religioso y el Partido del Hogar Judío, a los que entregó el Ministerio de Seguridad Nacional y el Ministerio de Finanzas, respectivamente. A este último también se le dio un papel especial en el Ministerio de Defensa. Según algunos analistas políticos, al parecer, su verdadera agenda es la creación de un Estado judío desde el río Jordán hasta el mar Mediterráneo mediante la colonización de gran parte de Cisjordania, apagando, así, las aspiraciones nacionales palestinas y, en palabras del actual ministro de Finanzas Bezalel Smotrich, «animando» a los palestinos a trasladarse a otros países árabes, incluida la vecina Jordania.

Si esta agenda se cumple, podría tener un profundo efecto en la naturaleza democrática de Israel y en la estabilidad de Oriente Medio, así como la posibilidad de que surja una crisis en las relaciones con Estados Unidos. La incorporación de los palestinos al Estado judío convertiría a los judíos en una minoría que gobierna sobre una mayoría de no ciudadanos de segunda clase y proporcionaría combustible a los críticos de Israel que lo denuncian como un «Estado de apartheid».

De acuerdo con las declaraciones del ministro Smotrich, aquellos palestinos que luego opten por renunciar a sus aspiraciones nacionales serían bienvenidos a vivir como individuos «bajo las alas del Estado judío». Tendrían autonomía y derecho a votar en las elecciones locales. Sin embargo, en lugar de la igualdad de derechos, disfrutarían de derechos diferenciados. En otras palabras, habría guerra por muchos años más.

Es por lo que tanto Irán, los grupos terroristas y la coalición de derecha gobernante ven el acuerdo entre Israel y Arabia Saudita como un obstáculo para alcanzar sus objetivos. Por un lado, los ayatolas pelean por la creación de un gran Estado musulmán radical que minimizaría el poder saudí en la región y, por otro lado, la coalición ultraconservadora que gobierna Israel trata de crear un gran estado judío con la anexión de Cisjordania.

Es realmente increíble que en este siglo, y dentro del marco de un mandato expreso del Consejo de Seguridad de la ONU, ocurran situaciones como estas. En palabras del Ministro de Finanzas de Israel: «El acuerdo con Arabia Saudita no tiene nada que ver con Judea y Samaria “(Cisjordania)». «No haremos ninguna concesión a los palestinos. Es una ficción». 

El día 10 de octubre, próximo pasado se creó, en Israel, un gobierno de unidad nacional para afrontar el conflicto más sangriento en 20 años, sin embargo, su creación fue un parto difícil; en primer lugar por el rechazo que ha generado la participación de los partidos de la extrema derecha y las fuerzas xenófobas antiárabes y, en segundo lugar por el objetivo mismo de ese gobierno de unidad nacional el cual es “vengar el ataque de la milicia islamista”.

Ante la pregunta ¿qué va a pasar de ahora en adelante?, yo respondería: una guerra perpetua.

Luis Velásquez

  Embajador

 

 

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