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Villasmil: ¡Bochinche, bochinche!

 

 

«¡Bochinche, bochinche! Esta gente no es capaz de hacer sino bochinche.“

Francisco de Miranda (1812).

 

Bochinche: Tumulto, barullo, alboroto, asonada.

Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua

 

Los días previos a la Navidad no fueron muy gratos para los demócratas venezolanos. Una mayoría (el hoy llamado “G-3”) de la Asamblea Nacional electa en 2015 -¿recuerdan esos tiempos de optimismo y esperanza?- decidió violentar la Constitución nacional y asfixiar el llamado interinato de Juan Guaidó, cargándose al mismo tiempo el Estatuto de la Transición aprobado el 5 de febrero de 2019, que definía las metas a seguir para derrotar a la dictadura. La reforma promovida por el trío formado por AD, Primero Justicia y Un Nuevo Tiempo no es tal. Y nos lleva a los ciudadanos a hacernos esta pregunta: ¿por qué atacan al Estado Constitucional de Derecho?

Recordemos que la maniobra ya la habían intentado hace un año, pero en ese entonces no consiguieron los votos necesarios.

Mientras, Venezuela tiene hoy más presos políticos, el Gobierno sigue su desacertada política económica – suerte a la hora de conseguir gasolina, amigo lector-, diariamente aumentan los migrantes, y en su AN continúan los avances en el proyecto de Estado Comunal.

¿La oposición partidista? Más desunida que nunca, sin enterarse de que el régimen no se detiene en su camino hacia un mayor control del poder.

Por años dicha oposición  ha auspiciado un camino de división, de zigagueo, de un paso adelante y dos para atrás: abstenciones, sueños caudillistas, una ya crónica división y rechazo a toda unidad, supuestos salvadores con uniforme militar foráneo, negociaciones en diversos lugares del planeta que hasta hoy solo han logrado fortalecer al régimen; todo un vibrante turismo negociador.

Uno de los mayores resultados de las insensateces opositoras fue lograr la desmovilización de la sociedad. Anestesiaron las protestas. Quedan tan solo los reclamos sociales sectoriales, como los de los educadores, por una condiciones de vida mínimamente dignas, y que casi nunca tienen acompañamiento de la “oposición política”.

Lo normal, entre demócratas, es que el debate de ideas y de posiciones se haga de forma transparente y respetuosa, que se oiga y se escuchen posturas plurales.

En cambio la conducta del liderazgo G-3 durante todo este bochornoso hecho de la violación constitucional fue autoritaria, grosera e intemperante. ¿Era necesario que un influyente diputado del G-3 (al parecer admirador del estilo retórico de Diosdado Cabello), para justificar su voto, llamara a un numeroso y respetado grupo de expertos constitucionalistas mentirosos, manipuladores y corruptos? Afirmó que «no decían la verdad» ni que contaran con el apoyo de «científicos de la NASA o de un «resucitado Juan Germán Roscio»; que solo «protegían intereses políticos». Llegó incluso a afirmar que a Guaidó «el periodo se le había vencido». ¿Y a los actuales asambleístas no?

Las formas más explosivas de ira frecuentemente van acompañadas de una soberbia ciega, como le ocurrió a este señor diputado. Sus palabras fueron un ejemplo perfecto, de libro de texto, de la «hybris» griega, de desmesura, de soberbia, de ego desmedido. Todo lo contrario a la moderación y sobriedad expresiva y analítica que debe poseer un político democrático.

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Una pregunta que no me deja en paz: ¿había necesidad de mostrar tanta inquina, tanto odio, hacia Juan Guaidó? Sus defectos -y los de su gestión- no se pueden ni deben obviar, pero es un hecho doloroso que la mencionada sesión del 30 de diciembre mostró el rostro feroz e intemperante de una oposición que sin embargo frente al régimen tiránico se comporta cuales corderitos rumbo al matadero. Basta ver la conducta de los representante nuestros en México para constatarlo. Por cierto que los vientos mexicanos ya anunciaban estas tormentas opositoras actuales; no se puede olvidar fácilmente que en sus inicios hace poco más de un año la dictadura logró una gran victoria: el reconocimiento por parte de la oposición de Nicolás Maduro como presidente de la República Bolivariana de Venezuela.

Como afirmó un expresidente latinoamericano: “si tumban a Guaidó coronan a Maduro”.

Días antes de su astracanada parlamentaria, los líderes del G-3 intentaron explicar en un infausto y mediocre documento sus razones. Dichas líneas, en la forma y en el fondo, dieron pena ajena. Un mal castellano, con errores de todo tipo, que no buscaba responder las angustias de la sociedad, sino tapar -sin éxito- sus vergüenzas. Ni siquiera saben escribir bien una nota de capitulación. Y confunden imposición con consenso. Claramente, la mayoría de la AN de hoy no tiene muchas coincidencias éticas con la consensuada de 2015. La actual mayoría odia con sincera desvergüenza.

Para colmo, buscaron echar toda la culpa sobre el presidente interino, cuando es sabido y conocido que algunos de los más destacados líderes de esa oposición con mal de rabia y llena de bochinche ocuparon cargos importantes desde 2019 hasta hace poco tiempo.

Además, a nadie se le ocurrió mencionar que a Guaidó le tocaron dos años de pandemia que fueron muy bien aprovechados por el régimen (y por otras tiranías del planeta). Maduro aprovechó la ofensiva contra el otrora presidente interino para dividir aún más a la oposición; en noviembre, cuando Guaidó recibía críticas de todo tipo por la gestión del interinato, Maduro lo amenazó una vez más de ponerlo preso. Eso le dio un segundo aire al dirigente de VP, y las redes se encendieron aún más, unos a favor y otros en contra. Fue una muestra más de la hegemonía comunicacional del régimen usada con una clara estrategia. Esta última palabra, estrategia, por cierto, no es muy llevada a la práctica entre las huestes del G-3.

La auditoría que debe hacerse al Gobierno de Guaidó debe incluir asimismo la auditoría de unas organizaciones políticas en terapia intensiva. Que no poseen líderes o dirigentes, sino caudillos. ¡Ah! y muchos precandidatos presidenciales. Por docenas.

Los dirigentes del G-3 simplemente han quedado desnudos en su mediocridad intelectual y en su orfandad ética. Han logrado que una evidente mayoría ciudadana no crea ni en el régimen ni en la oposición.

Para peor, ahora toca nombrar una nueva directiva parlamentaria. Se dice que por rotación le toca el turno al bate a AD. Son muchos, y muy importantes en nuestra historia, los dirigentes de ese partido que presidieron cámaras legislativas o asambleas. Mencionemos tan solo a Andrés Eloy Blanco, Raúl Leoni, Luis Beltrán Prieto Figueroa, Reinaldo Leandro Mora, Gonzalo Barrios, Carlos Canache Mata, Octavio Lepage, Luis Augusto Dubuc.

¿Cree acaso el lector que el AD actual podrá brindar un nombre del mismo rango y nivel que los mencionados? Yo tampoco lo creo. La actual directiva de los restos del que fuera el más importante partido de la historia democrática venezolana orgullosamente muestra como su precandidato presidencial a una persona que no sabe la diferencia entre homofobia y xenofobia.

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Trágica realidad. Tenemos un Gobierno que no gobierna y una oposición que no se opone a la tiranía.

El liderazgo del llamado G-3 (antiguo G-4, en realidad rumbo a ser G-0), en acertadas palabras de Paulina Gamus, solo manda en “cascarones vacíos desligados del sentir popular”. Y como afirmara por twitter un destacado dirigente adeco de la cuarta, Humberto Celli, “¿Quién tomó esa decisión? ¿Cuáles órganos partidistas? En los tiempos de la república civil uno se enteraba semanalmente de las reuniones de los órganos directivos de los partidos, por ejemplo el CEN de AD, o el Comité Nacional de COPEI, que informaban a la ciudadanía qué se debatía y cuáles decisiones se adoptaban.

Los cascarones vacíos que todavía se llaman partidos han sido secuestrados hace tiempo por una dirigencia que llegó a vieja criticando la vieja política -la cual sin duda tuvo muchísimos defectos y fallas, pero sus dirigentes eran unas superestrellas al lado de la actual mediocridad que controla pero no lidera, que dirige con mano dura a lo interno pero que se vuelven sordos, ciegos y mudos cuando se trata de enfrentar a la tiranía-.

Ya basta con la resignada afirmación – recordada por años- de que, bueno, qué vamos a hacer, este es el liderazgo opositor que tenemos.

 Necesitamos una política opositora fraternalmente unida, no rabiosamente desunida, que movilice, conmueva y renueve esperanzas de libertad. Con líderes solidarios y empáticos, no autoritarios.

Este es el momento ideal -necesario, urgente- de que desde la sociedad le demos un cambio radical a la oposición. ¿O es que vamos a seguir dejando que el G-3 siga afirmando impunemente que nos representa? ¿Que goza de  legitimidad? ¿Los vamos a legitimar con nuestro silencio? ¿Vamos a aceptar que se incorporen, sin ninguna consecuencia, a las minímas pero felices mesnadas de compatriotas que sonríen porque “Venezuela se arregló”? ¿Nos resignaremos a ver cómo lo que queda de las organizaciones partidistas sea definitivamente absorbido por la aspiradora autoritaria, que sea una fiel y leal cohorte del clientelismo revolucionario?

Que cada quien ponga manos a la obra, desde su experiencia, posibilidad y responsabilidad; hay que buscar alternativas urgentes a la actual desfachatez e ignominia prevaleciente en la llamada oposición. Hay que deslindar caminos y estrategias.

Porque la actual dirigencia del G-3 lo que hace es recordar la frase del Dante Alighieri, en La Divina Comedia, colocada en las puertas del infierno: “Lasciate ogni speranza, voi ch’entrate”, deja toda esperanza, tú que entras.

 

 

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