Una lección de empatía
“Uno no comprende realmente a una persona hasta que se mete en su piel y camina dentro de ella”.
Atticus Finch, protagonista de “Matar a un Ruiseñor” (Harper Lee)
Veo en Televisión Española unas declaraciones de María Dolores de Cospedal, criticando al jefe socialista, Pedro Sánchez, por su negativa a reunirse con los populares acerca del espinoso tema del nuevo gobierno español, luego de los resultados electorales del 20-D, en los cuales la ciudadanía mandó un mensaje claro: queremos un gobierno de coalición, nadie merece la mayoría absoluta.
María Dolores de Cospedal, Pedro Sánchez, Albert Rivera
Uno pensaría que los jefes políticos hispanos serían los primeros en tomar en cuenta lo sucedido, sino con humildad al menos con espíritu de aprendizaje, y actuar en consecuencia. No ha sido posible. Todos hablan como si lo hicieran desde trincheras de la primera guerra mundial. Una de las tragedias de la democracia española es la incapacidad de los dos grandes partidos democráticos en ponerse de acuerdo. Una posibilidad a considerar hubiera sido que replicaran la “Grosse Koalition” (la gran coalición) germánica, que ya lleva varios años en el poder, con la Canciller Federal, la demócrata-cristiana Ángela Merkel, y los dos partidos que la apoyan, la CDU (Unión Demócrata Cristiana) y la CSU (Unión Socialcristiana de Baviera), coaligados con el SPD (Partido Socialdemócrata Alemán), trabajando en conjunto. Y eso que allá no existe el peligro de Podemos.
Me llamó la atención que la señora Cospedal, en la declaración televisiva mencionada, se dedicara exclusivamente a bombardear al líder socialista. Ella simplemente emitió el discurso de un político español de hoy “by default”. Es que puestos a oír las declaraciones de cualquier miembro de la clase política hispana, uno pudiera previamente preguntarse: ¿A quién va a atacar? Ello a pesar de que estamos, vale la pena repetirlo, en época de negociación para formar una mayoría de gobierno.
Es evidente que en las confrontaciones políticas las diferencias entre los actores son importantes, especialmente las basadas en la visión de país, los modos de conducción, las propuestas sociales, culturales y económicas. Se muestran en lo que los británicos llaman, durante sus campañas electorales, “Manifesto”, es decir, un documento donde las plataformas partidistas dan respuesta a preguntas ciudadanas del tipo ¿Qué ofrece usted, cómo lo va a financiar? ¿Si usted vence, cuáles serán las prioridades económicas? ¿Cuáles serán sus acciones en política, social, cultural, educativa? ¿Cómo van a afectar mi vida, mi presente y mi futuro, los de mis hijos?
La verdadera política democrática implica una confrontación de ideas, no de proyectos personales de poder. Los “ismos”, si son inevitables, que reflejen lucha de ideas (socialismo, conservadurismo, liberalismo), y no sean formas de halagar el ego de dirigentes que no ven más allá de su propia ambición de poder, y que usan las estructuras partidistas como una hacienda propia, descartándolas cuando no le sirven.
Las diferencias en política son reales, y ciertamente importantes, incluso necesarias para una democracia saludable. Pero los dimes y diretes de la coyuntura diaria nos pueden hacer perder de vista muchas cosas, muchos valores en los que podemos estar de acuerdo. Dentro de la divergencia democrática siempre hay cabida para la expresión empática. ¿Ejemplo práctico de lo que debería haber declarado la señora Cospedal?
“El señor Sánchez ha afirmado públicamente, en 17 ocasiones, que no está interesado en dialogar con el Partido Popular, lo único que hace es descalificarnos (hasta aquí, nada nuevo bajo el sol); es necesario que el líder de un significativo e histórico partido democrático entienda la importancia de reunirse con el otro gran partido democrático, sobre todo dado que el resultado electoral, una vez más, ha colocado a ambas organizaciones en los dos primeros lugares de apoyo popular. Es obvio que existen profundas divergencias entre ambos grupos. Pero ellas son expresiones diversas y válidas de nuestra preocupación por el bien común ciudadano, son maneras distintas, pero no excluyentes, de amar a España”.
¿Notan la diferencia? De hecho, la dirigente política conservadora obtendría beneficios adicionales desde una postura que es en principio muy difícil de atacar: 1) Rompe con la rutina de la agresividad como única forma de discurso frente al adversario democrático, lo cual es claramente antipolítico; 2) Llama la atención del electorado, que no puede dejar de notar una propuesta constructiva, que no destructiva; 3) Se diferencia de los rivales, en especial de los típicos escupefuegos de la izquierda española, como los dirigentes de Podemos; 4) Abre la puerta a posibilidades de encuentro, desde un discurso no confrontacional sino empático.
Ser empático requiere establecer formas de conexión que conduzcan a la cooperación y al trabajo en común. La empatía exige una inversión emocional a largo plazo, no una aplicación episódica de encanto o de simpatía. Ser empático no significa desplegar siempre buen humor, y no depende por cierto del afecto hacia ciertas personas. No basta tampoco con evitar la antipatía; ello sólo lleva a la apatía. Generar empatía implica un compromiso activo y consciente, tanto cognitivo como emocional. Al ser empático usted es estratégico en un sentido positivo; una de las leyes fundamentales de la estrategia es ponerse en el lugar del otro.
¿Qué podemos decir de Venezuela? Aquí, la situación es dramáticamente compleja: la opción democrática tiene enfrente a una máquina de control del poder que durante 17 años se ha dedicado a destruir, a sembrar ideas de odio, de división, de corrupción. Hoy, en plena crisis terminal del régimen, su mensaje es más confrontacional que nunca.
Sin embargo, no sólo la comunidad política, sino incluso factores fundamentales de la sociedad –las dirigencias universitarias, académicas, las iglesias, los sindicatos- tienen años enviando mensajes de diálogo, ante las urgencias creadas por una crisis que tiene responsables y culpables plenamente identificados. Y lo hacen a pesar de los muertos, de los torturados, de los exiliados, de las corruptelas, de las violaciones a la constitución.
Las respuestas de Chávez primero, Maduro después, Cabello constantemente, son conocidas. Siempre se negaron incluso a reconocer la existencia como ciudadanos en igualdad de condiciones ante la ley de todos aquellos que no aceptaran su dictadura. Y la única respuesta, repetimos, ha sido el insulto y la descalificación.
Entonces hay un grave problema: se puede buscar empatía, y esperar una respuesta similar, con otro ser humano. Se puede ser empático con algunos animales (los perros o los delfines, por ejemplo).
Pero ¿cómo ser empático con tiranos inhumanos?