Venezuela y Estados Unidos: arde el Caribe

El reciente hundimiento por un misil estadounidense de un peñero (lancha) que supuestamente transportaba cocaína, con la muerte de sus 11 tripulantes, ha puesto sobre el tapete la verdadera dimensión de la crisis que se está viviendo entre Estados Unidos y Venezuela. Washington ha acusado al Cártel de los Soles de ser una organización terrorista y para combatirlo ha desplegado en el Caribe una poderosa flotilla naval, incluyendo un submarino nuclear, y ha elevado a 50 millones de dólares la recompensa para capturar a Nicolás Maduro, el teórico jefe de la organización.
La situación es mucho más compleja de lo que parece al no estar del todo claros los objetivos de las medidas de la Casa Blanca. Tras el duro golpe y las amenazas posteriores emergen diversos interrogantes, comenzando por saber si el hundimiento fue real. Maduro dice que todo es producto de la inteligencia artificial, pero, en un giro discursivo hacia al reconocimiento del hecho, Diosdado Cabello sostiene que el peñero destruido es un puro embuste. Junto a ello hay otras dos cuestiones de peso, la primera determinar si el Cartel de los Soles es real, como afirman Donald Trump y Marco Rubio, o es un supuesto montaje siguiendo la explicación de Maduro y no existe. Éste es también el argumento de Gustavo Petro, para quien se trataría de “la excusa ficticia de la extrema derecha para derribar gobiernos que no les obedecen”.
Ahora bien, la mayor duda gira en torno al alcance de la provocación de modo de poder evaluar si finalmente habrá o no invasión. Ésta es quizás la cuestión central. Si bien las posibilidades de que esto ocurra son escasas, no se puede olvidar el carácter volcánico y narcisista de Trump que deja abierta cualquier opción. Cuando hablo del escaso margen para un desembarco terrestre de tropas estadounidenses hay que considerar el tamaño del país, la voluntad de resistencia de Maduro y el hecho de que la flotilla movilizada lleve a bordo solo 2.000 marines, una fuerza insuficiente para semejante objetivo.
Pese a sus limitaciones, la Fuerza Armada Nacional Bolivariana cuenta con un respetable poder de fuego, además de que el número de efectivos movilizables, incluidos los milicianos, la extensión del país y las alianzas internacionales que aún mantiene son elementos disuasorios de peso. A esto se debe sumar una cuestión adicional pero no menor, ¿quiénes, durante cuánto tiempo y con qué recursos gestionarán la transición?
Por otro lado, las relaciones de Estados Unidos con Venezuela están condicionadas por tres grupos con intereses contradictorios. El primero quiere descabezar al régimen chavista a cualquier precio, encabezado por Marco Rubio; el segundo está detrás de la explotación petrolera y en potenciar la presencia de Chevron, con Richard Grenell, el enviado del presidente para misiones especiales, como referente y, por último, el vinculado a la expulsión de inmigrantes ilegales, encarnado en el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE), partidario de mantener buenas relaciones con Maduro.
Como no podía ser de otra manera el anuncio de Trump de declarar organización terrorista al Cartel de los Soles, previamente había hecho lo mismo con el Tren de Aragua, dividió a los países latinoamericanos. El Cártel estaría integrado por buena parte de la cúpula chavista y recibe su nombre de los generales participantes. En el contexto de la creciente preocupación latinoamericana por el narcotráfico son bastante ilustrativas las declaraciones de la Celac, después de la cumbre virtual de sus ministros de exteriores, que insisten en “la necesidad de mantener a América Latina como una tierra de paz, fuera de cualquier intervención y en el estricto respeto a las declaraciones de Naciones Unidas y al mantenimiento de la paz y de la soberanía de los países”.
Parece obvio que ante la fragmentación de la región no se ha podido ir más allá. Ecuador, Paraguay y Argentina también declararon organización terrorista al Cártel de los Soles, postura que respaldó Guyana debido a su conflicto por el Esequibo y al temor de que Venezuela aproveche la coyuntura para darle un zarpazo a su territorio. Otros países como México o Brasil han mostrado su preocupación pidiendo el respeto por la soberanía e insistiendo en el principio de no injerencia. Más allá de sus aliados habituales, Colombia también se mostró contraria a la presión naval, temerosa de que una invasión arroje nuevas oleadas de inmigrantes a su territorio.
Ha pasado más de un año después del gran fraude del 28 de julio de 2024. Pese a que aún no se ha presentado ninguna evidencia constatable de su triunfo, lo cierto es que Maduro sigue allí y el paso del tiempo lo ha reforzado. Las amenazas de Trump y su despliegue naval le vienen como anillo al dedo para azuzar los sentimientos nacionalistas y antiimperialistas de sus seguidores, aglutinándolos detrás de su gobierno, y también para dividir aún más a una oposición ya de por si dividida. Las posiciones respecto a la invasión no son unánimes. Mientras María Corina Machado le agradece a Marco Rubio su beligerancia y señala que «cada día que pasa se cierra el cerco al cártel narcoterrorista», Henrique Capriles responde: «La mayor parte de las personas que quieren una invasión de Estados Unidos no viven en Venezuela».
De momento nada indica, más allá de las esperanzas de muchos venezolanos por acabar con la dictadura, que se produzca una invasión o que, como consecuencia de la presión en el Caribe, el régimen chavista caiga. Lamentablemente para el futuro de la democracia venezolana ésa no es la agenda de Trump, que tiene sus propios objetivos, acompañados de unos métodos más que discutibles.
Artículo publicado en el Periódico de España