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Conjeturas y certidumbres

Sólo tres zamuros (zopilotes) en la puerta de un centro de votación en el estado Mérida. 

“Esos colegios vacíos tienen un nombre: dignidad”.

Elizabeth (@gratitud) – tuitera

 

Una de las más importantes incógnitas que podía ofrecer el nuevo fraude electoral de la dictadura era cuál sería la conducta de la auto-denominada oposición encabezada por Henri Falcón.

Ello es así porque la actitud de dicho personaje, desde el momento en que impusiera a la brava su candidatura presidencial, se ha caracterizado por un muy peculiar examen de la realidad, como si los hechos no importaran, sino la interpretación interesada de los mismos. Él y sus seguidores, durante la campaña electoral, construyeron su muy propia versión de “fake news”, partiendo de un dato cognitivo irresponsablemente asumido por ellos: que la institucionalidad democrática venezolana; la inmensa mayoría de la población dentro y fuera del país; las mayores democracias del planeta; las más prestigiosas organizaciones de derechos humanos; las diversas instituciones religiosas; así como personalidades relevantes del mundo de la política, de la cultura, del deporte, estaban todos equivocados.

Este 20 de mayo, luego del extravagante resultado anunciado por la muy disciplinada representación chavista en el Consejo Nacional Electoral (como se dijo en un tuit: “votaron tres millones y Maduro ganó con cinco”), se está dando el paso inevitable de las conjeturas a las certidumbres; de las mentiras a las verdades, de la supuesta postura seria a la farsa inevitable.

Las palabras de Falcón el domingo noche no solo causan asombro -¿ingenuidad? ¿cinismo?- ; incluso son una prueba contundente de que la mayoría del pueblo venezolano tuvo razón en rechazar su candidatura. Argumentos débiles, poco creíbles, escasa explicación pero abundantes excusas. No deja de producir desconcierto ver su sorpresa ante la falta de palabra de la dirigencia del Consejo Electoral, de su incumplimiento de lo acordado. Su desconocimiento del proceso suena a tarde y sabe a poco. En fin, genio y figura, el señor Falcón. Y en los próximos días y semanas no debe olvidarse el inmenso daño que le hizo a la unidad opositora al anteponer sus ambiciones a la necesaria unidad contra la dictadura. 

Un muy solitario «Punto rojo» en la popular barriada caraqueña de Catia, ubicado cerca de un centro electoral | Foto: Rayner Peña R.

El triunfo del llamado a la abstención debe calificarse de histórico. A pesar de las presiones a los empleados públicos, de los sobornos alimentarios vía el nefasto carnet de la patria, todo ello mostrado a plena luz del día, en los llamados «puntos rojos», Venezuela parecía estar viviendo un paro general, y no una jornada electoral.

 

Las divisorias entre zonas “chavistas” y zonas “opositoras” han quedado en gran medida en el pasado. Venezuela es una sola voluntad de rechazo a la dictadura.

Llama la atención que el grupo de dirigentes que rodeaba a Falcón posee demasiada experiencia para no ver las señales evidentes para todos menos para ellos de que el barco falconista, sin magnetismo ni capacidad de persuasión, ni siquiera podía navegar, que se hundía en el puerto. Y de lo que ocurriría en la jornada electoral. ¿Cómo no se dieron cuenta? ¿O es que solo leían encuestas maquilladas? O peor aún, ¿acaso todo el tema de la candidatura no se vinculaba con principios y valores, sino con utilidades y compensaciones? Por cierto que bien vale hacer esta pregunta a una campaña que se ufanaba de poseer nuevos modos, de ofrecer alternativas al desastre imperante: ¿de dónde salieron los reales que financiaron la aventura? ¿quién pagó las horrendas y desangeladas cuñas televisivas del MAS y del chavismo disfrazado del símbolo verde socialcristiano?

Por intentar legitimar a la dictadura nunca se ganaron la legitimidad ante los votantes opositores a la tiranía. Violando la constitución, se toparon con el más contundente acto de desobediencia civil en la historia patria.

En vísperas de las elecciones la Corte Interamericana de Derechos Humanos hizo un último llamado a la responsabilidad, a convocar otras elecciones realmente democráticas; elecciones que “hagan efectivo el ejercicio del derecho al sufragio libre“. Algunos extractos que merecen ser reafirmados:

“La Comisión estima que el proceso electoral convocado para el 20 de mayo no cuenta actualmente con las condiciones mínimas necesarias para la realización de elecciones libres, justas y confiables en Venezuela”.

“Por ello insta al Estado a adoptar las medidas necesarias para realizar otro proceso de elecciones genuinas que hagan efectivo el ejercicio del derecho al sufragio libre”.

La Comisión opinó que “el proceso de convocatoria a elecciones no cumple con los estándares internacionales, los tiempos han sido manejados de modo imprevisible y arbitrario, no han sido consensuados con las fuerzas de oposición“.

Asimismo, consideró que el órgano electoral venezolano (Consejo Nacional Electoral) no es un órgano independiente e imparcial, capaz de garantizar la aplicación igualitaria de la ley electoral y de los derechos políticos”.

La Cidh también aseguró que las presidenciales de este domingo se realizaron en el marco de irregularidades inaceptables como “la no validación de partidos políticos“, “inhabilitaciones de funcionarios públicos” y “plazos insuficientes y requisitos irrazonables“.

Finalmente, la Comisión alertó que la convocatoria apresurada (…) ha afectado seriamente la garantía del voto universal y su acceso para los nuevos electores y personas venezolanas en el extranjero“.

Nada de esto, señalado además de forma reiterada por otros organismos e instituciones nacionales e internacionales, fue considerado con seriedad por el falconismo; claro, hasta que consumado el fraude, el aparentemente sorprendido Falcón habló el domingo por la noche. Allí entonces sí descubrió la trampa, la corrupción, el ventajismo. 

A pesar de las advertencias, serias y fundamentadas, se lanzaron por ese barranco de acompañar a la dictadura en el fraude electoral. Cualquier intento de señalar culpabilidades por el colosal descalabro que sean ajenas al falconismo solo desnudará aún más sus propias carencias. Porque con trampa o sin trampa el falconismo no movió ni convenció a casi nadie.

Falcón lideró un fracaso anunciado, una campaña trivial, una frustrada y frustrante candidatura que partió de una clara violación a la constitución, que contribuyó decisivamente a la ruptura de la unidad opositora, y que no dejará muchos recuerdos y ciertamente menos añoranzas. Si se toma en serio lo que prometió y no cumplió, las promesas basadas en optimismos irresponsables, las increíbles propuestas de un programa lleno de acentos populistas, es evidente que la ambición presidencial falconista ha llegado a su predecible fin.

Una certidumbre final: no vengan ahora a decir que el señor Falcón es líder de nada; que la moralina sentimentaloide que tantas veces ha aparecido en la historia criolla no retorne una vez más; el desierto general en que se convirtieron las calles de Venezuela y sus centros electorales el domingo 20 de mayo, fue una respuesta contundente a la tiranía, y a quienes se convirtieron, sin que nadie los obligara, en sus compañeros de viaje.

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