De narrativas y estrategias
La disyuntiva que hoy afecta a todos los venezolanos que deseamos un cambio de régimen puede ser representada en la siguiente imagen: Palacio Federal Legislativo -en un acto democrático por esencia- Nicolás Maduro (o alguien del régimen como presidente) le entrega la banda presidencial al candidato opositor, triunfador en las elecciones presidenciales recientemente celebradas.
Las dos narrativas que hoy se enfrentan en la oposición democrática lo hacen partiendo de la posibilidad de que esa imagen se haga realidad o no. Los que defienden que sí es posible salir del régimen por vía electoral, y los que afirman lo opuesto.
No hay que olvidar nunca, por favor, que ambos grupos han dado su aporte a la Unidad opositora, que la Unidad es cada día más necesaria, que los ataques entre opositores solo favorecen al régimen, y que todo llamado a la acción política electoral o a la abstención, si quiere ser serio, debe ir acompañado de la correspondiente propuesta estratégica.
Recordar asimismo que lo esencial, estratégicamente hablando, no es votar o no, sino cómo enlaza esa decisión con la lucha fundamental, que es cómo desplazar a la dictadura.
Las líneas a continuación deben leerse desde una crítica que si estamos entre demócratas puede hacerse sin que ello implique descalificación ni mucho menos insulto. Las cosas son como son, y siempre debemos estar dispuestos a aprender de las fallas y mejorarlas.
El hecho es que hoy la oposición partidista está dividida, que el régimen sigue ganando tiempo –que es uno de los bienes más preciados para la conexión narco-castrista-chavista-, que las condiciones de la población general empeoran, y que las mayorías ciudadanas lucen desconcertadas desde un día, el 30 de julio, cuando una gran victoria para la oposición, como lo fue la impresentable elección ante el mundo de la Asamblea Nacional Constituyente, por voluntad inicial de unos de los líderes con más experiencia de la oposición, Henry Ramos Allup, se convirtió no solo en derrota, sino en señal para cambiar la narrativa de lucha, darle un vuelco a la estrategia de enfrentamiento al régimen, y volver al escenario en que los partidos parecen sentirse más a gusto: el electoral.
Aquí nos encontramos con dificultades y paradojas: cuando se analizan las razones para justificar la nueva participación en un combate electoral se aducen algunas muy conocidas y respetables, pero a las cuales hay que añadir matices importantes; usemos un ejemplo:
A la afirmación de que al régimen se le ha derrotado con anterioridad, debe añadírsele que si bien se han obtenido victorias -2007 y 2015- en ambos casos el régimen no permitió “cobrar” la victoria. Tanto en 2007 como en 2015, pocos meses después el chavismo violó la constitución y se salió con la suya, burlándose de la decisión popular.
Asimismo, otra justificación para ir a las elecciones regionales –que sería una nueva forma de mantener la movilización y la protesta social- no se ha visto por ninguna parte; el resultado de la primaria opositora del día 10 de septiembre es por lo menos decepcionante. La sociedad civil, ocho semanas antes, movilizó más de siete millones de ciudadanos, con fe, con esperanza, con entusiasmo. La votación del día 10, muy escuálida, generó muy pocas ilusiones. La mejor prueba la dieron las redes sociales. Basta comparar los movimientos de ambos días para atestiguar la diferencia. Como también confrontar esos recientes resultados con los de la primaria presidencial, a comienzos de 2012, que eligió a Henrique Capriles como candidato presidencial de la oposición.
El resultado de la actual primaria, además, renueva una vez más un dato esencial para la estrategia de lucha y la importancia de la Unidad: la debilidad de los partidos. No hay ni un solo gran partido, con real implantación nacional (entiéndase bien: como la que tuvieron AD y COPEI, por décadas, antes de la aparición del chavismo), y la lista de candidatos a gobernadores adolece de demasiada presencia de políticos de tiempos pasados; se nota muy poca renovación de los cuadros principales en los partidos.
Otro problema esencial es que a la narrativa de los partidos políticos le ha sobrado silencio y le ha faltado coherencia.
Se asumieron, durante los cuatro meses de protesta social, variadas narrativas cada una más radical que la anterior, desde la exigencia de que todos asumiéramos y lleváramos a la práctica los artículos 333 y 350 de la Constitución, hasta llegar a una Hora Cero que se quedó en eso, en cero.
Es obvio para todos que hoy toda la energía gubernamental está dirigida a lograr una victoria colosal: que los partidos opositores, con el fin de participar en las elecciones regionales, acepten la Asamblea Constituyente. Ello, de darse, no hay duda de que sería un auténtico desastre, e iría absolutamente en contra de lo aprobado por la ciudadanía (pregunta No. 1) el pasado 16-J.
Los dirigentes partidistas no han tenido la coherencia que ha mostrado, con un mensaje claro en lo ético y en lo político, la Iglesia Católica.
Fue la Iglesia Católica la primera que alertó del peligro castrista, de su penetración cada vez mayor en las instituciones estatales; fue también primera en usar el sustantivo “dictadura”, y en alertar sobre la necesidad de tomar en cuenta, en toda estrategia, la corporación militar.
Ha sido la carta de Pietro Parolin, Secretario de Estado de la Santa Sede, hecha pública a fines de 2016, cuando fracasó el intento de diálogo promovido por diversos actores internacionales, la que clarificó muy bien las condiciones necesarias para todo diálogo futuro. Y dichas condiciones han sido asumidas por todos los actores importantes, tanto nacionales como extranjeros.
A la narrativa opositora le ha faltado, frecuentemente, la potencia del argumento emocional, frente al mero argumento racional.
El recurso emocional fue por años alimento fundamental en la narrativa y en la estrategia chavistas. La oposición lo ha usado y poseído, pero solo de forma intermitente. Lo tuvo en diciembre de 2015, para perderlo en el 2016, cuando cayó una vez más bajo el embrujo del diálogo-que-no-es tal. Lo recuperó en 2017, cuando la protesta se hizo sentir en todo el país. Tuvo gran intensidad el 16-J, con el exitoso acto electoral organizado y promovido por la sociedad civil. Pero lo perdió dos semanas después, el 30-J. Y no lo logró recuperar en la campaña de la última primaria.
Hay un desajuste escalofriante entre la realidad de la muerte de un joven asesinado por ejercer su derecho a la protesta y su deseo de vivir en libertad, y algunos debates partidistas que se establecen después de tales asesinatos. Una desproporción que aterra entre la inmensidad del dolor de tantas familias y las controversias políticas que huelen por desgracia y con frecuencia, a ambiciones de poder. Debemos evitar que los familiares de las víctimas del genocidio chavista, en especial las ocurridas en estos cuatro meses de protesta que desnudaron al mundo el rostro feroz de la dictadura, acaben quedándose a solas con sus muertos, su pena y su desgracia, mientras la vida sigue. Y la política, también.
Finalmente, quizá sea recomendable hacer una referencia histórica, de un hecho ocurrido en Londres, el lunes 13 de mayo de 1940, en la Cámara de los Comunes. Ese día, en horas desesperadas, un nuevo Primer Ministro británico, Winston Churchill, a quien ni su partido quería para el cargo, hizo en palabras breves pero inmortales, la conexión perfecta entre realidad y deseo, entre tragedia y esperanza, entre razón y emoción: “Yo diría a la Cámara, como dije a todos los que se han incorporado a este Gobierno: «No tengo nada más que ofrecer que sangre, esfuerzo, lágrimas y sudor». Tenemos ante nosotros una prueba de la más penosa naturaleza. Tenemos ante nosotros muchos, muchos, largos meses de combate y sufrimiento.
Me preguntáis: ¿Cuál es nuestra política? Os lo diré: Hacer la guerra por mar, por tierra y por aire, con toda nuestra potencia y con toda la fuerza que Dios nos pueda dar; hacer la guerra contra una tiranía monstruosa, nunca superada en el oscuro y lamentable catálogo de crímenes humanos. Esta es nuestra política”.
Me preguntáis: ¿Cuál es nuestra aspiración? Puedo responder con una palabra:
Victoria, victoria a toda costa, victoria a pesar de todo el terror; victoria por largo y duro que pueda ser su camino; porque, sin victoria, no hay supervivencia”.
Es cierto que no hay hoy, no solamente en Venezuela, sino en ningún otro país, un líder con la inteligencia, cultura e infatigable persistencia de Winston Churchill. Pero por favor, ojalá pueda surgir al menos un líder que en defensa de la Unidad frente al genocidio chavista no se quede en una mediocre muestra de incapacidad para interpretar la inmensa tragedia que viven los ciudadanos, que esté fortalecido por un programa y una estrategia consensuados, y que con auténtico esfuerzo unitario, ofrezca una narrativa sincera y esperanzadora.