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Villasmil: Bienvenidos a Britalia

 

Tomo el título de un artículo publicado en The Economist a raíz de la súbita y sin embargo muy esperada renuncia de Liz Truss, el pasado día 20 de octubre, como líder del partido Conservador y, por ende, como  Primera Ministra del Reino Unido.

El único recuerdo agradable que probablemente le quedará a la señora Truss de su fugaz paso por el cargo fue la foto tomada junto a la reina Elizabeth II, literalmente horas antes de que esta última falleciera. Esa foto, que le dio la vuelta al mundo y que quizá Liz pensaba que le otorgaría  cierto grávitas -esa virtud que tanto apreciaba la antigüedad romana, y que adquiría su significado de un sentido ético vinculado a la seriedad, la severidad y una cierta dignidad-, no pasó de ser eso, una foto. Hubiera dado lo mismo que las dos Elizabeth -la reina fallecida y la política hoy “autosuicidada”- se hubieran tomado una selfie, agarraditas de la mano, cantando Rule Britannia.

Liz Truss, política de esta época plena de convulsiones económicas, sanitarias, militares y culturales, tiene el dudoso logro de ser candidata a pregunta facilona, de primera ronda, en “Quién quiere ser millonario”: ¿Quién ha sido el Primer Ministro británico más breve de la historia?

Desde 1900 hasta la caída a los infiernos de la catira Liz el récord en brevedad lo tenían los conservadores Andrew Bonar Law (211 días, 1922-23), y Stanley Baldwin (239, entre 1923-24) además del socialista Ramsay McDonald (284 días, en 1924).

Como puede verse la década de los “roaring twenties” dejó muchos carromatos políticos accidentados. Pero Liz les ganó a todos por paliza: ella apenas ha durado 45 días.

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El hecho es que los conservadores británicos, en el Gobierno desde 2010, se embarcaron en una nueva búsqueda de un Primer Ministro. El ganador esta vez, Rishi Sunak, es el quinto PM desde 2010, y el tercero en lo que va de año. ¿Lo más ignominioso?  que los últimos cuatro –David Cameron, Theresa May, Boris Johnson y Liz Truss– han tenido que renunciar; los varones –Cameron, Johnson– por estupidez suprema, y las chicas –May, Truss- por abismal incompetencia.

Lo de caracterizar la situación como “britálica”, es porque Truss y su relampagueante ministro de Hacienda (duró menos que ella en su cargo), Kwasi Kwarteng, en un panfleto escrito a cuatro manos y cuatro ojos pero con cero cerebro, habían usado a Italia como “advertencia”; los problemas de la sociedad italiana y de otros países del sur de Europa -servicios públicos en crisis, bajo crecimiento y poca productividad- se estaban haciendo presentes en las islas británicas.

El asunto es que el grado de inestabilidad que está atravesando el Reino Unido hace parecer a la política italiana casi que modélica.

Es prudente señalar que comparar las economías británica e itálica no es un ejercicio muy exacto; como también destacó The Economist “el problema económico de Italia deriva de ser miembro de la Unión Europea; el problema económico del Reino Unido, en parte, es por haber dejado de serlo”.

Resumiendo el aspecto económico británico: la señora Truss dijo adorar el mercado, el problema es que el mercado no correspondió a sus requiebros amorosos y la castigó con una gélida respuesta (digna de “Frozen III”) a una propuesta económica muerta antes de nacer.

Ella anunció el 23 de septiembre un “mini-presupuesto” que en esencia ofrecía un plan de recorte masivo de impuestos pero sin acompañarlo de una aconsejable reducción del gasto público. Los mercados y la opinión pública británica por una vez coincidieron en su rechazo. ¿Consecuencias inmediatas? Devaluación de la libra y subida estrepitosa de los tipos de interés.

La prensa británica, famosa por sus titulares incendiarios, no se hizo esperar. Daily Mail: “El Gobierno Truss tardó menos en derrumbarse que una lechuga en pudrirse”.

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Sin embargo, hay aspectos en los cuales ambos países son similares: sin duda la inestabilidad política (sobre la cual reconozcamos que los italianos tienen una amplia experiencia); es sabido que sin estabilidad cuesta mucho crecer y superar crisis económicas, no importa si son causadas por una pandemia o por una guerra pavorosa en comarcas ubicadas al este de Europa.

Asimismo, ambos países sufrieron dolorosamente recientes liderazgos políticos bufos: Berlusconi en Italia, Boris Johnson en UK; no por nada a Johnson le pusieron el sobrenombre de “Borisconi”.

La fecha de las próximas elecciones generales es 2025, toda una eternidad la espera. Ya hay muchas voces pidiendo un adelanto, a sabiendas que seguramente traerán consigo un Gobierno laborista. En el Reino Unido el péndulo a veces sí funciona.

En Italia la abundante hemorragia electoral no ha sido históricamente garantía de resolución de los problemas. En las islas británicas la enfermedad de la inestabilidad la sufre por ahora solo uno de los dos grandes partidos. Pero bien se sabe que los socialistas tienen un gen inestable y suicida que hace su aparición de vez en cuando. A los conservadores, también históricamente llamados Tories, los han afectado los doce años consecutivos en el poder, y han quedado exhaustos por las batallas del Brexit y la relación con Europa continental.

Se comprende que los Tories no quieran abandonar el poder. Una lección italiana: preguntado el líder democristiano Giulio Andreotti durante una entrevista si tantos años en el poder no desgastaban, su sabia respuesta fue: “más desgasta estar en la oposición”.

Decíamos que Rishi Sunak, un millonario de origen indio, es el nuevo Primer Ministro; no es precisamente un novato en estas lides de Gobierno (fue Ministro de Hacienda -Chancellor of the Exchequer- con Boris Johnson). Él debe entender que su prioridad absoluta es lograr el retorno de la estabilidad en las funciones públicas, rescatando legitimidad y confianza en las instituciones políticas. Sin ellas, no hay liderazgo bueno o malo, sencillamente no hay liderazgo.

Con la elección de un nuevo líder conservador probablemente venga una pregunta automática: ¿cuánto durará en el cargo? Como tituló el diario The Telegraph del pasado lunes 24: «Ya algunos de los colegas de Sunak están afilando el hacha preparándose para una nueva ejecución»…

La señora Truss, que aspiraba a ser una nueva Dama de Hierro, terminó siendo una dama, pero de barro…

Lo cierto es que la lección para las actuales generaciones políticas es clara: no cualquiera es Margaret Thatcher.

 

 

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