Una mañana con Francisco
Esa aparente y tranquila cercanía gestual escoltaba una voluntad de hierro, una enorme fuerza de carácter
Se ha escrito mucho sobre los gestos de Francisco, como un rasgo esencial de su pontificado. Y quizá hablar de gestos sea una manera de hacerle de menos, porque la gestualidad pudiera ser insincera o intencionada. O una forma de proteger un fondo doctrinal inalterable respecto a sus formas abiertas. En el encuentro que ABC tuvo con él una mañana de diciembre de 2022 sí pudimos advertir que disponía de un estilo sencillo y accesible carente de sobreactuación. Su residencia asemejaba un colegio mayor o una escuela concertada. Llamó personalmente para fijar la fecha de la entrevista y no quiso corregir el texto terminado. Llegó solo con un andador, sin acompañante, solo se quedó sin que nadie le auxiliara ni con un vaso de agua y solo se marchó tres horas después hasta el ascensor, casi arrastrando los pies. Hablaba bajito, sin pompa, se dejaba repreguntar en los asuntos más espinosos y entraba al trapo en sus respuestas, para gozo de los periodistas. Ahora bien, esa aparente y tranquila cercanía gestual escoltaba una voluntad de hierro, una enorme fuerza de carácter. Habló claro, lanzó sus mensajes sin disimulos y avisó a sus críticos de que debían aprender a adaptarse a los nuevos tiempos, debían cambiar. Una voluntad férrea en lo físico y en la visión de su misión, sin concesiones. Hasta el último día.