Dejemos de dar palos de ciego
Al sector o líder de la oposición que no nos gusta.
Entendámonos de entrada: hoy la oposición organizada es todo un grupo de organizaciones, partidistas o no, además de gremios, asociaciones, academias, iglesias, grupos vecinales, agrupados en un paraguas que cubre a los sectores democráticos, llamado Frente Amplio, que promueve la unidad de todos los sectores anti-totalitarios, enfrentados al régimen. Cada uno de estos grupos realiza sus labores en ámbitos específicos de acción; por ejemplo, los partidos políticos lo hacen dentro de la Asamblea Nacional.
La Asamblea Nacional ha recibido ataques a mansalva desde el primer día de su instalación. Allí están las agresiones físicas a María Corina Machado (la primera en 2013), a Julio Borges (en repetidas ocasiones), Armando Armas, Américo de Grazia, José Manuel Olivares, Dinorah Figuera, Delsa Solórzano, Alfonso Marquina, y el caso notoriamente reciente, que ha causado indignación planetaria, la detención del joven diputado Juan Requesens. También está preso el diputado por Carabobo Gilbert Caro, y perseguidos con órdenes de captura Julio Borges, Gaby Arellano y Freddy Guevara (exiliado en la embajada de Chile).
La Asamblea Nacional es una de las pocas instituciones venezolanas políticas con reconocimiento y apoyo internacionales. Otras serían las organizaciones partidistas miembros de las llamadas internacionales políticas, como lo son la Internacional Socialista, la Organización Demócrata Cristiana de América (ODCA) y la Internacional Demócrata de Centro (IDC).
Hay que tener cuidado a la hora de sacar el cuchillo para despellejar sin más a la AN ante cualquier iniciativa que realice –o que deje de realizar- (¡atención, señor Almagro!). Asimismo preocupa el aumento de la crítica destructiva en las redes sociales ante cualquier declaración que den los responsables políticos, no importa por dónde vayan los temas. Con ello, se asume un evidente postura anti-política. No se hace una crítica específica, señalando alternativas estratégicas o tácticas frente a lo que alguien propone; simplemente se produce una descarga biliar, escatológica, llena de insultos y descalificaciones.
Es como si los venezolanos estuviésemos sufriendo de una nueva epidemia, llamada “ética situacional”: lo justo, lo correcto, lo valioso, solo lo representa el líder de la oposición que a mí me gusta, o que dice cosas con las que estoy de acuerdo; los demás ya tienen lista su paila en el infierno.
Ubiquémonos en perspectiva: Una de las principales críticas a la oposición partidista, que encabezara la gran victoria popular de diciembre de 2015, y que luego se fuera apagando, entre vacilaciones, marchas y contramarchas e incluso rendiciones ante el régimen de algunos de sus dirigentes, está a la vista de todos, y no es otra que la pérdida de la indispensable unidad.
La desunión no ha sido simplemente un estado de división, sino una práctica del conflicto, marcada por enfrentamientos verbales violentos, por incumplimiento de la palabra, por la generación de supuestas estrategias individuales, todo ello síntomas, además, de un mal endémico latinoamericano: el caudillismo.
Reconozcamos asimismo que es preocupante la inmadurez política de un sector de la oposición; lo que practican no es política de apaciguamiento o de diálogo, es casi una rendición. Es traición a las leyes y a la Constitución, a la esperanza de millones de venezolanos. Pero no es toda la oposición.
Por ello es importante separar las conductas, y exigirles a aquellos que se consideren demócratas, y practiquen sus principios, unos mínimos éticos que todos podamos consensuar. Porque una pregunta inevitable es: Hoy deslegitimados en su mayoría, ¿cómo se vuelven a legitimar?
Todos tenemos posiciones más positivas o más negativas del desenvolvimiento del proceso político opositor frente a la dictadura; pero si reclamamos unidad, es la unidad de todos (los incluidos, repitámoslo, dentro del Frente Amplio, más las futuras incorporaciones), no la unidad solamente de aquellos que nos caen bien.
Un dato fundamental y central: No hay la tan demandada unidad legitimada sin el diálogo que la acompañe. Es un requisito inicial, condición que es necesaria, si bien no suficiente. En otras ocasiones he hecho referencia a qué debe caracterizar el diálogo entre iguales, entre demócratas, creyentes en la diversidad de criterios y de visiones. Por ejemplo:
El fundador del régimen tenía el odio como categoría esencial de su modo de analizar la realidad; quien centra su dialéctica en el insulto, sólo divide, nunca une. En su visión, moralmente corrupta, sólo eran dignos de su mirada y de su atención aquellos que se postraban a su voluntad sin crítica posible. El tirano nunca pudo ir más allá del monólogo. Por ello Chávez nunca fue un demócrata, porque la cultura democrática es esencialmente dialéctica, se alimenta del intercambio incesante de ideas y de pareceres; Chávez, por el contrario, promovía una sociedad de incomunicados. Nicolás Maduro continúa y profundiza su obra.
El pensador francés Jean Lacroix insistía siempre en que los que no son seres de diálogo son fanáticos: “se desconocen tanto como desconocen a los otros. Sólo por mediación del diálogo se realiza uno y se conoce: al destruir el diálogo, se destruye uno a sí mismo y se destruye al otro.”
En lugar de la imposición por la fuerza de sus opiniones, los hombres deben discutirlas, confrontarlas. Es el paso del mito a la ciencia, del bárbaro al filósofo, del pre-hombre al ser humano, nos recuerda Lacroix. Gracias al diálogo se buscan adhesiones libres, o sea el cambio de las adhesiones zoológicas por las adhesiones éticas, que en su culminación producen el tránsito de lo individual a lo universal, así como el reconocimiento pleno de la libertad, que es mía porque acepto y entiendo la libertad del otro. Ni es libre ni libera quien busca esclavizar a sus congéneres.
El diálogo real nos permite identificarnos más allá de los límites de la política. Sirve para interrogarnos sobre nuestra cultura, nuestras instituciones, nuestros modos de convivencia (o carencia de ellos), nuestras formas de expresión artística, social, nuestra vida económica. El diálogo saca a flote la humanidad en cada individuo, ayudándolo decisivamente a convertirse en ciudadano.
La política, en sentido dialógico, debe asumirse como una acción cooperativa y horizontal de grupos que expresen la rica diversidad nacional, bajo una forma de debate pluralista, responsable y transparente, que busque desterrar todo tipo de hegemonías y monopolios de la verdad. Se necesita dar el paso de la antipolítica de la imposición a la política de la interacción y cooperación. Allí radica el sentido de la Unidad Democrática, reunida hoy en el Frente Amplio, que cada día debe ampliarse a más y mayores sectores democráticos. Y ponerse las pilas, a trabajar que la dictadura sigue profundizando la injusticia y la violencia contra los ciudadanos.
Unidad, interacción, cooperación, comunicación, transparencia: esas condiciones mínimas son las que la ciudadanía reclama de sus líderes democráticos si en verdad quieren volver a legitimarse y gozar del apoyo popular.