Venezuela – Ramón Piñango: “Cumplir con la ley puede atentar contra tu vida”
Ramón Piñango fotografiado por Roberto Mata
Venezuela está atrapada en una serie de sinsentidos, de paradojas y dualidades. Esta imagen es el reflejo de la debilidad institucional. La duda, la desconfianza, la incertidumbre se ha convertido en un lugar común. Si te secuestran, lo piensas dos veces antes de acudir a la policía, ¿por qué? Porque puede que uno de los secuestradores sea un funcionario. Dudar es lo racional.
A 30 años de la publicación de El caso Venezuela. Una ilusión de armonía, uno de los directores de ese proyecto académico, Ramón Piñango, pasa revista a las claves que motorizan la relación del Estado con la sociedad venezolana. Si nos atenemos al funcionamiento de la justicia, “pobre papel hicimos para fortalecerlo, es grave, y se nos convirtió en el affaire del fiscal Franklin Nieves”.
¿Realmente hay conciencia de lo que está en crisis en Venezuela?
Hay gente que cree que lo que hemos vivido en los últimos 17 años obedece a una especie de mala suerte. Le dimos vuelta a la ruleta de la historia y… nos salió esta vaina. No, no es así. Esto es consecuencia de nuestras actuaciones y de lo que hicimos en las décadas anteriores, en muchos sentidos. Esto no es mala suerte de la Historia. Esto está conectado con otra época, con otro tiempo. Lo cual es importante reconocer, porque dicha las cosas así, tendríamos que preguntarnos ¿Qué fue lo que hicimos mal? ¿En qué nos equivocamos? Me preocupa, incluso, por lo que veo en muchos jóvenes que se han incorporado a la vida política y que, al parecer, no están conscientes, porque no lo vivieron, de lo que ocurrió antes. De repente uno ve con angustia que se están repitiendo los mismos errores, No, por ahí no, ya hicimos eso y nos equivocamos. Párate, por ahí no es la cosa. No, no.
¿A qué cosas se refiere?
A los estilos de liderazgo, por ejemplo. No han cambiado mucho, hasta en la manera de organizar los partidos políticos y eso me preocupa. Creen que por diferenciarse de los tiempos anteriores, en los que había un presidente, un secretario general… ¡Ah, eso ya no es! Ahora hay unos coordinadores. ¿Ese es el gran cambio? No, por decir lo menos, es una gran hipocresía, una gran farsa o lo que quieras, pero uno sigue viendo un liderazgo desde arriba con un gentío abajo y las instrucciones se siguen. Además vemos la trashumancia entre partidos políticos. Gente que comienza en uno, termina en otro, pasando por tres o cuatro.
¿La misma ausencia de democracia?
La misma práctica vertical, en un país mucho más complejo y difícil que la Venezuela de los años 70, 80 ó 90, muchísimo más difícil. Hay gente que todavía tiene en la cabeza —por aquello de la mala suerte histórica—, una visión de cirujano, en la cual agarran un intestino necrosado, cortan aquí, cortan allá y empatan. Entonces, cortemos el lapso que va de 1998 a 2015, ese pedazo de Venezuela, y como si no hubiera pasado nada. Siguen las viejas prácticas, la misma cosa.
Diría que el problema económico no es ni siquiera el más grave.
Yo coincido contigo. Pero hay gente que está repitiendo los mismos pecados, por ejemplo, que se cometieron a finales del gobierno de Lusinchi y a comienzos del gobierno de Pérez. El problema del país es de un ajuste. Hecho el ajuste, todo lo demás se da por añadido. Ojalá fuera así. En ese sentido yo soy demasiado pesimista. Me corrijo, mucho más realista. Porque la realidad es mucho más compleja. Entonces, esa manera de enfocar el problema se repite. Sobrevive. A pesar de los pesares.
Si se repiten las viejas prácticas políticas y el grupito que tiene entre manos el Santo Grial. ¿Diría que eso responde a una tara cultural o a un problema de liderazgo?
Yo reacciono con mucha fuerza contra las posiciones o hipótesis culturalistas. No porque la cultura no pesa, pesa y mucho. Pero eso te puede llevar a un determinismo que te condena a no hacer más nada. La creencia en el líder entre los venezolanos sigue estando tan enraizada como antes. Hay quienes detestan a Chávez, pero les encantaría tener a su Chávez de confianza. Un Chávez que sí sabe de economía, de mercado petrolero, un Chávez culto, un Chávez que hable bonito, que no diga groserías… Mi Chávez de confianza, el mío. Incluso añoran: Si yo le pudiera llegar a la gente como Chávez.
Si yo pudiera tener esa conexión emocional que tenía Chávez.
¡Qué envidia! Entonces, no hay un énfasis en equipo. Sigue siendo un énfasis en personas. Y como la verdad verdadera es que el Estado en Venezuela es muy frágil, con una burocracia inoperante e incompetente en muchas cosas, entonces, ¿Será que estamos condenados a depender de un líder? ¿Tenemos que rogarle al Señor que nos llegue un líder de los buenos? Más aún, mi gran temor, mi gran fantasma, lo que me quita el sueño, es que de una u otra manera tendemos a preguntarnos ¿Quién será la persona? Incluso, personas como tú o como yo nos hacemos esa pregunta. ¿Quién será? ¿En qué anda fulanito de tal? Y por ahí nos viene el nombre y el apellido.
Sobre el papel que está en blanco, y eso da mucho miedo, hay que poner el nombre de esa persona.
No me extrañaría que mientras estamos hablando, haya gente que esté maquinando. ¿Y quién será? Más aún, esta noción se refuerza, porque hay quienes creen que esto requiere una mano fuerte para acabar, por ejemplo, con la corrupción o con el abuso de los motorizados. Para cosas tan diferentes como esas. Alguien que meta a los corruptos, a los motorizados, en cintura. Este es un país que hay que meterlo en cintura. Lo que te lleva a pensar ¿Quién los va a meter en cintura? Y uno se descubre a sí mismo pensando en ¿Quién será? Es terrible, es angustiante.
¿No advierte una sintomatología similar a la de los años 90? ¿A la antipolítica que se resume en aquella frase cualquier cosa es mejor que esto?
En el fenómeno de la antipolítica hay que distinguir dos cosas. Una, la antipolítica en sí misma, que consiste en minar la creencia en los partidos políticos como mecanismos institucionales para la acción del ciudadano y dos, la noción de antipolítica, invocada por los propios partidos, para rechazar cualquier crítica y defenderse a sí mismos. Observo ambas cosas. Y eso me parece perverso, porque refleja poca disposición a cambiar. Pero es cierto, la antipolítica está en el ambiente y la podríamos resumir en la frase cualquier cosa es mejor que esto. Pero cuidado porque todo país puede batir el récord, tanto hacia lo negativo como hacia lo positivo. Podemos batir el récord de algo peor todavía.
¿Usted cree que la situación que estamos viviendo, previa al 6-D, es insostenible?
Sí, creo que es insostenible. El hundimiento del país se advierte en todos los ámbitos. Ya comienza uno a hacer el ejercicio. ¿Qué cosas se han mantenido más o menos igual? Cada vez son más minúsculas. Pero hay cosas que ocurren ante el deseo de cambiar y de adaptarse a los nuevos tiempos. Es lo que han hecho, por ejemplo, los medios de comunicación en sus nuevas expresiones.
¿Por qué ante la urgencia de buscar un “Chávez mío, un Chávez de mi confianza” y la tentación del grupito que sí sabe lo que hay que hacer, no se apela al sentido común y se advierte que la prioridad pasa por estabilizar el país y que eso requiere hacer esto, esto y esto.
Uno tiende a pensar en las cosas más fáciles primero que pensar en lo otro. Curiosamente el país está viviendo una crisis de confianza. No se confía en nada del gobierno. Se desconfía incluso de cierta dirigencia opositora. Se desconfía en la posibilidad de tener los bienes que necesitas para sobrevivir, y como desconfías compras todo lo que puedas hoy. La desconfianza tiene que ver con la incertidumbre. No hay un sistema de expectativas. Me prometes, pero no sé si vas a cumplir. Sin un mínimo de confianza va a ser muy difícil manejar la economía y más difícil aún manejar la política. Se está hablando con insistencia por ejemplo, de grandes acuerdos políticos para la transición, pero eso genera desconfianza en un grupo de la población que no cree en nada, que ni siquiera cree en la policía, por ejemplo, porque en un punto de control, no saben si lo va asaltar funcionario. Lo irracional sería creer o tener confianza en la policía. Eso sería lo irracional.
Estamos viviendo en el mundo de lo absurdo. Una película de Fellini.
Bueno, cosas negativas, como que haya desconfianza, es algo racional. Porque si todo el mundo tuviera confianza… ah. Ahí sí es verdad que hay que irse. La racionalidad y la confianza andan por su lado. ¿Cómo recuperar la confianza? Porque si no la recuperas no puede haber economía, no puede haber lucha contra la delincuencia, no puede haber partidos políticos, ni siquiera puede haber convivencia social.
Usted dijo que la tendencia era pensar en lo más fácil. ¿Por qué se habla de transición si no hay una sola pista, una señal en el horizonte que nos convoque a hablar de ese tema? ¿Por qué somos tan audaces, tan surrealistas?
Si alguna cosa es desconcertante y dañina es la incertidumbre. Destroza tanto el sentido común que, ante lo que estamos viviendo, tendemos a inventar, a la fuerza, a los golpes, algo parecido a una certeza donde no la hay. Para ver el mundo muy cierto utilizamos los mismos esquemas que nos fueron útiles para comprender el pasado, pero que actualmente no nos sirven. El tema es usarlos. Aferrarnos a lo que sea, a las viejas maneras de analizar esto y a inventar una certidumbre. ¿Cómo la inventamos? El 6-D tú votas, no preguntes, pero no dejes de votar. Una vez que votes, confía, y después que ganemos la Asamblea, los problemas de desabastecimiento se acabarán, al igual que la inflación y los problemas de inseguridad, los presos políticos saldrán en libertad, te prometo el paraíso terrenal. Y nos olvidamos que no hay árbitros creíbles, que no hay separación de poderes y cuando eso ocurre es muy sencillo: cualquiera de nosotros puede ser culpable cuando el régimen lo quiera. No hay manera de dirimir querellas, que es algo común en cualquier sociedad. Pero no te preocupes, eso es un detalle. Tú vota. Ten a la población alerta, pero no le digas las cosas que acabo de mencionar, porque de lo contrario la gente no vota, entonces, es mejor no hablar de eso.
¿Realmente se puede ganar una elección negando la realidad?
Hay un gran supuesto —no estoy diciendo que lo comparto— según el cual si hablo de la realidad real, valga la redundancia, tú te vas a inhibir. Vas a decir ¿Para qué votar? Y para que no haya abstención, mejor suavizo eso. Pero el problema no es solamente electoral, es un problema más complejo. Tú tranquilo, vota.
¿Con qué país nos vamos a encontrar el día después del 6-D?
Yo lo que veo es un país tremendamente conflictivo. Desde antes del 6-D y más conflictivo después. Conflictivo no solamente entre el régimen y la oposición, también veo el conflicto entre la gente que tiene el poder.
¿Qué lo lleva a pensar eso y, particularmente, conflictos intrachavismo?
Hay ciertas contradicciones entre la gente del régimen, digamos, entre un diputado que recibe a la cúpula empresarial y promete todo tipo de diálogo, y al día siguiente el presidente de la Asamblea lo manda a callar diciéndole por ahí no va la cosa. O el affaire del fiscal Nieves. ¿Cómo lo llamó Diosdado Cabello? Traidor. No negó lo que había hecho el señor Nieves. Al contrario, terminó ratificando que hizo lo que hizo. La traición es al régimen. La información que llega es que otros jueces, otros fiscales están bajo fuerte presión. El abogado defensor de Leopoldo López, Juan Carlos Gutiérrez, refirió una conversación que sostuvo con una juez que le dijo. Mire, yo tengo el caso de un señor acusado de secuestro y recibo instrucciones de que deje eso así, porque el señor es familiar de un escolta de un ministro. Todo eso son pequeños detalles, no tan pequeños ni tan detalles, que indican que hay grandes conflictos entre quienes manejan el poder. Eso se va agravar.
Hay indicios, marcados y peligrosos, en el deterioro de la gobernabilidad, pero aplicar más controles para aumentar el descontrol, ha disparado la imaginación de la gente, en forma de historietas y composiciones gráficas que se cuelgan en la red. ¿Cómo evalúa esas respuestas?
Una de las formas que tenemos los venezolanos de lidiar con el poder es el humor. Es la mamadera de gallo, el chistecito cotidiano. El país se ha convertido en una gran joda, en unvamos a ver cómo le saco provecho a esto. Pero el trasfondo es el síndrome, ya lo estamos viendo, del sálvese quien pueda; como puedas; haz lo que puedas.
¿Esa demostración de joda podríamos asociarla a la viveza criolla de la que habló Uslar?
O a la pendejera criolla, que también existe. Yo me quedo con la viveza criolla, que viene siendo el sálvese quien pueda. Es el Tío Conejo que hace y deshace para no dejarse joder por Tío Tigre. Ese es el símil. Hay gente que resiente el cuento de Tío Conejo, pero eso es lo que nos ha permitido sobrellevar dictaduras, a los caudillos del siglo XIX, a los poderosos. ¿Cómo si no con la viveza y con la joda? Yo prefiero a ese Tío Conejo, más aún, cuando encuentra que Tío Tigre está herido, pues se ensaña contra él, como se ensañaron al final con Pérez Jiménez, en los saqueos a las casas de los jerarcas, en los linchamientos a los agentes de la Seguridad Nacional.
¿Qué es lo que está en crisis en Venezuela? ¿La falta de certidumbres? ¿La falta de desconfianza? ¿Los viejos esquemas que ya no sirven para comprender la realidad?
Todo eso tiene que ver con la debilidad institucional del país. Las instituciones no son sólo formas jurídicas, sino prácticas enraizadas que se repiten casi de forma automática. Eso es lo que crea cierta estabilidad y confianza. Todo eso está minado. Una práctica institucional es que no te comas la luz roja. Pero imagínate un país donde los semáforos de vías contrarias enciendan la luz verde simultáneamente. Vamos a chocar, ¿no? ¿Qué es lo que está pasando? Que detenerse ante la luz roja a ciertas horas del día es irracional, porque te pueden asaltar. Entonces, cumplir con la ley puede atentar contra tu vida. Eso te crea un desbarajuste institucional tremendo. ¿Te secuestraron? Dudas en ir a la policía, porque no sabes si un policía puede a la vez ser un secuestrador. Pero cuando ocurre eso es porque no hay instituciones, no hay regularidad. ¿Qué es lo que está en crisis? Todas las prácticas institucionales que hacen posible la convivencia social.
Si cumplir con la ley atenta contra tu vida, cabe preguntarse: ¿Aquí realmente hay Estado?
No, no hay Estado. Desde lo que ocurre con los semáforos y lo que te dicen los expertos en seguridad, si puede pase, pero tenga cuidado a ciertas horas del día, hasta un señor fiscal que hizo lo que hizo, luego de recibir órdenes de arriba dentro de un sistema judicial. ¡Qué cosas tan dispares! Es que en Venezuela el Estado ni siquiera tiene el control de la violencia. La gente se escandalizó por el tema de las granadas, entre otras cosas, porque son espectaculares. Desde hace años, las balas con que vienen matando a los ciudadanos de este país vienen de CAVIM. Si los que detentan el poder perdieron el control de las municiones, ¿Qué Estado hay? Lo que hay es un grupo de personas que tratan de controlar, pero cada vez controlan menos. Debe haber una gran desesperación. Una paradoja tremenda. Es un agravamiento de una tendencia que ya advertíamos en el estudio académico de 1983. (El Caso Venezuela. Una Ilusión de Armonía. Dirigido por Moisés Naím y Ramón Piñango).
A simple vista parece un declive imparable.
Pobre papel hicimos para fortalecer el sistema judicial. Es grave. Y se nos ha convertido en esto del fiscal Nieves. O viendo a ver cómo jubilo a 13 magistrados del TSJ porque necesito esos cargos. De una manera flagrante. Hay una mezcla de cosas positivas y negativas al mismo tiempo. Ahora es con desfachatez. Sí chico, estoy tratando de ver cómo los cambio, ¿Cuál es el rollo? Y lo bueno es que está a la vista, lo puedo criticar, entre otras cosas, porque hay periodistas que se ocupan de señalar eso. De lo contrario nadie se enteraría.
¿Y en esa dualidad hasta dónde podemos llegar?
Esa dualidad nos puede llevar a situaciones muy duras de conflicto. De enfrentamiento. Yo sí temo por la violencia.
Escribieron Naím y Piñango en el libro citado “ante el silencioso, pulcro y puntual funcionamiento del nuevo Metro de Caracas (…) hubo gente que expresó “con ingenua, pero hiriente crueldad: ¡No parece Venezuela!”. Actualmente, el contraste es abismal. El Metro está invadido por la mendicidad y la buhonería.
Nosotros reflejamos la opinión de la gente. Y tal vez, como lo sugieres, el Metro se parece demasiado a la Venezuela actual. Yo creo que pasamos de la ilusión de armonía, de creer que el país era “chévere”, a ver las cosas desde una perspectiva, en la que predomina un exceso de realidad. La pregunta es ¿Qué hacemos? Tan sencilla como esas dos palabras. Ineludible. Insoslayable.
Pasamos de la ilusión a un exceso de realidad. ¿Cómo podemos salir de esta crisis?
Ambos extremos son un defecto. En este país hay mucha gente que está haciendo cosas. ¿Quién los articula? ¿Quién los pondrá a valer? ¿Quién hará que pesen en la vida nacional? Esto tiene futuro en la medida en que quienes formamos parte de las élites del país, y eso te incluye a ti, no te salvas de la palabra élite, trabajemos y asumamos un compromiso. Mi visión de las élites es muy ortegueana, en el sentido de que élite es aquel que juega o desempeña un papel en la sociedad y está dispuesto a asumir su responsabilidad, a reconocer que tiene responsabilidades y no enfatizar tanto en sus derechos. Alguien que esté dispuesto a trabajar y que sea capaz de hacer sacrificios. Aquí tenemos que asumir posiciones políticas, y no hablo de afiliación a ninguna organización, sino a enfrentar los problemas y buscar soluciones, en tu caso, en el campo de la comunicación, y en el mío, en la academia.