Una nueva oleada de balseros de Cuba se lanza al mar
Todos en la localidad donde nació hablaban aún de la hazaña de Tillo: uno de tres cubanos que llegó a Florida hace 20 años haciendo windsurf y dueño ahora de una empresa en Miami que fabrica tablas para navegar. Entonces Jorge Armando Martínez se dijo que en un año aprendería a manejar la vela con la destreza suficiente para marcharse de La Habana. Las primeras veces, vomitaba de solo subirse a la plancha. El 21 de febrero pasado unos pescadores lo encontraron deshidratado en una playa de cayos Marquesas, 32 kilómetros al oeste de cayo Hueso.
Había partido cuatro días antes con otros dos compañeros: el primero dejó al grupo atrás y llegó a un resort de los cayos en nueve horas, y el segundo fue hallado por los guardacostas estadounidense, semiconsciente y a la deriva, y deportado a Cuba. “Y unas semanas después, el 1 de abril, salió otro windsurfista que no apareció”, dice Jorge, que sigue las noticias de otros que lo intentan mientras despacha remos y velas en la tienda de deportes acuáticos de Miami donde trabaja.
El flujo de cubanos que trata de llegar por mar a Florida (a unos 145 kilómetros) ha recobrado en 2014 el ritmo sostenido y a ratos acelerado que mantuvo desde el comienzo de la era de Raúl Castro, y hasta el estallido de la crisis económica en EE UU y de la burbuja inmobiliaria en el sur de Florida. Entre 2005 y 2008 la Guardia Costera detuvo a una media de 2.651 cubanos anuales, la mayoría a bordo de lanchas rápidas de contrabandistas a quienes sus parientes en EE UU llegan a pagar miles de dólares por la travesía.
Entre 2009-2011 la cifra se redujo a menos de la mitad y las embarcaciones volvieron a ser botes rudimentarios de caucho y latón. En el último año fiscal, que acabó en septiembre, fueron 2.059 los cubanos localizados en el agua y repatriados a la isla, como establece el acuerdo de migración pies secos-pies mojados vigente desde 1994. Otros 780 balseros que sí lograron tocar la orilla estadounidense tendrán garantizado el estatus de residente en un año como establece la ley.
Cada semana del último mes ha sido reportado al menos un naufragio, algunos sin supervivientes. Del peor de ellos se supo a finales de agosto, cuando el día 31 la Armada mexicana rescató dos cadáveres y 15 migrantes con vida que flotaban a la deriva a bordo de un bote de latón frente a las costas de Yucatán. El grupo original era de 32 personas y había partido un mes antes del puerto de Manzanillo, en la provincia cubana de Granma. Uno a uno fueron muriendo de hambre y sed, y sus cuerpos fueron arrojados al mar por los supervivientes; entre ellos, el de Yaylin Milanés Santander, embarazada de seis meses.
El 24 de agosto también fueron hallados los cuerpos de cuatro cubanos flotando en el Atlántico, a unos pocos kilómetros al este de la playa Hollywood en Florida; otras cinco personas que viajaban con ellos se encuentran aún desaparecidas.
Al igual que el huido en la tabla de windsurf Jorge Armando Martínez y que muchos de los cubanos que se han echado al mar durante esta nueva oleada migratoria, Yenier Martínez no conocía a nadie en Florida cuando él y otros ocho hombres atracaron en la playa de una lujosa urbanización de Key Biscayne, el pasado 23 de septiembre, tras navegar durante 10 días en un bote armado con tubos y planchas de zinc e impulsado por un viejo motor de tractor ruso.
“No tenemos familia en EE UU, no tenemos ni cómo llamar a nuestras familias en Cuba. Pero la Iglesia y gente de a pie nos están ayudando con comida y ropa”, dice Yenier, que esta semana espera seguir camino hacia Oregon, donde confían en hallar un empleo que supere los seis dólares (4,7 euros) de paga al mes que recibía en Cuba trabajando como campesino.