Villasmil: De Brecht a Maduro
Cuando en 1953 los tanques soviéticos aplastaban las revueltas populares en Berlín, el intelectual socialista alemán Bertolt Brecht escribió un poema llamado “Solución” en el que decía lo siguiente: “el pueblo había perdido la confianza del gobierno y podía ganarla de nuevo solamente con esfuerzos redoblados. ¿No sería más simple en ese caso para el gobierno disolver el pueblo y elegir otro?
Es bastante probable que Nicolás Maduro no conozca la frase, o que no sepa quién es Bertolt Brecht, pero eso es precisamente lo que su particular forma de socialismo está tratando de hacer, siguiendo el guion diligentemente elaborado por su mentor Chávez y sus asesores cubanos: destrucción de la noción y concepto de ciudadanía, de la autonomía personal, de comunidades independientes a la acción gubernamental. Necesitan siervos amaestrados y domesticados, sobreviviendo gracias a programas del gobierno –como los CLAP, o las misiones “sociales”-.
Sin embargo, la realidad enfrentada por el socialismo del siglo XXI es que su supuesto “hombre nuevo” –en realidad el viejo autómata “estalinizado” en la Unión Soviética- le ha salido muy rebelde y contestón en Venezuela, y que las costuras democráticas criollas, tejidas en los cuarenta años de gobierno civil y republicano entre 1958 y 1998, han resistido a pesar de los pesares la ferocidad inhumana del castro-chavismo.
La idea de Brecht no ha podido ser implementada en Venezuela, y frente al desánimo de algunos y la impaciencia de otros, intentemos ver cómo está la presente situación criolla, en las luchas del pueblo por su libertad:
-Dos de las debilidades fundamentales e irreversibles del régimen son el rechazo abrumador que suscita, sin matices ni perdones, en toda la sociedad; vinculado a ello se une la situación general del país, de derrumbe cada día mayor. Como señalé en la nota previa a esta, «Juan Guaidó goza hoy de un grado de respeto y de popularidad que no tuvo jamás Hugo Chávez».
Ello es importante porque significa que los interesados en congelar la realidad venezolana y recordar los tiempos felices para el chavismo están equivocados. En Venezuela no solo no se puede hablar hoy de polarización, sino que la derrota del castro-chavismo es tanto cuantitativa –como destacan desde hace tiempo todas las encuestas- como profundamente cualitativa; el chavismo, el socialismo del siglo XXI, como idea reorganizadora de la sociedad ha sufrido una derrota cultural irrebatible y categórica. Y no solo en Venezuela; allí están los muy recientes resultados de las elecciones españolas que muestran el derrumbe de Podemos, el chavismo ibérico.
Guaidó es reconocido por la abrumadora mayoría de democracias del mundo. El régimen solo es reconocido por tiranías, como China, Rusia, Nicaragua, Cuba y Turquía. El chavismo está más aislado que nunca, y en precarias condiciones.
La clave estratégica de la sociedad democrática sigue invariable, como insistentemente ha destacado Guaidó desde enero: cese a la usurpación, gobierno de transición, y elecciones libres y bajo supervisión internacional.
El Senado norteamericano acaba de proponer un proyecto de Ley Verdad donde se le aprietan más las tuercas a Maduro y sus cómplices. Los gringos al parecer no piensan abandonar esa estrategia, al igual que las sanciones contra Cuba, que también está en muchos aprietos económicos (¿otro Periodo Especial?). En dicha propuesta los estadounidenses reafirman su apoyo al Grupo de Lima, otro hecho fundamental.
El Grupo de Lima está comprometido con los tres pasos estratégicos indicados por Guaidó, el Grupo de Contacto promovido por la Unión Europea, no. El Grupo de Lima entiende a gravedad de la situación, el alcance de la tragedia. El Grupo de Contacto finge hacerlo.
El Grupo de Lima genera esperanza, el Grupo de Contacto escepticismo y pesimismo.
El Grupo de Lima sabe que los venezolanos no tienen más tiempo, que cada segundo, minuto y hora que pasa la muerte y el caos aumentan; para el Grupo de Contacto los tiempos son los de una diplomacia decimonónica. Una reunión, una promesa de visita el mes que viene, una declaración de vez en cuando.
El Grupo de Contacto, al menos hasta ahora, es como Elsa, la Reina de las Nieves en la película Frozen: todo lo que toca lo enfría o congela.
Según informa hoy miércoles 29 el presidente Juan Guaidó, los encuentros en Oslo pautados este 28 y 29 de mayo concluyeron sin humo blanco. La oposición debía insistir que no se puede negociar lo innegociable, vale decir, el cese de la usurpación, y que la negociación es para presionar a la tiranía, no para complacerla. Porque negociación o no, la relación no es entre «partes iguales», ética o políticamente similares; es entre una tiranía y decenas de millones de ciudadanos que aspiran el regreso de la libertad y la democracia.
Señala en su comunicado Juan Guaidó: «hemos insistido que la mediación sera útil para Venezuela siempre que existan elementos que permitan avanzar en pro de una verdadera solución». Vale la pena preguntarse: Es obvio que en toda negociación se necesita algún punto común. ¿Hay acaso alguno entre los genocidas y la sociedad democrática venezolana? Sobre la mención a un posible adelanto electoral ¿Está en realidad el chavismo dispuesto a contarse a todos los niveles, incluyendo el presidencial? Y lo electoral solo sería posible de ser discutido si se cumplen varias condiciones mínimas: libertad de todos los presos políticos y cese a la represión; cierre de la ilegal Asamblea Constituyente; nuevo Tribunal Supremo; y renovación completa con control externo del Consejo Electoral. Porque, como han señalado diversos actores internacionales, bajo ninguna circunstancia unas futuras elecciones podrían ser supervisadas por la tiranía. Todo lo anterior implica una necesaria reinstitucionalización del país. ¿Es ello posible sin el cese de la usurpación?