Una multitud ultraderechista
Una vez que se deshumaniza al rival político, resulta inevitable extender la deshumanización a todos sus adeptos
Era cuestión de tiempo que el baldón más exitoso de nuestra democracia acabara desbordando el ámbito de la estricta refriega política, para desacreditar a cualquier persona o colectivo. Calificando a sus contrincantes ideológicos como ‘ultraderecha’, la izquierda halló un excelente método para exasperar la dialéctica entre amigos y enemigos que propugnara Carl Schmitt y provocar así un ‘terror antropológico’ invencible entre sus adeptos. Todas las sectas, para crear ‘sentido de pertenencia’, necesitan cohesionar a sus seguidores en torno a un enemigo existencial común. Y, señalando a sus rivales políticos como «ultraderechistas», la izquierda logra que sus adeptos perciban neuróticamente a los partidos conservadores (aun a los más tímidos o vergonzantes) como enemigos existenciales que pueden ser fácilmente estigmatizados mediante los
métodos más rastreros, porque para entonces el rival político señalado ha dejado de ser propiamente humano, para convertirse en una suerte de espantajo que se agita para provocar ese «terror antropológico» al que se refería Schmitt. Una vez que se deshumaniza al rival político, resulta inevitable extender la deshumanización a todos sus adeptos o simpatizantes. Y la deshumanización puede incluir también a cualquier persona o colectivo que actúe de un modo que resulte inconveniente o incómodo. La percepción neurótica degenera entonces en paranoia desatada y caza de brujas que descubre ‘ultraderechistas’ por doquier, una multitud ubicua de ‘ultraderechistas’ creciendo como setas en un otoño lluvioso que incorpora los tipos humanos y los gremios más diversos. Y toda esa multitud creciente se convierte en una masa informe cuyas peticiones no se atienden, cuyas protestas se juzgan ilegítimas, cuyo sufrimiento resulta por completo indiferente a quienes, entretanto, los han expulsado de su esfera moral, considerándolos gurruños de carne ultraderechista indignos de cualquier forma de empatía.
Este mecanismo paranoico se dirige hoy contra los camioneros. Mañana se extenderá contra agricultores y ganaderos, contra jubilados y trabajadores en precario, contra cualquier colectivo, en fin, que ose contrariar el designio de silencio en las calles que los sindicatos garantizan (sólo cuando gobiernan los suyos, por supuesto). Quienes osen denunciar las exacciones fiscales que nos empujan al empobrecimiento se convertirán en ‘ultraderechistas’. Quienes osen señalar los demoledores efectos de la subida galopante del precio de la luz y de los carburantes serán tildados de ‘ultraderechistas’. Quienes osen revelar que la inflación de los productos de primera necesidad convierte la lista de la compra en un penoso repertorio de privaciones serán señalados como ‘ultraderechistas’. Quienes estén ahogados y no pueden llegar a fin de mes se convertirán como por arte de ensalmo en ‘ultraderechistas’. Una vasta multitud ‘ultraderechista’ a la que se podrá vejar, condenar al desahucio, dejar morir de hambre, ante el silencio de los corderos.