Una historia del mundo a través de las reglas
«No tenemos libro de reglas». Lo decíamos como un lamento hace cuatro años cuando una pandemia puso el planeta patas arriba. Aunque lo acusaran especialmente médicos, enfermeros, científicos o políticos, lo decíamos todos porque todos las necesitábamos más que nunca en un momento así. «Casi todo el mundo reconoce que son imprescindibles en emergencias de este tipo. Son esas barandillas que nos protegen. En un estado de incertidumbre, en el que el conocimiento y las circunstancias mutan aún más rápido que el virus, las reglas cambian tan deprisa que socavan todas las reglas. Hay que llenar los huecos», asegura Lorraine Daston (Lansing, Míchigan, 1951), directora emérita del Instituto Max Planck de Historia de la Ciencia en Berlín, en su ensayo Reglas. Una breve historia de lo que gobierna nuestras vidas (Alianza editorial).
Desde hace miles de años, las reglas ordenan casi todos los aspectos de nuestras vidas. Desde siempre han pautado las horas de trabajo, la manera como nos desplazamos y ponemos la mesa, dictaminaban cómo podían vestirse los distintos estamentos sociales y cómo castigar a quienes infringían las leyes del decoro; también establecen pautas para jugar y para medir todo lo que nos rodea, y nos ayudan a comportarnos de manera adecuada en una boda y en un entierro. «Todos, del primero al último, estamos inmersos en un entramado de reglas que nos refuerzan y limitan a la vez», escribe Daston, que aclara que, si bien las reglas pueden variar según las culturas, no hay cultura sin un montón de ellas.
La historiadora analiza en su ensayo el triple significado inicial de las reglas como modelos, algoritmos y leyes, y lo hace valiéndose de ejemplos de fuentes muy diversas, desde órdenes monásticas hasta libros de cocina, desde manuales militares hasta tratados legales, desde algoritmos de cálculos hasta manuales prácticos de instrucciones. A lo largo del libro, Daston nos recuerda que «las reglas pueden ser gruesas o finas en su formulación, flexibles o rígidas en su aplicación y generales o específicas en sus dominios».
Frente a las reglas como modelos o paradigmas, que fue su significado más importante desde la Antigüedad hasta la Ilustración y que ya no es reconocible, están los algoritmos, que desde mediados del siglo pasado se han convertido en el motor de la revolución informática. «Hoy en día todos somos súbditos del imperio de los algoritmos». Pero entre las distintas acepciones para la palabra regla, la autora no se olvida de la importancia de la capacidad de juicio o discernimiento para, nos dice, «saber cuándo y cómo adaptar una regla a las circunstancias o directamente apartarse de ella».
La prehistoria del algoritmo
El libro dedica un capítulo a los algoritmos antes del cálculo mecánico porque durante mucho tiempo éstos no tuvieron nada que ver con los ordenadores ni con la gran mayoría de las aplicaciones que han convertido la palabra algoritmo en emblema de la era digital; de hecho, los algoritmos como procedimientos de cálculo para solucionar un problema los ejecutaban personas, no máquinas. Esas personas solían ser trabajadores mal pagados, la mayoría mujeres en la década de los veinte del siglo pasado.
«La mecanización del cálculo», leemos en Reglas, «fue un proceso gradual que se inició a finales del siglo XVIII con la aplicación de los principios de la división del trabajo a los calculadores humanos. La automatización, y no completa, de la ejecución de algoritmos computacionales gracias a dispositivos electrónicos preprogramados no se consiguió hasta el último cuarto del siglo XX». Y la mecanización fue posible no gracias a máquinas cada vez más sofisticadas, sino a la división del trabajo.
La primera máquina fiable que se pudo fabricar y comercializar con éxito fue el aritmómetro patentado por un empresario francés en 1820. Un siglo después las máquinas de cálculo eran herramientas imprescindibles en compañías de seguros, bancos, oficinas de censos gubernamentales y administraciones ferroviarias. De aquella inteligencia mecánica hemos pasado a la inteligencia artificial que empieza a formar parte de nuestra vida cada vez en mayor medida.
Reglas y regulaciones
Cuenta Daston que si las leyes son «la cara más digna y egregia de las reglas, las regulaciones son reglas con el traje de faena, las que hacen que las cosas resulten prácticas». Explica también que las primeras son relativamente pocas y apenas se modifican y las segundas son numerosas y necesitan actualizarse con frecuencia. «El ciudadano medio rara vez choca contra una ley; en cambio, nos damos de golpes en las espinillas contra las regulaciones casi a diario». Como curiosidad, la autora destaca que las regulaciones que más han fracasado a lo largo de los siglos han sido aquellas que han intentado erradicar el exceso, frenar la ostentación, detener ese afán de superar a los demás luciendo ropa, joyas o carruajes.
El ensayo no se olvida de las leyes naturales (que rigen las relaciones humanas) y las leyes de la naturaleza (que rigen el cosmos), de las reglas ortográficas y lo difícil que suele ser aplicarles una reforma y, claro está, de las excepciones a las reglas («no hay legislador capaz de prever todas las eventualidades futuras; por tanto, todas las leyes se topaban con excepciones»).
– Reglas. Una breve historia de lo que gobierna nuestras vidas (Alianza editorial) saldrá a la venta el próximo 3 de octubre.
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