(EFE).- «Compro, compro, compro». Los comerciantes informales de Caracas anuncian así un producto nuevo, acaso el más buscado de Venezuela: el dólar. Al contrario de lo que se pueda pensar, la divisa estadounidense, a pie de calle, tampoco está exenta de las distorsiones en el único país del mundo en el que se cambia por 80 centavos (o menos).
«Ahorita, que la tasa está en 1.480, el dólar se compra en 1.000 bolívares», explica a Efe Pablo, nombre ficticio de un vendedor informal que prefiere mantenerse en el anonimato.
Él es un buhonero, como se conoce en Venezuela a quienes practican este tipo de comercio. Vende cigarrillos por unidad en la popular barriada caraqueña de Catia y es uno de los pocos que tienen acceso a la depauperada moneda venezolana.
Tan débil es el bolívar que Pablo le aplica su propia reconversión para referirse a él y le quita tres ceros. El dólar cotiza, en realidad, a 1,48 millones y no a 1.480
Tan débil es el bolívar que Pablo le aplica su propia reconversión para referirse a él y le quita tres ceros. El dólar cotiza, en realidad, a 1,48 millones y no a 1.480.
Su producto se vende a un precio muy bajo, con lo que es accesible para una moneda cuyo billete de más alta denominación -50.000- permite comprar pocas cosas. Si vende 20 cigarrillos, gana los bolívares suficientes para comprar un dólar.
Pero Pablo dice: «No se gana porque el mismo precio al que lo estoy comprando yo, a mí me lo reciben» aquellos a quienes compra las cajetillas de tabaco.
«Son ellos los que ponen la tasa, y uno tiene que seguir esa misma tasa para no perder», subraya.
El país vive una dolarización espontánea y, según distintas estimaciones, el 70% de las transacciones se hacen en la divisa estadounidense. Sin embargo, al no ser organizada, obtener billetes de pequeño valor, básicos para el comercio, es una odisea.
Se aviva la picaresca y muchos vendedores piden que «se complete» la compra. Si el comprador tiene un billete de 10 dólares y va a comprar por valor de 7, por ejemplo, el vendedor pide que gaste tres más para no tener que dar vuelta.
La truhanería adquiere múltiples dimensiones. También en Catia, René Albierma vende artículos de primera necesidad. Para poder sacar adelante su trabajo, busca tener cambio, al revés que otros de los comerciantes que lo circundan.
René explica que «muchas personas llegan» con billetes de uno y cinco dólares en abundancia, pero, debido a la escasez de unidades de baja denominación, le ofrecen 16 a cambio de uno de 20.
«Si vas a cambiar 20 dólares en billetes de uno y estás perdiendo 4, ¿cuántos bultos de harina pan tienes que vender (para compensar)?», se pregunta.
Omar Ruiz conoce bien otro de los problemas de una dolarización no reglada. Varias veces le han dicho aquello de «ese billete está muy feo» o, lo que es lo mismo, no sirve en la inmensa mayoría de los comercios venezolanos, así que no lo aceptan.
La fórmula que se usa para conseguir dólares en efectivo en Venezuela es el secreto mejor guardado de quienes se lucran con un «negocio», a todas luces, ilegal, pero rentable como pocos
Los comerciantes prefieren perder una venta, por cuantiosa que sea, antes que aceptar esos billetes de los que tanto desconfían. Pocos dirían que un billete es «feo», pero en el país de las misses el concepto abarca papel moneda con rotos, dibujos o marcas.
La solución forzada está en pleno centro de Caracas. Junto a los vendedores de oro, hay tiendas especializadas en comprarlos por una pequeña comisión, por supuesto. Si tienes un billete de 20 que no te aceptan en las tiendas, te los cambiarán por 16 «bonitos».
Esos billetes que en Venezuela se rechazan, en cualquier otro país del mundo tienen el mismo valor que los recién salidos de la fábrica de moneda, y se pueden usar, incluso con roturas, siempre que el número de serie esté visible y, por supuesto, sea de curso legal.
La fórmula que se usa para conseguir dólares en efectivo en Venezuela es el secreto mejor guardado de quienes se lucran con un «negocio», a todas luces, ilegal, pero rentable como pocos.
De poco le sirve a un venezolano tener una cuenta en el extranjero con miles de dólares o euros, si no puede sacar dinero en su banco habitual en el país caribeño ni en los cajeros de las entidades financieras. Llegados a este punto, hay que conseguir divisas como sea.
Y es ahí donde alguien le comenta a quien tiene dinero fuera del país que un amigo de un amigo puede recibir una transferencia en una cuenta de un tercero o cuarto, quien, a su vez, conoce a una persona que, mediante el secreto sistema, consigue dólares en efectivo a cambio de una pequeña comisión, que oscila entre el 5 y el 15% del monto transferido.
Se llega a un acuerdo sobre el porcentaje y comienza la aventura. Tras varias conversaciones, comentarios en clave y renegociaciones, los billetes llegan a manos del destinatario final
Se llega a un acuerdo sobre el porcentaje y comienza la aventura. Tras varias conversaciones, comentarios en clave y renegociaciones, los billetes llegan a manos del destinatario final. La sorpresa: solo de 100 dólares o, en el mejor de los casos, de 50.
Teniendo en cuenta que las altas denominaciones no son aceptadas en las tiendas para compras inferiores a su valor total, hay que buscar una solución. Y la tiene la misma persona que se encargó de la operación desde el principio: puede cambiar esos billetes por otros más pequeños, a través de terceros, siempre desconocidos o anónimos. Y otra vez, hay que pagar comisión.
Pero como no hay otra solución si se quiere usar el efectivo, comienza la negociación de nuevo. Y así es como, mientras unos se desesperan con unas gestiones absurdas, pero inevitables, otros se llenan los bolsillos a costa de una comisiones ilegales y secretas, muy superiores a las que cobraría cualquier banco por una gran operación.