Venezuela: Efecto de demostración
Más de una década tuvo que transcurrir para que en el exterior se
dieran cuenta del carácter autoritario y fasciocomunista del régimen
venezolano instalado en 1999.
Mientras tanto, los gobiernos y la opinión pública de varios países se
estuvieron tragando el cuento del supuesto progresismo democrático de
la mal llamada “revolución bolivariana”. Igualmente, se creyeron el
cuento chino de que quienes adversábamos al chavismo éramos
imperialistas, derechistas, antipatriotas y golpistas, tal como lo
indicaban los insultos de Hugo Chávez y su cúpula podrida.
Esta concepción simplista -muy propia de la izquierda europea y
latinoamericana-, aunada al reparto de miles de millones de
petrodólares a sus dirigentes y medios de comunicación, crearon el
mito de que en Venezuela había llegado entonces una “segunda
independencia” para completar la faena de Bolívar y los padres
libertadores.
Tan ridícula, maniquea y antihistórica leyenda internacional
entusiasmó a no pocos intelectuales radicales -viudos del comunismo
extinguido con la Unión Soviética y sus satélites de la Europa
Oriental- para airear las viejas teorías del “buen salvaje” y del
“buen revolucionario” que magistralmente desenmascaró el venezolano
Carlos Rangel en un impactante libro, publicado en 1976.
Abramos aquí un breve paréntesis para resumir aquel planteamiento
contenido en «Del buen salvaje al buen revolucionario«, título de la
obra de Rangel. Se trataba de una interpretación distinta de la
realidad y las perspectivas de América Latina, en contraposición a las
ideas marxistas que la falsificaron a partir de mitos ajenos a nuestra
idiosincrasia.
Así, según esta última tendencia, los latinoamericanos somos los
“buenos salvajes”, expoliados por los valores de la civilización
occidental. Hay pobres -alegan ellos- porque los ricos le quitaron lo
que tenían. Algo así se cansó de repetirlo el catecismo chavista. Por
lo tanto, debemos avanzar hacia una nueva identidad, a través de
“revoluciones”. Pasaremos entonces a ser “buenos revolucionarios” y
ello supone renunciar a la identidad y la cultura que hemos asumido
por largo tiempo.
Según esa teoría, todos nuestros males son culpa de los demás. Esa es
la prédica constante del actual régimen venezolano, luego de 16 años
de poder absoluto. Simplemente, ellos nunca tienen la culpa de nada.
Los culpables son el imperialismo, la derecha y los marcianos.
Para combatir a esos culpables se apela al populismo, al caudillismo y
al autoritarismo. Se trata de una vieja receta, y en Venezuela la
venía aplicando, no sin cierto éxito, el chavismo en el poder. Sólo
que ya la mayoría de los venezolanos se dieron cuenta de su falsedad y
ahora son muy pocos los que creen en esos cuentos chinos.
Claro que los daños colaterales han sido inmensos y costará algún
tiempo resarcirlos, una vez que salgamos de esta pesadilla. Pero, por
de pronto, se quiso sustituir el valor del trabajo digno y bien
remunerado por la limosna de las “misiones”, mientras se cerraban
industrias y fincas, porque “eran de los ricos”, enemigos del pueblo.
Y cuando esa política absurda nos dejó sin comida ni productos básicos
para la existencia, ahora se nos viene con la otra mentira de
una “guerra económica” por parte de los demás, porque, claro, el
régimen no tiene la culpa de lo que está pasando.
Vea usted, amigo lector, cómo esa trampa la trasladaron ahora a la
frontera tachirense con Colombia, buscando otros culpables del
desabastecimiento, la escasez y el alto costo de la vida. Ahora
resulta que los humildes habitantes colombianos del barrio Mi pequeña
Barinas de San Antonio del Táchira son los culpables de la aguda falta
de alimentos y artículos de primera necesidad que sufrimos los
venezolanos.
Ahora resulta que aquellos, además, son los contrabandistas y
paramilitares que se llevan toda nuestra producción hacia Colombia,
por lo cual hay desabastecimiento a nivel nacional. Todo ello es así
porque al régimen se le ocurrió convertirlos también en chivos
expiatorios de los errores económicos del chavomadurismo. Por
supuesto, a esa acusación la acompañan el autoritarismo, la represión,
la violencia y el irrespeto a los derechos humanos que han evidenciado
las deportaciones en masa de hombres, mujeres, niños y ancianos que
hemos visto de manera dramática y trágica.
Sin embargo, nada han hecho contra las mafias que contrabandean
nuestra gasolina hacia Colombia, un negocio mucho más lucrativo que el
narcotráfico. Menos se han dedicado a combatir a la guerrilla
colombiana que se encuentra en territorio venezolano.
Todo ello constituye un contundente efecto de demostración, pero ahora
fuera de Venezuela, de los atropellos del régimen que aquí padecemos,
entre otros, la violación sistemática de la Constitución, la
demolición de la democracia, la muerte de centenares de opositores, la
persecución judicial contra los adversarios del régimen, los numerosos
presos políticos y exiliados, los atentados contra la libertad de
prensa, los fraudes electorales y otras tantas irregularidades.
@gehardcartay
El Blog de Gehard Cartay Ramírez