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Unamuno, poeta de Bilbao

Tras la publicación de mi biografía de Unamuno [Miguel de Unamuno, Taurus], un crítico que me detesta desde antiguo observó que no había hecho en las páginas de aquella una sola mención de la poesía de don Miguel, lo que no es cierto. Menciones, haylas. Incluso transcripciones enteras de algunos poemas, pero admito que no es la obra poética unamuniana lo que más me interesa de mi ilustre paisano. No quiere ello decir que no me guste. Al contrario. Me divierte hasta cuando se pone cacofónico deliberadamente, algo que sacaba de quicio a Borges, que lo admiró en su juventud y sufrió su influencia, en prosa y en verso, durante toda su vida (a través de Unamuno, asimiló también el estilo de Menéndez Pelayo, por lo menos en prosa). A Borges le reventaban aliteraciones como aquellas de «No de Apenino en la riente falda:/ de Archanda nuestra, la que alegra el boche, / recogí esta mañana a troche y moche/ frescas rosas en campo de esmeralda». A mí, en cambio, me emocionan porque reconozco en ellas un atavismo infantil muy bilbaíno que asoma incluso en Blas de Otero «Árboles abolidos,/ volveréis a brillar/ al sol, olmos sonoros…»).

Ese es el primer rasgo que me encanta en la poesía de Unamuno: su bilbainez fonética. Los poetas de Bilbao escribimos, en primer lugar, para los bilbaínos, y por eso, como fingidores, pretendemos no haber salido de la fratría infantil, que alitera de lo lindo a causa de una admiración ingenua, como de indígena sin colonizar, ante la lengua de los misioneros: Archanda, boche, troche, moche…qué maravilla.

Otro rasgo que me hace muy simpático a Unamuno es que no parece haber tenido infancia ni adolescencia de poeta. Empezó a publicar poesía muy tarde, con los 40 más que cumplidos, y su primer poema en castellano es de 1884, cuando ya tenía los 20 o casi. Era un poema muy malo (había escrito antes algunos cantarcillos en euskera que tenían más gracia: en esto también me parezco a él, mira por dónde). Esa tardanza en escribir y publicar poesía denota timidez, una timidez asimismo típica más gracia: en esto también me parezco a él, mira por dónde).

Esa tardanza en escribir y publicar poesía denota timidez, una timidez asimismo típica de bilbaínos, que sospechan que su castellano es pobre e incorrecto por su cercanía geográfica al vascuence de los campos. Obviamente, no es así. Nuestro castellano es tan bueno o mejor que el de Salamanca, donde no han dejado todavía de imitar el de Unamuno. En fin, la condición de poeta tardío tuvo sus ventajas en este: le dio tiempo a leer con fruición a todos los buenos poetas de lengua española, desde el juglar o los juglares del Cantar de Mío Cid hasta Rubén Darío, a portugueses, gallegos y catalanes, pero también a Dante, a Leopardi y a Carducci, antes de ponerse a escribir. A veces, en los poemas de Unamuno uno reconoce voces y prosodias románicas ajenas al castellano. No contento con ello, se trabajó la obra de Tennyson en inglés, pero también, en este aspecto de las influencias, le llegaron todas o casi todas a través de otros bilbaínos: las de Tennyson y los lakistas, por medio de Vicente de Arana; las de los portugueses por Bulhao Pato y, en fin, las más tardías, las francesas, vía Jean Cassou. Los tres de Bilbao (bueno, no: Cassou era de Deusto).

Finalmente, el último rasgo bilbaíno de la poesía de Unamuno es su tradicionalismo formal, no siempre de raíz clásica, pero tendente al clasicismo. Y es que, por temor a hacer el ridículo, los de Bilbao optamos siempre por fórmulas acreditadas, ya sea en cocina, en indumentaria o en poesía. De ahí los innumerables sonetos que hemos escrito y seguiremos escribiendo, y en los que Unamuno hizo verdaderas virguerías, así como los endecasílabos blancos o variadas formas de arte menor y raigambre popular. En resumidas cuentas, yo diría que el magisterio de Unamuno consiste fundamentalmente en habernos enseñado a sus epígonos (bilbaínos, claro está) cómo sacar un estupendo partido de nuestras limitaciones.

 

 

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