Venezuela: Un experimento de 16 años
Quiero suponer que Chávez y sus partidarios tenían buenas intenciones. Tengo amigos chavistas colombianos y sé que ellos no buscaban ni se esperaban el espantoso descalabro de Venezuela. Quiero suponer que ellos no querían imponer una pequeña casta corrupta boliburguesa que se enriquecería con el despojo, incluso más que sus predecesores de la vieja élite venezolana. Sé que tampoco querían una republiqueta aliada de delincuentes y narcotraficantes.
Pero como todo venía envuelto en la palabrería que siempre le ha fascinado a la izquierda de la ira, quedaron hipnotizados: retórica populista, promesa de repartición de la riqueza a los pobres, resentimiento contra la oligarquía, contra los empresarios, contra los burgueses. Cuando un porcentaje alto de la población es pobre y marginada, la retórica del revanchismo puede ser una llamarada. Y con Chávez vino, sí, la llamarada.
Mientras los precios del petróleo estuvieron por las nubes, pudieron parchar con dólares las absurdas distorsiones de la economía. Pero cuando el petróleo volvió a sus precios normales, a la locura económica se le cayó la máscara de aparente justicia y los pobres vinieron a quedar peor que antes. ¿De tantas promesas del paraíso socialista qué les queda? Un país en la inopia, en la ruina moral, en la escasez, en la violencia y delincuencia incontenibles, en la indigencia que va inundando todo el país como un Orinoco que se sale de madre.
Antes de Chávez, en medio de dificultades y de gobernantes a veces corruptos, Venezuela parecía encaminada a ser otro Chile: un país de clase media casi desarrollado. Un país que había dado cientos de miles de becas para que sus jóvenes más estudiosos recibieran la mejor educación en el primer mundo. Casi todo ese esfuerzo económico e intelectual ha tomado el camino del exilio: no se los consideraba cultos ni técnicos ni cultivados, sino, simplemente, burgueses. Todo lo que no fuera miserable era burgués, explotador, abusivo con las clases populares.
Se ha perseguido a los empresarios y a los comerciantes. Se han expropiado las fábricas más productivas. Se han intentado empresas colectivas que caen en la improductividad, el desperdicio, la falta de incentivos, la total incompetencia administrativa. Para pagar salarios ficticios, se imprimen billetes, y así la inflación venezolana es la más alta del mundo. El salario mínimo, al cambio real, es de menos de 40 mil pesos. Cuenta Santiago Gamboa que un profesor universitario se gana al mes lo mismo que cuesta un libro traído de España.
Los bienes subsidiados, los que pueden comprarse con el salario de hambre, no dan abasto. Y todo se convierte en filas, racionamiento, rabia, tristeza. La panacea de cerrar la frontera con Colombia solo ha logrado que una pequeña casta aduanera venezolana deje de ganar dinero con la corrupción.
Los venezolanos opositores que no han tenido que irse al exilio, o que no están en la cárcel, o despojados de sus derechos civiles, están haciendo una campaña heroica, desigual, teñida de sangre y de engañifas del gobierno. Los medios cooptados por el Estado no dejan siquiera enseñar a los electores a votar, a saber distinguir cuáles son los candidatos que se oponen a Maduro. El tarjetón ha sido diseñado para ser tramposo y confuso.
Una mujer admirable, Lilian Tintori, lucha por su país y por su marido preso. Así su vocación no sea la política, en su rostro se ven al mismo tiempo la dignidad y la indignación, la rectitud y la rabia por un régimen despiadado e injusto. Vejada en sus visitas a Leopoldo López, indignada por el trato cruel, por la tortura psicológica que se da a su esposo, recorre su país gritando la verdad y exponiendo la injusticia. Contra todas las trampas y contra todos los fraudes, la oposición venezolana tiene que decirle No a estos 16 años de delirio chavista. El experimento del coronel, ahondado por el inepto Maduro, es uno de los fracasos más estruendosos de la historia de América Latina.