Villasmil: Apoyar a comunistas no es un error, es un horror
Eduardo Frei Montalva, Patricio Aylwin, Eduardo Frei Ruiz-Tagle
Especialmente para un demócrata-cristiano.
Tengo recuerdos inolvidables de Chile. Sobre todo, de su gente, de su lucha contra la dictadura pinochetista, de su cultura, de su amabilidad, hospitalidad y calidez. Lejanos geográficamente de nosotros en el norte caribeño, pero cercanos por muchos hechos comunes. Tan sólo un nombre basta como ejemplo: Andrés Bello.
En general, los chilenos han ganado merecida fama de ser trabajadores y esforzados, fuimos testigos de ello los venezolanos, al recibir a miles de ciudadanos chilenos que, frente a la incertidumbre de la dictadura militar, buscaron rehacer su vida en tierra venezolana y, donde fueron bien recibidos; como bien señala en nota reciente Jonatan Alzuru, “Isabel Allende vivió trece años en Caracas. Allí escribió La casa de los espíritus, trabajó, enseñó, sobrevivió. Miles de chilenos fueron acogidos con dignidad. Venezuela no les ofreció caridad, les ofreció pertenencia”.
Personalmente, tengo recuerdos inolvidables de muchos amigos chilenos, compañeros democristianos -o camaradas, como se dicen entre ellos- y nada podría cambiar esa memoria llena de tantos gratos momentos, tantas solidaridades y alegrías.
Pero los años han pasado, y la democracia cristiana chilena ya no es la de la hora fundacional y la de décadas posteriores, la de los Frei (padre e hijo), Patricio Aylwin, Jaime Castillo Velasco, Gabriel Valdés, Renán Fuentealba, Bernardo Leighton, Otto Boye, Gutenberg Martínez, Soledad Alvear, Mariana Aylwin, Ignacio Walker, Juan Carlos Latorre, y tantos otros dirigentes que representaron dignamente el pensamiento y la praxis DC en su país y en el mundo.
La DC chilena ya lleva varios años de crisis en crisis, de caídas y recaídas, de decisiones asombrosas e incomprensibles. Algunas incluso han involucrado posturas del partido sobre la crisis venezolana que generaron reclamos comprensibles desde Venezuela y el mundo. Los anteriores tiempos de luces han dado paso a una época de sombras.
La última sombra, de hace pocos días, es la decisión de apoyar a Jeannette Jara, candidata comunista a la presidencia de Chile, en las próximas elecciones del 16 de noviembre.
Para un demócrata-cristiano eso no es un error, es un horror.
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En entrevista reciente en El Líbero, Mauricio Rojas, político, historiador económico y escritor chileno, no sale de su asombro ante el apoyo DC a la candidata comunista, y señala, de forma tajante, que “sería como que los ángeles apoyaran al diablo, algo absolutamente descabellado (…), están entre elegir la muerte del partido, y la muerte de la idea que los llevó a su fundación».
Los DC chilenos, con su postura irracional de apoyo a los comunistas, están contribuyendo a la destrucción del que fuera un gran partido histórico chileno. Un movimiento que gracias a la reforma agraria del Gobierno de Eduardo Frei Montalva produjo la transformación social más grande de la historia chilena; que participó en la lucha contra la dictadura y fue el gran impulsor del plebiscito como mecanismo para sacarla sin violencia. En fin, un partido que -en palabras del analista político Max Colodro, en nota reciente en “La Tercera”- “durante décadas logró mantenerse articulado en torno a convicciones, donde el comunitarismo y la Doctrina Social de la Iglesia se conjugan con una vocación reformista y una buena dosis de realismo”.
¿Cuándo comenzó el ocaso?
Ya lo señalaba en 2017 el expresidente de la organización, Ignacio Walker: “El día que aceptaron formar parte del Gobierno de Michelle Bachelet, que incluía a los comunistas. Ello fue el inicio de “un suicidio consciente y voluntario”.
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La confrontación histórica entre la Democracia Cristiana y el comunismo fue una de las tensiones ideológicas y políticas más definitorias del siglo XX, especialmente durante la Guerra Fría. Ambas ideologías han ofrecido siempre visiones contrapuestas del mundo, la sociedad y el individuo.
La Democracia Cristiana centra su pensamiento en la Doctrina Social de la Iglesia Católica, con la persona humana, y la defensa de su dignidad, como centro, núcleo de la vida en sociedad.
Nada más opuesto que el pensamiento comunista, fundamentado en el materialismo histórico y dialéctico de Marx y Engels, que ve la historia como una confrontación violenta ineludible que culminará en una sociedad sin clases y sin propiedad privada, mediante una “dictadura del proletariado”.
El choque entre ambas visiones del mundo es histórico. Tras la Revolución Rusa y el surgimiento de partidos comunistas en Europa, la Iglesia Católica y los movimientos socialcristianos se posicionaron firmemente contra el bolchevismo. Escritos papales como la encíclica Divini Redemptoris (Pío XI, 1937) condenaron explícitamente el comunismo ateo.
Luego de la Segunda Guerra Mundial, la llamada Guerra Fría fue la época de mayor tensión y relevancia de la Democracia Cristiana como fuerza anticomunista.
En Europa Occidental los partidos demócrata cristianos (como la CDU en Alemania, la Democracia Cristiana italiana) emergieron como fuerzas políticas centrales en la reconstrucción de posguerra, presentándose como una alternativa moderada y democrática tanto al fascismo como al comunismo.
En América Latina la Doctrina Social de la Iglesia influyó en la formación de partidos demócrata cristianos que buscaron una «tercera vía» entre el capitalismo liberal y el comunismo. En muchos países latinoamericanos, estos partidos se enfrentaron a movimientos de izquierda y comunistas.
Resumiendo: la confrontación entre la Democracia Cristiana y el comunismo fue una lucha fundamental por el papel del Estado, la economía y la dignidad de la persona, con la Democracia Cristiana posicionándose como un baluarte contra el totalitarismo colectivista del comunismo.
Hoy, el partido comunista chileno se declara “antiimperialista”, pero solo lo es frente a los EEUU; ¿por qué no critica asimismo los intentos imperialistas de Rusia y China?
Hoy, en Chile, se le quiere dar un maquillaje “socialdemócrata” a una candidata comunista que ha tenido que desdecirse varias veces en sus opiniones sobre los regímenes de Cuba y Venezuela. La señora Jara quiere aparentar ser lo que nunca un comunista es: un demócrata.
Por ello, repitámoslo una vez más: camaradas chilenos, apoyar a los comunistas no es un error, es un horror.
Ningún DC debe apoyar jamás a la hoz y el martillo.