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Venezuela: Crisis tras crisis

Personas en fila para comprar pan en Caracas, Venezuela. Wil Riera/Bloomberg

Venezuela alguna vez fue uno de los países económicamente más prósperos de América Latina, así como un protagonista de la diplomacia regional. Para entender qué tanto se ha desplomado su posición global bajo el mandato del presidente Nicolás Maduro, se deben considerar tan solo dos sucesos recientes.

En febrero, las Naciones Unidas anunciaron que Venezuela había perdido su derecho al voto en la Asamblea General de la ONU por segundo año consecutivo porque debe decenas de millones de dólares en cuotas. Y el 28 de marzo, pese a las protestas del gobierno de Venezuela, diplomáticos del hemisferio sostuvieron una reunión poco común en Washington para discutir qué sería necesario para restablecer la democracia y para que exista alguna señal de orden en la nación empobrecida, disfuncional y autocrática.

La audiencia en la Organización de Estados Americanos (OEA) no dio como resultado un plan claro para lidiar con las crisis política y humanitaria en Venezuela. Pero el hecho de que se haya celebrado fue profundamente vergonzoso para un país que hace apenas una década buscaba ser un peso que contrarrestara el poder y la política estadounidenses en la región.

Los diplomáticos venezolanos han buscado presentar la creciente oposición regional al gobierno de Maduro como parte de un esfuerzo encubierto de Estados Unidos para justificar la intervención militar. Una coalición de integrantes de la OEA, actualmente liderados por México, no ha aceptado esa excusa y busca cómo hallar e implementar soluciones a la crisis.

Una propuesta es expulsar a Venezuela de la organización. Aunque sería justificado, dado que la represión gubernamental de la oposición y su paupérrimo historial en temas de derechos humanos violan la carta de la OEA, es difícil ver qué objetivos lograría. Además, podría llevar a Maduro a actuar de una manera todavía más imprudente.

Un paso más provechoso para la comunidad internacional sería encontrar maneras de aliviar los problemas más inmediatos de Venezuela. Uno de ellos es convencer al gobierno de que acepten el ingreso de ayuda humanitaria con ofertas concretas de comida y medicinas hoy necesitadas. El número de venezolanos que pasan hambre va en aumento por falta de comida, al igual que quienes mueren de enfermedades tratables en hospitales mal equipados y en condiciones miserables.

Otra prioridad internacional debería ser el ejercer presión contra el gobierno para que celebre elecciones locales, que fueron suspendidas el año pasado, y que libere a los presos políticos, algunos de los cuales han estado detrás de las rejas durante años. Hasta que esos prisioneros sean liberados, la posibilidad de que se restaure la democracia es baja.

Por último, la comunidad internacional podría proponer reformas macroeconómicas específicas para frenar la inflación rampante en Venezuela y estabilizar su moneda. La inflación se ha disparado a una tasa estimada de 700 por ciento, mientras los habitantes de esta nación rica en petróleo se ven forzados a escarbar entre la basura en busca de comida.

Es probable que el gobierno de Maduro haga caso omiso a todos los intentos y los presente como interferencia por parte de sus vecinos. Aun así, rechazar estas propuestas será cada vez más difícil si una amplia coalición internacional las presenta a los venezolanos en forma de una ayuda que no debe ser interpretada como una afrenta a la soberanía de su país.

Traducción: Marcos Villasmil


NOTA ORIGINAL:

The New York Times

Crisis Upon Crisis in Venezuela

The Editorial Board

Venezuela was once one of Latin America’s economic powerhouses and a regional diplomatic heavyweight. To grasp how precipitously its global standing has eroded under President Nicolás Maduro, consider these two recent developments.

Last month, the United Nations announced that Venezuela had lost its right to vote in the General Assembly for a second year because it owes tens of millions of dollars in dues. And on Tuesday, against Venezuela’s ardent protests, diplomats from across the hemisphere convened a rare meeting in Washington to discuss what it would take to restore democracy and a semblance of order in the autocratic, impoverished and dysfunctional nation.

Tuesday’s hearing at the Organization of American States did not result in a clear plan to address Venezuela’s political and humanitarian crisis. But the fact it was held at all was deeply embarrassing to Venezuela, which just a decade ago aspired to become a counterbalance to United States power and policy in the region.

Venezuelan diplomats have sought to characterize growing regional opposition to Mr. Maduro’s rule as part of an underhanded effort by the United States to justify military intervention. A coalition of O.A.S. members, currently led by Mexico, isn’t buying that excuse and is trying to find and broker solutions to the crisis.

One proposal being floated is to expel Venezuela from the organization. While this would be fully justified, given that the government’s repression of the political opposition and its dismal human rights record violate the O.A.S. charter, it’s hard to see what this would accomplish. Furthermore, it could prompt Mr. Maduro to act even more rashly.

A more fruitful step for the international community would be to find ways to help alleviate Venezuela’s immediate problems. The most urgent issue is persuading the government to accept humanitarian aid by putting forward detailed offers of needed food and medicine. A growing number of Venezuelans are going hungry in a food shortage, and dying from treatable ailments in squalid, ill-equipped hospitals.

Another international priority should be to press the government to hold local elections, which were suspended last year, and to release political prisoners, some of whom have been behind bars for years. Until political prisoners are released, the prospects for a restoration of democratic rule are very dim. Finally, the international community could propose specific macroeconomic reforms that could curb Venezuela’s runaway inflation and stabilize its currency. Inflation has soared to an estimated 700 percent, while people in this oil-rich nation are left digging through piles of trash for scraps of food.

It’s quite likely that Mr. Maduro’s government will dismiss all overtures and cast them as meddling by its neighbors. Still, these proposals could become harder to reject if a large international coalition presents them to the Venezuelan people as assistance that should not be interpreted as an affront to their country’s sovereignty.

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