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Unamuno: el peligroso oficio del intelectual

“Para tener enemigos no hace falta declarar una guerra, basta con decir lo que se piensa».

Martin Luther King Jr.

 

Ser intelectual es más que desarrollar la inteligencia en detrimento de otras capacidades humanas. Es, sobre todo, un compromiso moral. Julien Benda exigía a los pensadores que fueran los sacerdotes que custodian los principios éticos contra los embates ideológicos. Muchos pensadores han sido sacrificados por su vocación de pensar libremente y de tratar de iluminar a la sociedad a la que pertenecían. Muertes como la de Sócrates y la de Giordano Bruno son evidencias de que el pensamiento es un negocio riesgoso.

Los antiguos griegos valoraban mucho la parresía, la valentía de hablar con sinceridad en nombre del bien común, aunque se tenga que poner en peligro la seguridad personal. Tenían razón al considerarla una virtud muy valiosa para la sociedad, que exaltaba a quien la ejerciera.

Un himno a la parresía la encontramos en la extraordinaria película, sobre Miguel de Unamuno, de Alejandro Amenábar, Mientras la guerra dure (2019). Dicho film se centra en los eventos que le conducirán al famoso discurso contra el totalitarismo, que hará Unamuno en el paraninfo de la universidad de Salamanca, el Día de la Raza de 1936, frente a una audiencia de nacionalistas exaltados. El drama se desarrolla sobre la evolución del filósofo desde su apoyo inicial a los sublevados hasta su radical cambio de posición.

Inicialmente, Unamuno fue un promotor de la República, aunque luego se desilusione de ella. La democracia siempre es una idea muy grande dentro de encarnaciones muy decepcionantes. En esa desilusión, cae víctima de la tentación pretoriana, más que totalitaria, pues tiene la esperanza de que sean los militares quienes repongan el orden a la República. Ese fue su gran error de cálculo. Luego, al desatarse los demonios, trató de alertar sobre el riesgo de caer en ese abismo donde el compatriota pasa de ser adversario a enemigo mortal.

De esta forma, queda en evidencia que el intelectual debe tener una gran responsabilidad con sus convicciones. Debe evitar caer en las tentaciones de promover la violencia contra las instituciones democráticas. Las fuerzas militares, una vez desatadas, seguirán su propia lógica, dictada por las pasiones políticas más que por la razón.

En el famoso discurso, denuncia que tanto comunismo como fascismo son la peste que ha carcomido la salud del país. Su discurso supone que la oposición entre ambas opciones es un falso dilema: dos alternativas que llevan al mismo resultado. Como cuando se pregunta a un condenado si prefiere morir por decapitación o por fusilamiento. Tomar partido por un bando significa abandonar el ideal de la civilización, es decir, donde la persuasión es capaz de dominar a la fuerza.

¿Quién fue Unamuno?

Miguel de Unamuno y Jugo (Bilbao, 1864 – Salamanca, 1936) fue un escritor y filósofo español perteneciente a la generación del 98. Destacó como una persona de gran talento e intelecto hipercrítico. Cultivó con éxito gran variedad de géneros literarios como la novela, el ensayo, el drama y la poesía. Sus méritos académicos lo condujeron a ocupar la dignidad de rector de la Universidad de Salamanca a lo largo de tres periodos.

Su naturaleza, inquieta y combativa, le llevó a incursionar en la política. Fue diputado de las Cortes constituyentes de la Segunda República. Los errores y debilidades del liderazgo parlamentario produjeron que se fuera distanciando de sus antiguos compañeros. Por eso, sorprendió a muchos su apoyo inicial al golpe militar que pretendía derrocar al gobierno de la República.

Unamuno siempre fue una figura controvertida, pues era de firmes convicciones y muy franco con sus opiniones. Ese rasgo polémico de su personalidad fue descrito por Antonio Machado, quien ensalza su coraje personal de mantener sus convicciones contra corriente.

«Este donquijotesco

don Miguel de Unamuno, fuerte vasco,

lleva el arnés grotesco

y el irrisorio casco

del buen manchego. Don Miguel camina,

jinete de quimérica montura,

metiendo espuela de oro a su locura,

sin miedo de la lengua que malsina».

Antonio Machado: “A don Miguel de Unamuno”, en Campos de Castilla.

Por otra parte, Don Miguel era prisionero de un carácter terco y cascarrabias. Esta tendencia no le permitió calibrar la gravedad de la situación que atravesaba su país. Es oportuno recordar que el héroe trágico del teatro griego se caracterizaba por su ceguera, la hamartia, ante las señales premonitorias de la catástrofe.

El hambre de inmortalidad

En su carácter de filósofo, Unamuno también siguió un camino excéntrico. Desarrolló una versión de existencialismo muy egregia. A diferencia de la mayoría de estos, no fue ateo, sino que le dio rienda suelta a su pulsión religiosa. En su obra filosófica más conocida, El sentimiento trágico de la vida, confronta esa hambre con la inevitable realidad de la muerte:

“El universo visible, el que es hijo del instinto de conservación, me viene estrecho, es como una jaula que me resulta chica y contra cuyos barrotes da, en sus revuelos, mi alma; quiero ser yo y, sin dejar de serlo, ser además los otros, adentrarme en la totalidad de las cosas visibles e invisibles, extenderme a lo ilimitado del espacio y prolongarme a lo inacabable del tiempo”. M. de Unamuno, El sentimiento trágico de la vida, Madrid, 1938, p. 35.

De manera desesperada, Unamuno expresa su resistencia a morir. Se niega a que su singularidad se disuelva en la nada. El ansia de pervivencia es, para él, esencial de la naturaleza humana y constituye la paradoja de su existencia. Esta conciencia escindida es el mismo sentimiento trágico, donde la persona se encuentra dividida entre la esperanza de la vida después de la vida, pero con alma y cuerpo, y el escepticismo racionalista que dice que eso no es posible.

Dicha obsesión unamuniana de sobrevivencia, el hambre de inmortalidad de la persona singular, contrasta con la cosmovisión oriental, y muy especialmente la budista, donde el ego es una ilusión por superar. Por otra parte, tal ansia de inmortalidad se encuentra basada en su cristianismo, el cual era muy peculiar, como todo lo suyo. De todas formas, se puede asegurar que Don Miguel era un buen cristiano. Para Unamuno, el cristianismo tiene una función básicamente ética y soteriológica. Por eso le desagradaban los católicos que asociaban la religión con la política de derechas, pues ponían el interés político por encima de la ética y de Dios.

En el fondo, encontramos en el pensamiento unamuniano la oposición entre cristianismo y cristiandad. Los sublevados representan a la cristiandad, la defensa del poder católico en nombre de un Dios cruel. Mientras que, por su parte, don Miguel enarbola el valor universal del cristianismo, la compasión.

Civilización contra barbarie

William Shakespeare escribió, con agudeza: “Muchos que llevan estoque temen a las plumas de ganso” (Hamlet, II, 2). Esta idea ha sido popularizada en la siguiente forma: “La pluma es más poderosa que la espada”, gracias a la paráfrasis de Edward Bulwer-Lytton. La moraleja es que la mente educada debe someter a la brutalidad por medio de la inteligencia.

Esta idea se relaciona con otro de los momentos estelares de la película, el cual tiene lugar el día anterior al acto del paraninfo, cuando el general José Millán Astray visita a Unamuno en su casa. El general quiere coaccionar a Unamuno a asistir al paraninfo, con la condición de que apoye a los golpistas en su condición de autoridad universitaria. Esto implica que se someta y que no denuncie los crímenes que está llevando adelante el bando nacionalista, a pesar de que ya han sido asesinados sus amigos más cercanos.

En ese momento tiene lugar un enfrentamiento entre estas dos fuertes personalidades. Unamuno le echa en cara al general las masacres que enlutan el país. Por su parte, el siniestro militar le echa en cara que las luchas de los intelectuales solo son dentro de la comodidad de sus bibliotecas. Mientras que los militares son gente de acción y tienen que enfrentar la muerte en la batalla. En esta discusión parece que la espada tiene la ventaja.

Millán Astray se va con la seguridad de que ha ganado la apuesta contra el intelectual. Al general le espera una sorpresa el día siguiente. Unamuno se atreverá a levantar la voz en público para exclamar: “Venceréis, pero no convenceréis». Al final, la pluma demostrará su valía.

Los nacionalistas no ejecutaron al anciano profesor debido a la providencial acción de doña Carmen, la esposa de Francisco Franco, quien había sido nombrado Generalísimo por sus pares. Era admiradora del escritor y le brindó protección ante la turba enfurecida. Lo sacó de la universidad en su propio automóvil y lo llevó hasta lugar seguro.

A pesar de todo, Unamuno murió pocos meses después, el día de año viejo de 1936. Al parecer, su fallecimiento se debió a causas naturales. Pasó ese último tiempo de vida bajo arresto domiciliario, a raíz precisamente de su audaz discurso. Desavenencia que provocó también su destitución como rector de la Universidad de Salamanca.

Antes de terminar, es bueno recordar que su discurso, si bien improvisado, era consecuente con el ideario de Unamuno. Era una constante en su pensamiento la denuncia de la retórica populista y demagógica, la cual está basada en las pasiones políticas.

“No hay progreso sino por las ideas, y donde quiera que estas viven y obran, sean cuales fueren, se progresa, y no se progresa, sino que se estaciona un pueblo, donde el hueco de las ideas se llena con puras palabras”.

Estas palabras vacías y estridentes del totalitarismo se apoyan en una versión distorsionada y manipulada de la realidad histórica.

“El nacionalismo es la chifladura de exaltados echados a perder por indigestiones de mala historia”.

También exaltó la importancia de la racionalidad para combatir las ideologías totalitarias.

“La razón es la muerte del fascismo”.

En todas estas frases encontramos el tema de la responsabilidad del intelectual con el ideal civilizatorio, pues es un deber enfrentar toda forma de autoritarismo, ya que su tendencia natural es aplastar las ideas.

Hay momentos en la vida en los que debemos tomar partido por las convicciones por sobre los propios intereses. Son oportunidades para demostrar de qué estamos hechos. Eso ocurrió cuando aquel profesor, anciano y solitario, enfrentó a tantos fanáticos hambrientos de sangre, armado apenas con la convicción y la fuerza de la palabra. Nos vemos obligados a reconocer que, con ese acto, encontró la redención de sus inconsecuencias políticas y se convirtió en un símbolo sublime del deber del intelectual en una situación extrema.

 

 

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