Villasmil: Democracia, Kahneman, redes y condominios
Comencemos con un ejemplo sencillo: una reunión de junta de condominio de un edificio cualquiera en Venezuela. En ella se supone que se tratarán los asuntos y temas comunes a una micro-comunidad similar; todo un ejercicio de política comunal. Pero resulta que no hay manera de ponerse de acuerdo en nada, ni siquiera en los hechos más obvios. Si el presidente de la junta destaca en su informe la necesidad de aumentar la seguridad del edificio, un vecino X le responde que no es necesario, que la urbanización no podría estar mejor protegida; al reclamo de otros vecinos, que dicen haber sido recientemente robados en la puerta del edificio, X responde que eso no debe ser verdad, que mienten o que exageran. En cada tema se arma un auténtico lío porque al parecer cada quien ve la realidad de una manera distinta.
Algo parecido está ocurriendo en la mayoría de las democracias planetarias.
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Como bien destaca Anne Applebaum en su muy citado libro “El ocaso de la democracia”, “en muchas democracias avanzadas ahora no hay un debate común, y mucho menos una narrativa común. La gente siempre ha tenido opiniones diferentes. Ahora hay hechos diferentes”.
Hoy es una tarea titánica tratar de conciliar, de ponerse de acuerdo. Sobre todo cuando las redes sociales no son usadas para conocer, saber, buscar respuestas sensatas, sino para alimentar prejuicios. Twitter se ha convertido, para muchos, en la Enciclopedia Británica del siglo XXI.
Gracias al premio Nobel de Economía Daniel Kahneman (el único receptor del premio hasta hoy que no es economista; es psicólogo) se está prestando creciente atención a los llamados prejuicios cognitivos; recordemos algo que escribí sobre él hace algunos años: Kahneman “es uno de los pensadores más originales e interesantes de nuestro tiempo. No hay otra persona en el planeta que entienda mejor cómo y por qué decidimos.
Se podría afirmar que en estos días no se pueden debatir las decisiones humanas y su estudio -aplicado a campos tan diversos y distantes como la política, la economía, el juego de béisbol, las relaciones laborales o familiares, la adquisición de vivienda o el póquer- sin los aportes de Kahneman y su gran amigo ya fallecido, Amos Tversky. (…) Daniel Kahneman y Amos Tversky son los Cristóbal Colón de la mente. Sus descubrimientos sencillamente nos han enseñado la manera en que funciona la estructura de pensamiento y de decisión de todos los seres humanos. Y entre ellos destaca el llamado “prejuicio o sesgo cognitivo”.
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En este preciso instante, cada persona en cualquier parte del mundo está tomando decisiones, asumiendo acciones con base en pensamientos, sensaciones, creencias o percepciones de las que no son del todo conscientes, y que difieren de lo predecible.
¿Crees que esa acción que toma o no una persona, viene determinada tan solo por la información que tiene ante sus ojos?
Es fundamental que asumamos lo siguiente: todos los seres humanos, sin excepción, desarrollamos prejuicios cognitivos, es decir, impulsores no conscientes que influyen en la forma de percibir las cosas y de tomar decisiones tanto en el entorno personal, profesional o relacional de todo tipo. Un prejuicio cognitivo es un error inconsciente en el pensamiento de las personas. Ocurre cuando estas malinterpretan la información del mundo que los rodea, lo que afecta la racionalidad y precisión en la toma de decisiones.
Hoy, el prejuicio cognitivo más viral es el llamado por Kahneman “prejuicio de confirmación”, la tendencia a buscar, propiciar, recordar solo información que confirma algo ya decidido, pensado o creído, o que favorece creencias muy arraigadas”. Es el caso, por ejemplo, de personas que apoyan o se oponen a un tema determinado, y que solo buscan información para reforzar sus tesis, interpretando dicha información de forma que apoye sus ideas preconcebidas. Solo se lee o se escucha aquello que confirma mi creencia.
La información recibida no se contrasta con aquella que busque refutarla. Y máxime si quien la ofrece como maná del cielo es un caudillo, jefe, o líder populista. A su lado, Moisés y sus tablas de la ley se quedaron chiquitos.
Como en la reunión de la junta de condominio, la realidad no se interpreta ni analiza, se impone mi particular versión de la misma: la tierra es cuadrada, el sol sale por el oeste, a mi candidato le robaron las elecciones.
Obviamente, ello solo siembra en las sociedades discordia, división, inquina y desprecio a quien no piense como uno.
Por ello, es normal que las redes sociales funcionen entonces como redes de concentración política de personas con visiones similares, y no de diálogo y debate.
Para colmo, las redes sociales se están imponiendo a velocidad de vértigo. A la radio le tomó 38 años alcanzar sus primeros 50 millones de usuarios. A la televisión, 13. A Internet, solo 4.
Los viejos periódicos y emisoras creaban la posibilidad de una conversación nacional, fortaleciendo las instituciones democráticas, informando a la ciudadanía, y -muy importante- filtrando y descartando los hechos falsos, los datos que buscaban solo manipular y engañar.
Las redes sociales, en cambio, nos han dado a todas las personas el dominio sobre la emisión y gestión de nuestros discursos, nuestras afirmaciones. Y nadie busca controlar y moderar su propio bochinche informativo.
Todo consumo mediático hoy está más predeterminado que nunca. Y no precisamente por valores éticos. La polis griega ha dado paso a una selva llena de prejuicios.
Todo ello ejemplifica la situación anárquica actual; los medios informativos tradicionales han caído en desuso porque en las redes hemos encontrado un medio para decir lo que pensamos sin que ninguna autoridad – política, social, institucional, moral- condicione nuestro comportamiento.
Como ha señalado el filósofo alemán–surcoreano Byung Chul Han: “Vivimos en un mundo de información frenética que se hace pasar por libertad”.
Y luego nos quejamos y buscamos a alguien que nos venga a salvar.