Villasmil: Cantinflas y Groucho Marx, asesores electorales
Carlos Marx y Groucho Marx
Ahora resulta que, al candidato del régimen, Maduro, en su cantinflérica campaña, le ha dado por pedir perdón, e incluso hacer promesas de cambio, de introducir mejoras en su ya demasiado larga (indi)gestión gubernamental.
Mucha agua ha pasado por El Guaire (sí, el mismo cauce en el que Chávez le prometió a Daniel Ortega que algún día se bañarían en sus aguas, milagrosamente cristalinas, gracias a la eficaz acción de la revolución bonita. La belleza de las palabras chavistas se transmutaría supuestamente en resultados hidráulicamente gloriosos para la patria), y ahora Maduro, en su desespero ante una desangelada campaña electoral ante la cual los venezolanos tienen oídos sordos, se nos ha vuelto metafísico, milagrero y más embustero que nunca. Incluso ha querido acaparar la imagen, el recuerdo y el cariño que nuestro pueblo siente por José Gregorio Hernández, así como toma nota de cábalas y de toda una retahíla de rituales supuestamente mágicos, de diverso origen.
Como se señala en un video muy visto en X (antiguo Twitter), dependiendo del día de la semana Maduro es católico, ateo, evangélico, musulmán o santero.
Si alguien ha usado el nombre de Jesucristo en vano ha sido el actual candidato del régimen; y en medio de tanto bochinche y despelote en su campaña, un día se le van a cruzar los cables metafísicos y en una reunión con musulmanes mencionará al papa Francisco, y al encontrarse con católicos hablará con alegría de su ídolo Sai Baba.
Mientras, el candidato-sin-nacionalidad-clara, en su campaña con estrategia de patas cortas, mezcla de Cantinflas y Groucho Marx, también se nos vuelve acróbata de motos, saltador cual cantante de rock sobre muchedumbres -sus escoltas-, DJ, bailarín e incluso podcaster.
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Una diferencia entre los mensajes falaces de Chávez y los de Maduro, es que aquellos eran la nada con sacarina populista, mientras que los del actual son la nada pura y dura.
Lo que queda del PSUV es una especie de casa embrujada, descuidada, llena de telarañas mentales y cada vez más sola, donde ya ni siquiera suenan los ecos de aquellos discursos demagógicamente interminables del difunto. Los psuvistas no tienen aliento ni para rememorar a Chávez; en esta revolución de todos los fracasos, como alguna vez dijo Simone Signoret, la nostalgia ya no es lo que era.
Mientras, en su cada vez más solitaria tournée, como quien busca encuentra, Maduro ha encontrado, y de sobra, mucho rechazo popular. De hecho, se ha convertido en el principal dinamizador y propagandista de la campaña de nuestro candidato, Edmundo González Urrutia, quien raudo y veloz y sin mirar para los lados, va rumbo a la meta del 28 de julio.
Cuando habla de su biografía, Maduro siempre destaca su paso por Cuba, donde seguramente además de aprender a manejar autobuses lo obligaron a leer los insufribles ladrillos doctrinarios del marxismo soviético, con bestsellers como “El Capital”, de Carlos Marx, las obras completas de Lenin, o publicaciones apasionantes como “América Latina: expansión del imperialismo y crisis de la vía capitalista de desarrollo”, de P. Boyko, o la “Geografía de la población con fundamentos de demografía”, de Alexander Alexéiev.
Es cierto: Maduro ha dicho a lo largo de los años que es comunista y marxista. Pero a la luz de su actual remedo de campaña, su marxismo al parecer no proviene del adusto barbudo alemán, sino del gran comediante gringo: su campaña es un circo ambulante digno de algunas de las comedias de los Hermanos Marx, con Groucho a la cabeza. Imaginemos entonces las masas maduristas en las comarcas venezolanas gritando con auténtica pasión el mensaje marxista actual, “Groucho sí, Carlos no”.
De las grandes frases de Groucho Marx que seguramente podrían haber influenciado la incansable labor destructiva del madurismo en el poder, podríamos mencionar, por ejemplo, “«La política es el arte de buscar problemas, encontrarlos, hacer un diagnóstico falso y aplicar después los remedios equivocados.»
El chavismo ha hecho eso, despreciando siempre las angustias ciudadanas, sometiendo a toda la población al mayor de los escarnios, y atacando a todos aquellos que lo criticaran, empezando por la prensa. Lo contrario de los presidentes democráticos. Sobre un recordado presidente norteamericano, Ronald Reagan (este sí de sincera raigambre conservadora, y no como los actuales especímenes que lideran el partido Republicano gringo), hay un detalle no menor: Apenas llegaba a su oficina en la Casa Blanca, Reagan abría los diarios y revistas del día. Lo primero que leía eran las cartas de los lectores. Le preocupaban más la opinión y los comentarios de la gente que las críticas del periodismo, aunque con este mantuvo una relación casi siempre excelente.
Maduro cosecha hoy el desprecio por décadas del chavismo a la dignidad venezolana.
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Así vemos al aspirante a candidato, cuya campaña persigue a MCM y EGU en su recorrido por Venezuela -claro, bastante desierta para Nico, ya que todo el mundo siempre está en el otro lado de la ciudad recibiendo a Edmundo y a María Corina-, descubriendo con asombro que en su Gobierno los puentes se caen, las calles no han sido asfaltadas desde 1998, la energía eléctrica es un recuerdo del pasado, y ya nadie quiere recibir los paquetes de CLAP, en general con productos que no se comerían ni siquiera chacales famélicos con hambre atrasada.
Conmueve hasta la risa ver a Maduro, muy serio, regañando a ministros porque en Barinas no hay gasolina, o porque se cayó un puente en la carretera Falcón- Zulia. Y todo debe arreglarse en horas. Como si más de veinte años no hubiesen sido suficientes para hacerlo si hubieran querido.
Si pensáramos en la otra evidente influencia sobre esta campaña rocambolesca, que no es otra sino Mario Moreno, Cantinflas, consideremos en dos de sus frases inolvidables:
“Hay momentos en la vida que son verdaderamente momentáneos”.
“¡Ahí está el detalle! Que no es ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario”.
Así mismo es esta cada vez más momentánea y fugaz campaña robolucionaria que en vez de conseguir votos, los pierde a toda velocidad: “ni lo uno ni lo otro, sino todo lo contrario”.