Villasmil: Diálogo y negociación en la zona fantasma
Hace varios días, conversando con un amigo, este me preguntaba qué había sido de la negociación mexicana entre el régimen y la oposición de la Plataforma Democrática, ya que parecía que una vez más los intentos negociadores habían sido destinados a una suerte de zona fantasma como la de Superman -y Supergirl, claro- ahora que muchos periscopios ciudadanos se dirigen casi exclusivamente a indagar en las campañas de los precandidatos a las primarias de octubre próximo.
Pero puestos a pensar en la negociación ahora mexicana -antes en Barbados, República Dominicana, Noruega, o incluso la propia Caracas- no creo que nadie (salvo algún experto o académico) sepa exactamente cuántos intentos se han realizado en más de veinte años de dictadura; incluso hay iniciativas que podrían ser preguntas en un programa de concursos, por ejemplo ¿alguien recuerda el “Grupo de Boston” (2002)?
Un dato que ha ayudado a enredar el asunto es que hay la tendencia a confundir diálogo con negociación, como si fueran sinónimos, que en este caso no lo son. La diferencia entre el diálogo y la negociación es que el diálogo es una conversación en la que las personas se comunican de forma abierta y honesta sobre sus puntos de vista y buscan comprender los puntos de vista de los demás. En la negociación, en cambio, las partes involucradas tratan de alcanzar un acuerdo sobre un tema.
En el asunto que nos atañe, el diálogo debe servir para preparar la negociación, para ver si hay condiciones mínimas para negociar, buscando puntos de arranque coincidentes. En el diálogo las partes se dicen, con total franqueza, qué aspiran, y ven si se puede entonces pasar a la etapa negociadora.
Porque ¿de qué hablamos cuando hablamos del diálogo?
En la política democrática –Hannah Arendt nos ha dejado líneas magníficas al respecto- el diálogo es una conversación estratégicamente asumida, es decir implica medios y objetivos específicos; entre los primeros, es evidente que se debe considerar la necesidad de crear un espacio de civilidad y de igualdad –no hay legitimidad dialógica entre desiguales-, en el cual las diferencias puedan escucharse y hablarse. No hay diálogo sin una palabra que pueda ser libremente expresada.
En lo estratégico, todo diálogo significa llegar a un acuerdo con el objetivo futuro de cambiar una situación previa, mejorarla, y el contenido del debate dialógico presupone que los actores ofrecen vías distintas de cambio. Una de las metas del diálogo, convertido ya en negociación, es acercar lo más posible esas visiones diferentes, y encontrar un punto común de encuentro.
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Hace ya muchas lunas había mayor claridad en lo que se buscaba; allá por julio de 2016 la MUD recordaba en un comunicado que sólo se sentaría a dialogar (vale decir a negociar) con el régimen si se daban las siguientes condiciones previas:
- Liberación de los presos políticos;
- Respeto a la Asamblea Nacional electa en 2015, como institución legislativa primordial (lo cual conllevaba asimismo el desmontaje del aparato ilegal y anti-constitucional de Maduro, fundamentalmente el Tribunal Supremo);
- Aceptación del deseo crecientemente mayoritario de la población de que antes de fin de año se realizara un referendo revocatorio presidencial;
- Reconocimiento de la existencia de una crisis humanitaria.
Pero resultó luego que esas condiciones originalmente previas terminaron formando parte de las negociaciones que se anunciaban (y que, como siempre, no llegaron a nada realmente sustantivo).
Todas esas estipulaciones indicadas hace siete años estaban englobadas en una condición previa, que determinaba si los actores querían en verdad negociar, o simplemente ganar tiempo (como ha sido siempre la característica del chavismo): responder al mensaje central que venía dando la MUD durante años: el respeto a la constitución.
Es un dato determinante, porque sin dicha condición no hay intención sincera de diálogo y mucho menos de negociación, ya que acatar la Carta Magna implica la aceptación del adversario como un actor con derechos esenciales y constitucionales que se respetan.
Insistimos: uno no se sienta a dialogar y luego a negociar si no hay un respeto mínimo entre las partes, porque sin respeto no hay diálogo, y el terreno común inicial e inevitable de respeto entre actores políticos es el acatamiento de la norma constitucional.
Mientras tanto, después de tantos años y reuniones, la postura del régimen es: me siento a dialogar contigo de cualquier cosa, incluso de la crisis humanitaria, si me levantan las sanciones, si puedo ponerle la mano a los dineros que están en el exterior.
La situación actual no da para muchas esperanzas. Como señalara recientemente Asdrúbal Oliveros en Twitter:
«Sin avances en la negociación política no habrá cambios en las sanciones. Y si no avanzamos en la negociación tampoco Venezuela podrá superar la profunda crisis que tenemos (…) Para el chavismo eso es preferible a perder el poder».
Y las mayorías venezolanas seguirán en su muy particular y tenebrosa zona fantasma.
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Hace varios años escribí lo siguiente, que pienso sigue siendo válido:
“Los venezolanos, en momentos de incertidumbre y de duda sobre el futuro hemos sido capaces de dialogar. Allí están como ejemplos históricos el diálogo que llevó al Tratado de Coche, concluido el 23 de abril de 1863 (hace 160 años), y con el cual se dio fin a nuestra Guerra Federal. Luego tenemos el magnífico ejemplo del Pacto de Puntofijo, en el cual fuerzas políticas que siempre se habían confrontado aceptaron acercarse y conversar para modelar la convivencia que nos dio los cuarenta años más pacíficos y prósperos de nuestra historia. El Pacto de Puntofijo, producto del diálogo de los padres fundadores de la democracia, es el acto político más importante de la historia nacional desde que somos nación independiente. La visión civilista prima por primera vez sobre la visión militarista. (Para 1958, en 128 años de existencia como país independiente, sólo en 10 habíamos tenido gobiernos civiles).
El diálogo democrático lo perdimos, nos lo robaron a todos los venezolanos, sin casi darnos cuenta, con nocturnidad y alevosía el 4 de febrero de 1992. La aparición de Hugo Chávez en el escenario público trajo consigo un mensaje que implicaba necesariamente la destrucción de toda posibilidad de diálogo.”
Todos los que le han planteado algún tipo de diálogo-negociación al chavismo -al igual que al castrismo- se han conseguido siempre con una auténtica muralla china -o muro de Berlín- de burla, manipulación y desprecio.