Vente pa Alemania, Pedro
Uno no puede imaginarse a un socialdemócrata alemán diciendo ‘nein es nein’ a Angela Merkel
Lo mejor de los países protestantes es ese cielo gris, plomizo y desapasionado, un cielo para rellenar formularios en un mostrador de Sajonia o para clavar tesis en la puerta de una iglesia en Wittenberg, que no deja de ser otra forma de funcionariado. Es aquel un cielo de burocracia y ‘ennui’, perfecto para diseñar herejías e innovar cigüeñales. Ese clima es la tumba del hedonismo, el sepulcro del ocio y del pellizquito. Pero, por el mismo motivo, es el altar del desarrollo, de un zeitgeist serio como un martes por la mañana y frío como el corazón de un metodista. Y por eso la socialdemocracia alemana es como es, que uno la ve desde aquí pactando sin problemas con liberales y con conservadores y se le hace la boca agua mineral.
No tienen ese ‘tumbao’ de dictadorzuelo caribeño que se les pone a nuestros socialdemócratas indígenas en cuanto vienen mal dadas, que es casi siempre. No hay sindicalistas empachados de gambas ni casetas con el logo partido en el ‘oktoberfest’, que en un giro de proto sevillanía, se celebra en septiembre, como la feria de abril a veces cae en mayo. No me imagino a uno del SPD con el puño en alto mientras sus socios queman la Perspectiva Nevski ni se les ocurriría expresarse con el antisemitismo de nuestros íberos sociatas.
Uno no puede imaginarse a un socialdemócrata alemán diciendo ‘nein es nein’ a Angela Merkel ni tampoco diciendo chorradas con un megáfono en Rodiezmo con una pañoleta al cuello, como Chapu Apaolaza por Santo Domingo, pero sin clase, ni santos ni domingos. Cuesta imaginar a un socialdemócrata de Sajonia entregando las llaves del gobierno a los comunistas de la RDA e indultando a golpistas bávaros para pactar con ellos el rumbo del país. Me resulta complicado que alguno presumiera orgulloso de que se hayan incrementado las prestaciones por desempleo, que es como estar orgulloso de quemar los pinos para evitar los incendios. Sin embargo, aquí yo los veo felices, sonrientes y encadenados a la miseria como a una candidiasis.
El socialista español quiere los avances de Alemania, su paz social, sus derechos y sus salarios, pero sin pagar el precio, sin oír hablar de productividad, esfuerzo ni sacrificio. Y mucho menos de pactos de estado, de acuerdos, de generosidad o de grandeza. No saben que el único progreso es el económico y, el resto, su consecuencia. El socialismo español, muerto ya el espejismo felipista, es solo una distopía de mediocres. No es siquiera una ideología, más bien una pulsión primitiva, un odio atávico al éxito, una bola atada en el pie del talento. La salvaguarda de los derechos tradicionalmente entendidos como ‘socialdemócratas’ está, hoy por hoy, solo en la derecha. Porque Pedro, como los suspiros, es solo aire. Y va al aire. Pero el socialismo español es agua y va al mar. Que es el morir. Y de su mano, todos. Si quieres renovar el Poder Judicial, vente pa’ Alemania, Pedro. Vas a entender de una vez lo fácil que resulta todo cuando no eres un macarra.