Villasmil: Derechos sí, pero seriamente humanos (II)
“La Nación tiene o ha tenido un suelo, una tierra, lo cual no quiere decir –como quiere decir para el Estado- un área territorial de poder y de administración, sino una cuna de vida, de trabajo, de sufrimiento y de sueños”.
Jacques Maritain
I
Estas palabras del filósofo y humanista cristiano francés Jacques Maritain –mencionado en nota anterior como uno de los que más influencia tuvo en la elaboración de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, en 1948- resumen en buena parte lo que un ciudadano –mexicano, español, suizo, alemán, argentino, neozelandés, cubano, venezolano, nicaragüense, colombiano, etc.- siente del suelo nativo, de esa cuna vital: solo desea que se le den las oportunidades y posibilidades para realizar su vida, su trabajo, y sus sueños, y que todos ellos prevalezcan sobre el sufrimiento que inevitablemente acompaña la condición humana.
La antigua palabra latina populus originariamente implicaba un llamamiento a filas. Los habitantes del mundo hemos estado estos últimos meses ante un llamamiento general a filas, en defensa de la salud personal y comunitaria; cuando el virus remita, y podamos a volver de alguna manera a vivir al descubierto, sin temores ni resquemores frente a nuestros conciudadanos, habremos de actuar, no quedarnos pasivos, para defender nuestros espacios de convivencia, de libertad, de democracia, de lo decente –entre tanto cambalache actual-, de lo que nos define más allá de las diferencias.
Deberemos ser razonables (DRAE: “adecuado, conforme a razón”) y exigir -y realizar con el ejemplo- diálogo y convivencia, y demandar lo mismo de quienes ejercen los diversos liderazgos en la política, la economía, la sociedad. Ese llamado es a que, como afirma Jorge Luis Borges, hombres “de diversas estirpes (…), que hablan diversos idiomas, tomaran la extraña solución de ser razonables: que resuelvan olvidar sus diferencias y acentúen sus afinidades.”
II
Retomando el tema de los derechos humanos mencionado en la nota anterior, hagamos énfasis en los sistemas económicos y su capacidad o no de impulsar una vida de calidad para sus ciudadanos. Durante la llamada Guerra Fría se contrastaban dos visiones del mundo, incluyendo diferentes versiones de la economía. Con la caída del Muro de Berlín las tesis económicas del socialismo autodenominado originalmente como revolucionario, también se derrumbaron; ya buena parte de la vertiente socialdemócrata (el viejo SPD en Alemania, por ejemplo) había dejado a un lado las tesis económicas marxistas, y el mundo profundizaba una revolución tecnológica –la globalización, esa palabra tan de moda, esa ampliación cuantitativa y cualitativa del espacio y de las comunicaciones humanas- bajo las premisas del modelo económico triunfante, denominado, grosso modo, capitalista.
Se comete entonces el error de creer que lo económico es lo fundamental; «It’s the economy, stupid» es una frase de la campaña de Bill Clinton en 1992 que coge fuerza y se pone de moda. Pero el mercado, como destaca en nota reciente Sadio Garavini di Turno, «es un verdadero y necesario motor de la historia, promotor del cambio y la innovación tecnológica, pero como todo mecanismo es ciego, crea riqueza pero la reparte con indiferencia, produciendo zonas y sectores de abundancia y de miseria. Además el mercado es inestable. Es sacudido por recurrentes crisis, desastres financieros y quiebras».
Se produce entonces una paradoja: luego de más de treinta años de un orden mundial sin alternativas económicas reales al predominio del capitalismo, hoy en día el capitalismo más exitoso en términos de resultados cuantitativos pero más salvajemente triunfante, más inhumano, se está dando en una nación comunista, China.
Vale mencionar que como un signo claro del nuevo pragmatismo chino los escritos de Milton Friedman (Premio Nobel de Economía de 1976, y defensor del libre mercado) adquirieron popularidad entre los intelectuales, estudiantes y funcionarios gubernamentales. Friedman visitó China para dar una muy publicitada gira de conferencias en los años ochenta, prodigando elogios a sus nuevos discípulos chinos. El profesor probablemente no sabía que sus teorías serían «adaptadas» para servir confortablemente a los verdaderos intereses de sus nuevos lectores asiáticos.
Centenares de análisis, de ensayos y de artículos se han escrito sobre los fabulosos resultados chinos medidos en esas categorías tan al gusto de economistas preocupados por curvas, por estadísticas y por tablas, pero no tanto por la calidad de vida de los ciudadanos. Lo cierto es que más allá de números, y como pueden atestiguar por estos días coronavíricos los muy luchadores pero cada día más amenazados ciudadanos de Hong Kong, las garras del nuevo emperador chino, Xi Jinpin, quieren destruir los espacios de libertad de la otrora colonia británica, así como de la China continental.
China es el ejemplo perfecto de que puede haber capitalismo sin democracia. Su modelo capitalista, rigurosamente planificado por regiones, donde una libertad económica sui generis existe para las grandes empresas que inviertan sin importarle mucho los derechos humanos de los ciudadanos de ese país, cumple una meta fundamental: generar riqueza y divisas que permitan en primer lugar consolidar un asfixiante control político y social del partido Comunista sobre la sociedad, y en segundo lugar, exportar urbi et orbi las ansias de poder de la cúpula comunista. El paradigma chino: la esclavitud, modelo siglo XXI.
III
Libertad sí, para los actores económicos fundamentales, parece ser la divisa prevaleciente en lo que va de siglo XXI. Para colmo, esta realidad ha significado la degradación alarmante del medio ambiente tanto por actores autoritarios como demócratas, con consecuencias ya visibles para todos. Antiguamente, se responsabilizaba a la naturaleza por todo aquello que no entendíamos; hoy entendemos mucho más gracias a la ciencia, y sin embargo no nos importa vejar y vejar a nuestro planeta. En esto, China está también entre los principales agresores.
Los que deseamos que el futuro inmediato post virus chino (algunos, erróneamente, lo llaman “nueva normalidad”, olvidando que si es nuevo no puede ser normal, porque al momento de normalizarse, ya será viejo) traiga cambios cuantitativos y cualitativos visibles no podemos exigir perfección a la labor humana, pero sí el deseo de perfectibilidad, de romper con las inercias, de promover la creatividad y la innovación. Con liderazgos que unan imaginación creativa, junto a valores humanos indispensables, además de con capacidad y vocación estratégica (para evitar voluntarismos), a fin de prepararse para imprevistos y desastres como la actual pandemia.
Frente al predominio del lenguaje tecnocrático oscuro, y de la visión estrictamente economicista y burocrática, hay que reivindicar que en una verdadera democracia ninguna fría cifra macroeconómica puede ser más importante que la construcción de ciudadanía y la protección de la vida humana. Y, en respuesta a los neomarxistas como Zizek, que revolotean hablando de un nuevo modelo de comunismo, la defensa de la vida humana solo puede ser hecha desde la libertad, la categoría política fundamental, en palabras de Hannah Arendt.
Como consecuencia de los desarrollos señalados, son visibles en todas las latitudes las evidentes carencias, fallas y errores de una economía que no solo no resuelve los problemas de sus ciudadanos, sino que incluso promueve un sistema de relaciones sociales fundamentalmente injusto; un trato humano como un mero intercambio de mercancías; un ciudadano visto como consumidor siempre, como votante en época de elecciones. Luego del virus chino en muchas sociedades solo se ofrece un porvenir que luce incierto e incluso agotado, sobre todo para los que siempre están jodidos; hay demasiados jefes de Gobierno que si bien no lo afirman, piensan lo que al parecer dijo cierto presidente guatemalteco: “estamos jodidos todos ustedes”.
¿Hay acaso en la experiencia humana actual algún modelo que, sin ser ni mucho menos perfecto, haya podido desde la libertad generar bienestar y riqueza por mucho tiempo a sus ciudadanos? Ciertamente; es un modelo impulsado en los años cincuenta, y que fue herramienta decisiva en el logro del llamado “milagro económico alemán”: la Economía Social y Ecológica de Mercado (ESEM). Fue promulgada para una sociedad que comenzaba a rescatar la libertad, con muchas heridas en el pasado reciente, pero que necesitaba un proyecto fundamentado en “valores que promovieran la iniciativa de las personas” (Ludwig Erhard, Ministro de Economía de la República Federal de Alemania entre 1949 y 1963), para superar la pobreza y generar riqueza, tomando como pilar la colaboración entre las instituciones privadas y el Estado democrático bajo dos conceptos fundamentales: la solidaridad y la subsidiariedad. Solidaridad con los más débiles y necesitados, y subsidiariedad en tanto el Estado no debe realizar actividades que pueden ser efectuadas por los ciudadanos, en forma individual o colectiva, dentro de un modelo descentralizado, federal.
Uno de sus principales creadores fue el economista Alfred Müller-Armack, quien presentó en 1947 el esquema teórico de una “tercera forma”, aparte de la tradicional economía de mercado liberal (fundamentalmente anglosajona) y la economía planificada socialista. Para él un futuro orden económico en la Alemania destruida por la guerra requería que el mercado fuera la columna vertebral de una economía dirigida por criterios sociales, centrados no en asistencialismo o paternalismo, sino en ayudar a las personas a valerse por sí mismas, a convertirse en ciudadanos responsables, con derechos, pero también con deberes.
Después de la Segunda Guerra Mundial el pueblo alemán se dio en 1949 un nuevo orden estatal, político y social aprobando una Ley Fundamental que al comienzo de su artículo primero señala de forma tajante: “la dignidad humana es intangible. El pueblo alemán, por ello, reconoce los derechos humanos inviolables e inalienables como fundamento de toda comunidad humana, de la paz y de la justicia en el mundo». Una dignidad que respeta tanto la esfera personal como la comunitaria, ya que necesita de ambas para poder realizarse plenamente. Desde esta perspectiva, la ESEM fue ampliando su base política, desde su origen demócrata-cristiano, hasta que la sociedad alemana la adoptó sin problemas, y luego poco a poco fue expandiéndose a otros países, empezando por la vecina Austria, y luego, con matices propios, a diversos países de Europa del Norte. Los resultados económicos y sociales están a la vista. Así como actualmente en el combate al virus chino.
Hay que derrotar al escepticismo, exigiendo que crezcan aún más los “liderazgos razonables, que olviden diferencias y acentúen afinidades” mencionados por Borges; no es una utopía, los alemanes lo lograron con su reconstrucción. Lo hemos dicho en notas anteriores; no es un asunto de azar o suerte. Alemania no se “consiguió” a Angela Merkel, o Nueva Zelanda a Jacinda Ardern; ambas son fruto de sociedades libres, donde el mercado funciona con un Estado meritocrático y regulador, con una fuerte dosis de solidaridad y de intuición social, y donde, dentro de las fallas y límites propios de la condición humana, la vida se respeta y dignifica.