Al mediodía del pasado sábado 24 de noviembre me llamó un amigo amante de los deportes como yo. Conversamos de entrada sobre los posibles jugadores que podrían adquirir los Yankees de Nueva York (béisbol) durante este invierno (el venezolano Marwin González está entre los agentes libres disponibles y deseables), de la necesidad de al menos un nuevo lanzador abridor, un infielder y quizá un outfielder. Inmediatamente le comento que a las 3 pm. (hora de Caracas) hay un muy interesante partido de fútbol: la final de la Copa Libertadores –o sea cuál es el mejor equipo de América- entre nada menos que los dos grandes rivales históricos del fútbol argentino: Boca Juniors vs. River Plate. Y digo la final, porque es decisivo, es el segundo de dos partidos habiéndose producido un empate en el partido previo, jugado en el estadio de Boca.
El sábado 24 se daría lo que un medio bonaerense llamó “el partido de todos”. Otros lo consideraron “el partido más importante en la historia del fútbol argentino”. Un duelo histórico en un país donde el fútbol forma parte fundamental de la cultura nacional. El choque, por ende, iba más allá de las estadísticas, de los números, de ser un encuentro más.
Lamentablemente, una vez más, las ilusiones fueron derrotadas por una realidad que cada día se hace menos comprensible: el partido no se pudo realizar debido a la violencia que cada día es más difícil separar de un espectáculo que debería ser no solo “de masas”, sino de seres humanos hermanados por el amor al deporte.
No hubo juego debido a ataques y agresiones causados –una vez más- por unos desadaptados que orgullosamente se llaman a sí mismos “barras bravas” y que en realidad son unos “degenerados” (o sea seres que “pierden las cualidades de su especie; pasan de una condición o estado a otro contrario o peor”). Actores principales de un nuevo fracaso de convivencia. Al parecer la policía habría identificado como los autores de los hechos a miembros de una barra brava del club River Plate llamada “Los Borrachos del Tablón”. Un nombre fenomenal. Es momento de recordar que estos grupos muchas veces son promovidos y financiados por las directivas de los equipos.
Una bandera de «Los Borrachos del Tablón», mostrando su apoyo a Cristina Kirchner
Los incidentes vandálicos sucedieron al exterior del estadio de River Plate, cuando llegaba el micro que transportaba al Boca Juniors. De acuerdo a información oficial, el bus con jugadores, cuerpo técnico y dirigentes del equipo visitante «sufrió ataques con gases lacrimógenos y piedras» a su llegada al Estadio Monumental. Los gases lanzados por una policía que reaccionó con torpeza y nerviosismo.
Si los responsables de seguridad fracasaron en hacer su trabajo, las autoridades del mundo del fútbol ofrecieron un espectáculo aún más lamentable: a pesar de ser evidente que varios jugadores visitantes habían sido heridos, pasaron varias horas -con las tribunas llenas de decenas de miles de aficionados a quienes se les anunciaba que el juego se realizaría a tal hora, y luego otra, y luego otra- para que la FIFA y la Conmebol se decidieran a posponer el encuentro, eso sí, luego de intentar por diversos medios que Boca Juniors jugara, por aquello de los compromisos financieros de transmisión. Y uno que pensaba que los problemas fundamentales de las autoridades futbolísticas, como la falta de ética, con su desfile perenne de escándalos económicos, estaba siendo solucionado. Lo que queda claro es que, con su mezcla de incompetencia y corrupción, ni siquiera son capaces de garantizar la realización de un partido.
Es lamentable que de nuevo un encuentro de fútbol sea escenario de una violencia que no termina de entenderse, que se asume pero no se explica, un cáncer que se quiere tratar con aspirinas. Una enfermedad endémica –casi no hay país donde se practique este deporte donde la violencia no se haga presente- que se quiere reprimir, no prevenir. Lo cierto es que no hay maneras de sentir un deporte que justifiquen el uso de la violencia como expresión de afición.
Las reacciones de indignación en las redes sociales tampoco se hicieron esperar; veamos una que compendia el sentir de millones de ciudadanos: “No puede ser que un partido de fútbol sea en la práctica un acampamiento de dos ejércitos”, reclamó por correo Roberto Barrenechea, quien sugirió que se revisen las medidas legales para monitorear a las barras de fanáticos e hinchas, según destacó el New York Times. Al menos para su país ha prometido hacerlo el presidente Macri.
Y si bien lo ocurrido desnuda graves problemas en la sociedad argentina, calamidades similares se han dado en las capitales más importantes de Europa; además, no es que Buenos Aires sea una ciudad particularmente insegura o violenta. El problema no es geográfico, es sociológico o incluso psicológico. Hace quince días, precisamente un sábado por la tarde, fui con un amigo a un partido de béisbol (Zulia-La Guaira) en Caracas, una de las ciudades más inseguras y violentas del mundo por razones harto conocidas. Soy fanático zuliano, y portando la gorra de mi equipo, el visitante, sabía sin embargo que no habría problemas de ningún tipo, como tampoco son probables que existan si el estadio fuera Fenway Park en Boston, y uno llevara la gorra y franela de sus eternos rivales, los Yankees neoyorquinos.
Al momento de escribir estas líneas veo en el noticiero televisivo que el domingo 25 se produjo una batalla campal entre padres y madres durante un partido de fútbol infantil en Murcia, España. Puñetazos y carterazos a granel entre personas que no dan la impresión de pertenecer a las que antes se llamaban “las clases populares”; niños llorando ante el incomprensible comportamiento violento de sus progenitores. Por desgracia la violencia se da en toda clase de ligas futbolísticas.
Alguien vinculado al Boca Juniors afirmó que “vinimos a jugar un partido, no a la guerra”. Un video captó lo que ocurría en el bus antes de la llegada al estadio: cantos, alegría; en realidad fue el preludio de la vergüenza. Como reseña el diario Clarín lo que se ve y oye en el video: “Los cantos se detienen. Se ve a un jugador herido y empiezan los gritos desesperados”. «¡Un médico! ¡Llamen a un médico!», se escucha en la grabación. Todo es confusión. La grabación se detiene. Y queda el testimonio, desde adentro, de la locura que puso en riesgo lo que debía ser una fiesta”.
Pues lo que queda de la presunta fiesta, según decisión de la Conmebol el martes 27, se deberá jugar el 8 o 9 de diciembre, y no será en Buenos Aires (al parecer tampoco en Argentina). Mientras, Boca Juniors ahora se niega a jugar, exigiendo que se descalifique a River Plate y ya está. Vale decir, puestos a ser desnortados, hagámoslo con mucho vigor y brío, y que la payasada trágica continúe.
Y después nos preguntamos y nos quejamos por qué ganó el Brexit, por qué el populismo avanza en muchos países, por qué la xenofobia, el antisemitismo, el feminazismo y el nacionalismo son como un incendio en una pradera seca. Qué desgracia la de una buena parte de la humanidad que ha asumido como suya la letra del tango Cambalache: ni siquiera hemos sido capaces de detener la violencia primitiva en un gran espectáculo deportivo cuya belleza sencillamente todos quisiéramos disfrutar sin incidentes que lamentar.