Villasmil: De inquisidores, políticos (y auctoritas)
Imagínese por un momento, amigo lector, que usted es el presidente de un importante partido político europeo que incluso ha sido varias veces partido de gobierno. Usted es joven, tiene ángel, una sonrisa cálida y en sus palabras destila confianza, empatía, futuro, cambio. Y aunque ha perdido ya dos elecciones generales, mantiene el apoyo de sus militantes. Ha tenido que navegar -como todos sus colegas en el mundo- las procelosas aguas de la pandemia, y no le ha ido mal, porque en medio de tantas vicisitudes ha salido en su ayuda una líder joven, carismática y con claridad estratégica, que ha obtenido un histórico triunfo en las elecciones de la capital, tanto que ha derrotado de forma humillante a un rival vital, un cantamañanas de izquierda, amigo del chavismo; incluso lo ha retirado de la política. ¿Qué debería hacer usted inmediatamente?
A esta altura es obvio indicar que me refiero a Pablo Casado, al Partido Popular español, a Isabel Díaz Ayuso y Pablo Iglesias. La pregunta, entonces, podría ser respondida a partir del recuerdo de un viejo dicho político: “Una cualidad esencial de todo liderazgo democrático es que el líder busca unir, no dividir”.
Pues Casado hizo lo contrario. En vez de empatizar las relaciones con Ayuso y consolidar la unidad interna para enfrentar juntos al nefasto Pedro Sánchez, le dio todo el poder a su Secretario General, quien se dedicó a lanzar truenos y centellas, a buscar controlar mediante el látigo no solo el aparato (en la jerga mediática “Génova”, por el nombre de la calle donde está la sede nacional del PP en Madrid), sino la fracción parlamentaria, las direcciones regionales, los diversos equipos de la organización.
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Este SSGG, Teodoro García Egea (TGE), ya afortunadamente destituido, era un moderno inquisidor, con la puñalada trapera como instrumento favorito (por ello ese aire navajero que mostraba en sus declaraciones al desatarse la crisis). Su gestión en Génova (“esa torre en ruinas morales”, en acertada descripción de Irene González) se caracterizó por una cacería de brujas misógina -antes de hacerle la vida imposible a Ayuso atacó con saña sin reposo a la portavoz parlamentaria, una brillante periodista y doctora en Historia por la universidad de Oxford, Cayetana Álvarez de Toledo-. Es cierto que esta última no se ha caracterizado nunca por su diplomacia, pero lo que se ha develado de las acciones de TGE contra ella da vergüenza y asombro, en especial sus periódicas filtraciones cloacales a periodistas cercanos para sembrar en la opinión pública una imagen negativa de quien simplemente intentaba hacer su trabajo; esto fue mera práctica previa a lo que sería una escalada casi terrorista contra Díaz Ayuso, a quien al parecer no se le perdonaba ser eficiente, carismática y querida por la mayoría de los madrileños.
¿Por qué Casado le dio todo ese poder a TGE? ¿Por qué mantuvo esa relación casi suicida con quien dirigió una gestión perversa? Misterios de la psicología. Todos los que han escrito en la prensa defendiendo la calidad humana de Casado, pocas veces mencionan la perniciosa influencia de su inquisidor estrella, y, además, el hecho de que estratégicamente Casado era el jefe ideal del PP para Pedro Sánchez. Casado en temas fundamentales como la pandemia, o Cataluña, se mostraba a menudo vacilante, como buscando el perdón, en vez de generar una vía política propia, centrada en la libertad. Y al igual que su antecesor, Mariano Rajoy, nunca entendió que hoy la lucha por la democracia no es económica, es una batalla por las ideas, es la defensa de la ciudadanía; y que los enemigos de España están confortablemente incrustados en el Gobierno Sánchez, donde conviven amigos del chavismo, independentistas, nacionalistas, identitarios, feminazis y terroristas.
Todos unidos en el objetivo de destruir las instituciones derivadas de la constitución de 1978, así como la unidad de España.
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Casado ha caído en la ruina política porque en el desarrollo de la crisis que él mismo alentó contra Ayuso quedó cual rey desnudo; un rey que perdió contacto con la realidad. Sus debilidades y flaquezas éticas, un carácter débil y gelatinoso, quedaron a la vista de todos al afrontar la crisis sin prudencia alguna, virtud siempre necesaria para poder vislumbrar el bien común partidista; al contrario, mostrando dosis crecientes de encono. Y si bien hay afirmaciones de supuestos manejos incorrectos del hermano de Ayuso, esto lo deberá decidir la justicia, la ley, no un equipo de espionaje dirigido por el inquisidor TGE; además la acusación contra Ayuso no fue la causa del conflicto, sino su excusa. Y cuando les explotó en cara lo que ellos mismos habían generado, fueron contumaces, y se negaron a aceptar que la satisfacción de sus ambiciones de control total solo era obtenible destruyendo no solo a Ayuso, sino a la comunidad partidista entera.
Una comunidad que vive, respira, crece, lucha y se nutre afuera de las burocráticas oficinas de Génova.
Decía el mariscal británico Montgomery que «Ningún líder, por grande que sea, dura mucho tiempo si no consigue victorias». Casado nunca las obtuvo; y se mantenía como líder gracias a la luz reflejada por las victorias de barones como Ayuso en Madrid, Moreno en Andalucía y el más veterano de todos, Núñez Feijóo, el gallego muy querido en su tierra al punto de haber obtenido cuatro mayorías absolutas de forma consecutiva.
Y el gallego, se dice, será el nuevo presidente del PP. Posee la necesaria auctoritas -esa rara mezcla de capacidad moral, sabiduría vital, responsabilidad y experiencia- para tratar de rescatar una nave partidista que estuvo a punto de hundirse. Auctoritas -lo ha dicho, entre otros, Hannah Arendt- es fundamentalmente poder que no necesita ejercerse, porque atrae adhesiones voluntarias y respeto general.
¿Sabrán, por cierto, los jóvenes políticos de hoy (pienso en el liderazgo venezolano opositor, esos adolescentes con canas tan similares en varios aspectos a Casado) lo que significa tener “auctoritas”?