Vilches: Socialistas, pilinguis y enchufados
«Es la virtud que tiene la democracia para los socialistas, que no les hace falta la violencia para disfrutar de las mieles del poder que creen que les pertenece»

Ilustración de Alejandra Svriz
El socialismo español tiene una mezcla de exaltación del vicio con dinero público y pereza descarada, con instintos autoritarios que en ocasiones llevan a episodios violentos, como demuestra la historia. En realidad es una personalidad ciclotímica, quizá por fases. La historiografía psiquiátrica aún no se ha puesto de acuerdo en esta cuestión. Ahora –me refiero desde 1977– estamos en la fase de las licencias de cintura para abajo, incluido el bolsillo, y el apartamiento de la revolución. Es la virtud que tiene la democracia para los socialistas, que no les hace falta la violencia para disfrutar de las mieles del poder que creen que les pertenece.
Entre esos vicios está el rodearse de pilinguis pagadas con dinero público, y el enchufar a todo quisque. Hoy no voy a incluir otras costumbres insanas de nuestros progresistas porque hablar de drogas, de pactos con terroristas y golpistas que alardean de sus delitos, o tener en el banquillo a la «presidenta» y al «hermanísimo», tiene menos gracia que una conferencia sobre el IRPF. Esos dos malos hábitos a los que me refería (pilinguis everywhere y enchufismo eólico) están tan bien arraigados en la tradición sociata que cuando la prensa descubre los delitos y los jueces sancionan, su partido no pierde ni un solo voto.
Vamos con unos ejemplos. Ábalos ha dejado una cuadrilla de «novias» –las llama así porque es un romántico–, pagadas con dinero público pero para disfrute privado. En cuanto se ha sabido la intención de voto al PSOE no se ha movido ni un decimal. En la mentalidad progre debe ser corriente o admisible que los hombres tengan queridas, o pagar por tener sexo. Unos dicen que es inmoralidad, pero algún sociólogo de medio pelo dice que la moral obrera no es tan hipócrita como la burguesa. Si hay vicio, haylo y punto. No hay inmoralidad en esas costumbres, asegura el experto de izquierdas, porque el amor es libre, y con esa libertad se rompen los pilares de la sociedad tradicional, como la familia. En verdad, lo único que rompen es la caja común del dinero público, porque Ábalos y los alegres chicos de los ERE andaluces no sacaron ni un euro de su bolsillo, sino del de todos.
Tirando del hilo no habría que descartar que el eslogan de «Cien años de honradez» saliera de una conversación que terminase con un «Sujétame el cubata». Lo digo porque llevan 50 años prometiendo la abolición de la prostitución, al tiempo que no dejan de salir casos de socialistas pillados con prostitutas. Es imposible olvidar, no sé, a Luis Roldán, que se llevó el dinero de la Guardia Civil para fiestas en gayumbos con señoritas en carne viva. O a Tito Berni, que tiene nombre de orujo de plátano, ese diputado socialista del que supimos en 2023 que conseguía sobornos y favores políticos a cambio de beneficios en contratos públicos en fiestas con drogas y prostitución. Tampoco podemos obviar que Koldo fue reclutado por Ábalos por ser un buen portero de prostíbulo. Es cierto que no todos los socialistas son iguales: unos van de puntillas, y otros de putillas.
El test de estrés para la moralidad del universo socialista no acaba con su versión de sin faldas y a lo loco con dinero público. Recordemos que también se caracterizan por ser una eficaz agencia de colocación en la administración. En esto no dramaticemos. Todos conocemos a algún enchufado, ya sea el hijo de algún reputado lo que sea que abre las puertas a su vástago, la amiga de no sé quién, o el tipo de otras latitudes que se suma al chiringuito que tiene aquí montado su compatriota. Seamos claros. Al final, lo del mérito y la capacidad se defiende de dos maneras: con golpecitos en pecho de hojalata, o cuando hay que incluirlo en un recurso administrativo. El resto combatimos como podemos, y si no hacemos prisioneros es porque no tenemos donde meterlos.
«El hermano de Pedro Sánchez es el epítome del enchufismo absentista»
Hasta ahí, bien. Lo indignante es el enchufado en la administración que no da ni chapa. En esto el hermano de Pedro Sánchez es el epítome del enchufismo absentista. El Rostropovich que tenía el «hermanísimo» dentro le impulsó a confesar a la jueza que no sabía dónde estaba su puesto de trabajo, ni las tareas encomendadas, ni la denominación técnica de los miembros de su equipo. Y lo hizo sin vergüenza, sino socarrón, como quien no sabe qué delito ha cometido. ¿Impacto en la intención de voto al PSOE? Cero coma cero, como una cerveza sin chispa.
El asunto tiene miga identitaria. En la tradición socialista, el trabajo era el pilar de la moral obrera, el único capital del lumpen, y el oficio era el elemento dignificante. Frente al burgués ocioso estaba el currante honesto, decían y se ponían a cantar levantando el puño. Hoy, ni una cosa ni otra, aunque sí dan el cante. Los enchufados del PSOE no dan ni chapan, como la mujer del socialista andaluz Juan Espadas, colocada en la administración autonómica y que no sabía ni coger un canuto para hacer una o. Otro tanto el hijo del ex diputado socialista Ramón Díaz, el hermano del líder del PSOE de Jaén, un hijo de la diputada Aurora Atoche, una sobrina de la presidenta del Consejo Andaluz de Relaciones Laborales, y muchos más que no merecen que los teclee.
Conociendo el rostro que se las gasta el progresismo en estos temas, quizá es que hicieron bueno el pensamiento del yerno de Karl Marx, Paul Lafargue, que escribió «El derecho a la pereza» en 1880. El tipo utilizó el folleto para atacar el «amor al trabajo», que definió como una «aberración mental». Decía que era muy revolucionario que el obrero solo trabajara tres horas al día. Mucho me parece para algunos socialistas actuales, la verdad. El resto del tiempo debía dedicarse a holgar. De hecho, Lafargue y la hija de Marx también vivieron de Friedrich Engels, el pagafantas del marxismo. Y de esos polvos estos socialistas.