Villalobos: El populismo hay que sudarlo
En Venezuela, a diferencia de Cuba, la propiedad privada nunca ha desaparecido totalmente y las expropiaciones a la escala del chavismo no se repitieron en los gobiernos populistas de Ecuador, Bolivia y Nicaragua
El populismo chavista es el caso más emblemático para generar miedo en la política continental. Sectores de la oposición venezolana sostienen que si les pasó a ellos le puede pasar a cualquiera. Pero esta es una falsa premisa; Chávez logró controlar todo el poder, en gran parte, producto de errores de estrategia de empresarios y sectores de la oposición política. La intolerancia frente a la popularidad de un mulato que no pertenecía a las élites convirtió la prisa por sacarlo del poder en una enfermedad endémica de los opositores. Mientras otros países con similar amenaza han contenido o tenido progresos contra el populismo, Venezuela sigue empeorando. La oposición venezolana no tuvo paciencia, ni sentido de gradualidad. Se aferraron a una estrategia de corto plazo con la idea del todo o nada que los ha mantenido 22 años corriendo sin llegar a nada.
Por años, quienes hemos seguido a la oposición venezolana, nos concentramos en su condición de víctima y muy poco en dimensionar el grave impacto que han tenido sus propios errores. Conocer esos errores es la lección más importante para el resto del continente. En el 2001, cuando Chávez tenía menos de dos años de Gobierno, los empresarios decretaron un paro cívico que fue seguido de un intento de golpe de Estado en abril de 2002. El golpe fue encabezado por Pedro Carmona, presidente de las cámaras empresariales. En diciembre de ese mismo año iniciaron una huelga en la empresa petrolera PDVSA que terminó en febrero del 2003 con más de 18.000 despidos; en agosto del 2004 convocaron a un revocatorio que perdieron. En el 2005 se retiraron de las elecciones legislativas, a pesar de tener el 40% del voto. El intento de golpe militar y la huelga en PDVSA dejó a los opositores sin influencia en las Fuerzas Armadas y en la producción petrolera. El revocatorio fue una reafirmación del mandato de Chávez y el retiro de las elecciones le regaló al chavismo el control total del Poder Judicial, el Consejo Electoral y la Fiscalía.
Con alta popularidad, los militares de su lado, mucho dinero y todas las instituciones en sus manos, Hugo Chávez pudo hacer lo que le dio la gana frente a una oposición débil y fragmentada. Se reeligió así con el 62% del voto en el 2006. En este contexto, a partir del 2007, no antes, ocurrió la ocupación cubana y nació el socialismo del siglo XXI que era mitad marxismo nostálgico y mitad venganza contra los empresarios y medios de comunicación que habían tratado de derrocar a Chávez en su primer gobierno. En Venezuela, a diferencia de Cuba, la propiedad privada nunca ha desaparecido totalmente y las expropiaciones a la escala del chavismo no se repitieron en los gobiernos populistas de Ecuador, Bolivia y Nicaragua. Nunca hubo un proyecto anticapitalista claro, pero si una lucha brutal entre el gobierno y el sector privado que dejó a los empresarios derrotados y la planta productiva desmantelada. Es decir que jamás debieron los empresarios venezolanos liderar la lucha política contra Chávez. Es más difícil un cambio con una economía destrozada que con una economía que sigue funcionando. Las crisis de sobrevivencia inmovilizan a la gente y las crisis de expectativas las motivan a mejorar. Lo paradójico es que ahora Maduro está tratando de restablecer el capitalismo.
Los errores señalados contribuyeron a que el chavismo se victimizara, radicalizara y fortaleciera. Es irrelevante argumentar que Chávez ya tenía planes para concentrar el poder y quedarse gobernando para siempre, porque eso no justifica anticiparse. El populista Donald Trump tampoco quería irse y Jair Bolsonaro ha dicho que su futuro es: “victoria, cárcel o muerte”. Muchos presidentes de izquierda o derecha les encantaría concentrar poder, pero el funcionamiento de las instituciones se los impide, aunque sean muy populares. La independencia de poderes y la neutralidad de las Fuerzas Armadas son por ello cruciales y esto fue lo que perdió la oposición venezolana en solo cinco años. La popularidad de los populistas se degrada lentamente, incluso si su gobierno es un desastre, porque son una consecuencia del colapso moral de la política. La gente está enojada y tarda en reconocer que está siendo engañada.
El populismo es una venganza, nace de la polarización, se considera víctima, niega el diálogo, divide a la sociedad en buenos y malos, fomenta el conflicto y considera que quienes piensan diferente deberían desaparecer. Es un error enfrentarlo con sus mismas ideas y en la cancha donde es fuerte victimizándolo, polarizando y dividiendo más a la sociedad. Eso hicieron los venezolanos y cayeron en un circulo vicioso de deseo de venganza y miedo a la venganza que ahora dificulta que unos dejen el poder y que los otros pueden acceder a este. Es un error pensar que sería mejor si quienes creen en el populismo desaparecieran porque la solución es incluir a todos para acabar con la confrontación-polarización.
Latinoamérica continúa siendo la región del mundo en desarrollo con mayores progresos democráticos. Las instituciones que se crearon en la transición durante el siglo pasado son imperfectas, pero están funcionando para contener pretensiones populistas autoritarias. Rafael Correa en Ecuador y Evo Morales en Bolivia llegaron a tener el 60% del voto. En Ecuador el correísmo ha sido derrotado dos veces, la primera por su propio partido y la segunda por la oposición que ahora gobierna el país. En Bolivia los opositores derrotaron la reelección de Morales, son la mitad del poder y evitaron que se aprobara una ley impopular. En Argentina el populismo “kirchnerista” ha sufrido dos derrotas electorales y lo más probable es que pierda el poder en el 2023. Bolsonaro seguro perderá la elección en el 2022. Hubo pánico en Perú por la elección altamente polarizada que ganó el izquierdista Pedro Castillo, pero los contrapesos lo están empujando al centro. El miedo se está trasladando ahora a Chile que igual elegirá presidente bajo fuerte polarización. Las posibilidades de un gobernante de concentrar poder son directamente proporcionales a la debilidad de las instituciones y Chile es un país con instituciones fuertes. Algo similar puede decirse sobre las elecciones de Colombia el próximo año.
En Honduras los militares derrocaron en el 2009 al izquierdista Manuel Zelaya por populista y chavista. El resultado fue un gobierno de derecha corrupto, autoritario, vinculado al narcotráfico. Doce años después la esposa de Zelaya, Xiomara Castro, ganó las elecciones. Al populismo es mejor sudarlo, tener paciencia, evitar la tentación de los iluminados que no saben esperar y tratan de corregir el error del voto popular a toda costa. A los pueblos no se les enseña, ellos aprenden. No se trata de derrotar un enemigo, sino de restablecer la tolerancia, la convivencia y reunificar al país. Esto puede parecer lento y difícil, pero es el único camino para avanzar en madurez democrática. La oposición venezolana corrió, se tropezó y cayó en un agujero del que no termina de salir. En este tema vale lo que sabiamente dijo José Alfredo Jiménez “no se trata de llegar primero, sino de saber llegar”.
Joaquín Villalobos es consultor para la resolución de conflictos internacionales.