Verónica Zubillaga: La Revolución dejó de ser pacífica y se asumió solo armada
A mediados de enero de 2017, en el marco de unas anunciadas maniobras militares, vimos al presidente Maduro manipulando un arma enorme que no sabía utilizar. En las imágenes se veía al Presidente parapetado en lo alto de un vehículo militar manipulando un fusil. De pronto se escucha una voz que dice: “¡La foto, la foto!”, reportando claramente una “puesta en escena”.
Seguidamente se produce un diálogo que inicia el Presidente preguntando en tono gritón: “¿Disparo?”. Aunque visiblemente no sabía utilizar el arma. Pregunta de nuevo: “¿Se agarra aquí, no?”. Le responden: “Si, sí, porque alante…”. Luego, en tono interrogante, como el aprendiz que quiere mostrar que asimiló la lección, dice: “Y aquí van cayendo los cartuchos”. Entonces profiere:
“Estos podemos llevar unos diez, veinte mil a todos los barrios y campos para defender el territorio de Venezuela, defender la patria, la soberanía. Esto y con otro tipo de armamento que estamos preparando, secreto, para bueno, poder moverse en barrios, campos, en todos lados…” (sic)
Finalmente vemos el rostro del conductor del vehículo que pareciera estar padeciendo al verse mezclado en la escena.
Este episodio me ha interpelado profundamente. Ya lo mencioné en una entrevista hace unos días, y me uno al sentimiento de otros autores que también han escrito sobre ella en otros espacios. La puesta en escena nos dice mucho sobre el momento actual de la revolución bolivariana poschavista y lo que se cierne.
La teoría interpretativa de la cultura desde la perspectiva antropológica (Geertz, 1973), nos invita a desenmarañar las capas de significado de la vida social y, sobre todo, los dramas y los significados en juego en los distintos eventos que allí acontecen. Esta premisa me parece muy sugerente para ofrecer una lectura sobre la escena; aportar una interpretación sobre lo que allí está en juego, y sobre todo, para dejar un relato que “fije” en la palabra escrita la atrocidad con ribetes de ridiculez de este acontecimiento.
Ver al presidente Maduro manipular un arma que obviamente no sabe accionar, constituye casi una escena tragicómica. Es constatar la colosal responsabilidad que tiene en sus manos y su profunda ignorancia que, como es sabido, deviene en osadía y terquedad. Es pues la metáfora de la Venezuela actual: la ignorancia y terquedad del grupo gobernante y los terribles riesgos y pesadumbres a los que someten a la población.
Insistir en distribuir armas para la defensa de la revolución, en un país que junto con El Salvador tiene las tasas de muertes violentas más elevadas del continente y junto con Puerto Rico, la proporción más elevada de muertes ocasionadas por armas, revela una profunda ignorancia. Es, además, ingenuo pensar que la gente estará armada sólo para la defensa dela revolución, pero que las armas no circularán para cometer crímenes y homicidios contra su propia gente y contra sus escoltas.
¿De dónde vienen las armas con las que se cometen los asesinatos en Venezuela? Difícil efectuar el rastreo, pero sí se sabe, por ejemplo, que muchas de ellas entraron en el año 2009 al seno de esta revolución pacífica pero armada. Ese año Venezuela destinó la mayor cantidad de dólares de los últimos treinta años para la compra de pistolas y revólveres; y a finales del año pasado el Presidente hizo el anuncio de una inversión similar en armas para la Policía Nacional. La literatura existente ha revelado que la conexión entre los mercados legales e ilegales de armas es muy íntima: las armas son objetos de matanza que fluyen, cambian de dueño, se prestan, se roban, y derivan en usos muy distintos a los originalmente pautados.
Grupos armados por razones políticas o de protección personal en otros horizontes, como por ejemplo las Autodefensas Unidas de Colombia, mejor conocidos como los paramilitares colombianos, nos muestran una y otra vez que los “parasoldados” terminan siendo los verdugos de su propio pueblo o de los mismos gobernantes y señores que los armaron, y que en todos los casos terminan implicados en las economías ilícitas relacionadas con las armas: el tráfico de drogas, la extorsión, el secuestro, el robo y por supuesto, también asesinando a la gente que se les opone.
Abrir estos surcos en la historia de un país revela una peligrosísima ignorancia que nos está causando miles de muertes, duelos, y un enorme sufrimiento que puede prolongarse por décadas.
Escuchar al presidente Maduro hablar sobre sus planes “secretos” nos devela la intención de distribuir armas para defender la revolución. Simbólicamente marca un hito en la Revolución Bolivariana, que Hugo Chávez calificó repetidamente como una “revolución pacífica pero armada” (contamos al menos 14 menciones de esa frase desde el año 2003, iniciando en un evento en el que se conmemoraba un año del fallido golpe de Estado de abril 2002).
Estas imágenes del presidente Maduro marcan un hito, porque su intención de distribuir armas entre la población “en barrios y campos para defender la patria y la soberanía”, revela que esta revolución que se definía pacífica pero armada, dejó de ser pacífica y se asumió sólo armada.
Lo que expresa con más vigor la disposición del grupo gobernante a imponerse por las armas contra su propia gente a fin de preservar el poder. Es el poder y la fuerza bruta del fusil cuando escasean los otros recursos.
Justamente por ignorar el Presidente los itinerantes flujos y trayectos por los que circulan las armas, así como la movilidad de sus blancos, no parece advertir que el fusil se puede volver hacia cualquiera, hacia mí, hacia usted y, por supuesto hacia él mismo, sobre todo después de cerrar uno a uno los canales para expresar el descontento y el profundo sufrimiento.